Sobre el autor
Carlos Chernov nació en Buenos Aires en 1953. Es médico psiquiatra y psicoanalista. Publicó los libros Amores brutales (1993. Premio Quinto Centenario del Honorable Concejo Deliberante, 1992), Anatomía humana (1993. Premio Planeta de Argentina, 1993), La conspiración china (1997), La pasión de María (2005), Amor propio(2007), El amante imperfecto (2008. Premio La otra orilla, 2008) y El desalmado (2011. Premio Único de Novela Inédita de la Municipalidad de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires). Ha recibido la beca de la Civitella Ranieri Foundation en 2010. Sus textos han sido traducidos al inglés, francés e italiano.
La distopía como una forma de narrar
La ciencia ficción es un género que parece haber vuelto para quedarse en la narrativa argentina. La reciente publicación de El sistema de las estrellas (Interzona, 2017) de Carlos Chernov no hace más que demostrarlo. Con un gran condimento de la distopía, la trama va cobrando cada vez más fuerza gracias al ritmo sostenido y distinguible a simple vista cuando se repasa la obra de Chernov.
Como todo libro distópico, El sistema de las estrellas no solo apunta al futuro, sino que logra mostrar sus guiños al estado actual de las cosas. En esa dirección, el autor señala a La Primera Piedra que “todas las distopías son libros políticos. En el sentido de la gran política humana. También son libros morales, como en Utopía de Tomás Moro”. Una sociedad que engendró su propia destrucción y reinventó la manera de vivir, aparece frente al lector gracias a la precisión literaria de Chernov.
"Como todo libro distópico, El sistema de las estrellas no solo apunta al futuro, sino que logra mostrar sus guiños al estado actual de las cosas"
Otro rasgo distintivo de El sistema de las estrellas es su particularidad dentro de lo que se puede encontrar en la literatura argentina contemporánea. Ajeno a cualquier tendencia, Carlos Chernov parece tener sus propios impulsos narrativos. “Yo no sigo ninguna línea de lo que se hace acá o en ninguna otra parte”, afirma al respecto. El nuevo libro del autor que actualmente vive en México es, en definitivo, una apuesta ambiciosa: una historia extensa, atrapante y con una trama poderosa sin caer en condescendencias con nadie.
“El fín del mundo es algo que me cautiva”
— ¿Cómo surgió esta historia tan particular que se cuenta en El sistema de las estrellas?
— Cómo se me ocurrió es la pregunta más difícil que me pueden hacer (risas). Es muy poco lo que uno puede determinar conscientemente sobre lo que quiere escribir. Por ejemplo, yo quisiera escribir novela policial y me sale otra cosa. Por otra parte, yo no leo mucha ciencia ficción, me parece muy pueril. Hablo por supuesto de lo que leía en mi juventud, actualmente hay voces más poderosas. Una cosa básica en El sistema de las estrellas es lo descarnado: como si uno quitara el maquillaje de la sociedad. Asocio este libro con un imaginario de lo que eran los romanos, sin culpa o caridad cristiana. Me interesaba ir al hueso de la cuestión.
— ¿Te atraen las historias apocalípticas?
— Sí, el fín del mundo es algo que me cautiva. El sistema de las estrellas es el segundo libro que escribo al respecto y estoy preparando otro. Estoy condenado a la distopía. El fin del mundo es algo que te permite liquidar este mundo o extremar lo que ves en el mundo actual.
"Es muy poco lo que uno puede determinar conscientemente sobre lo que quiere escribir. Por ejemplo, yo quisiera escribir novela policial y me sale otra cosa."
— Este tipo de historias representan un trabajo más delicado a la hora de narrar, ¿no? En el sentido de explicar cuestiones que en otras temáticas no son necesarias.
— Claro, a mí como escritor me gusta amueblar bien la novela, sin supuestos de lectura. Me gusta inventar lo que no hay, o al menos cambiar lo que hay.
— En El sistema de las estrellas, el fin del mundo que se narra nace de adentro de la propia sociedad. ¿Fue tu idea hacer una suerte de crítica?
— Yo creo que todas las distopías son libros políticos. En el sentido de la gran política humana. También son libros morales, como en Utopía de Tomás Moro. Ahora bien, si yo estuviera muy preocupado por como están las cosas, militaría en un partido ecologista o sería distinto. El como andan las cosas me sirve para escribir una catástrofe, no me interesa arreglar el mundo (risas).
— Tu novela va un poco en una dirección contraria a la tendencia actual de la narrativa en Argentina, donde se utilizan capítulos muy breves.
— Yo no sigo ninguna línea de lo que se hace acá o en ninguna otra parte. Yo creo que uno escribe lo que puede y no lo que quiere. Meterse dentro de una corriente empobrece a un autor. Por ejemplo, en Argentina sucede con César Aira: los que escriben como Aira no son él.
"Meterse dentro de una corriente empobrece a un autor. Por ejemplo, en Argentina sucede con César Aira: los que escriben como Aira no son él."
— En tu caso particular, al ser un escritor que publicó a una edad avanzada, ¿sentís que eso te fue positivo?
— No publiqué prematuramente, de hecho tengo un libro que escribí entre los 18 y 25 años y nunca lo publiqué. También me preguntan cómo fue cambiando mi estilo a lo largo de los años y no soy tan consciente de ese cambio. En un reportaje, Cortázar contaba que él también tardó en publicar, pero él había tenido una vida entera vinculada a las Letras. Yo durante 10 años, después de recibirme de psicólogo, ni siquiera leía ficción o poesía. En un momento me sentí muy infeliz, a pesar de que me iba muy bien con el psicoanálisis, empecé a escribir lateralmente y ahora empiezo a sentirme más escritor que psicoanalista. Ese proceso duró 25 años.
— ¿Pudiste unir algunas facetas del psicoanálisis con la escritura?
— Lo que te aporta el psicoanálisis es un saber sobre la conducta humana, te despierta un poco. Sistematiza algunas cosas que están en la literatura y, además, te llenás de historias. Además, el psicoanálisis apunta de forma más directa a algunas cuestiones que la literatura lo hace de manera más tímida: la sexualidad, la conducta. Lo que todavía no me sirvieron mucho fueron las historias de mis pacientes (risas).
— Muchos escritores afirman, incluso el propio Cortázar lo hizo, que sus propios personajes terminan sorprendiéndolos. ¿A vos te sucede eso?
— Yo no me dedico tanto a los personajes, sino a la trama. La trama es la que te muestra a los personajes: qué es lo que son capaces de hacer o sentir. En esa idea existencialista del hombre y sus circunstancias, yo creo más en las circunstancias, porque son capaces de llevarnos a actitudes insospechadas. Además, los personajes con una suerte de Frankenstein, uno los arma con pedazos de personas que uno conoce. Una de las historias centrales de El sistema de las estrellas, que es el impedimento del padre para que la madre quede embarazada con semen de su hijo, se fue dando por reacciones que me parecían naturales por parte de los personajes. Nada de eso fue premeditado.
— ¿Te sorprendió el buen recibimiento que tuvieron tus libros?
— Sí, mucho, yo fui psicoanalista durante mucho tiempo y no esperaba nada de eso. Yo presenté Amores brutales al concurso Premio Quinto Centenario del Honorable Concejo Deliberante con un seudónimo medio jodón: Si supieras quién. No pensaba en nada, casi nadie había leído el libro. Una madrugada me llama Abelardo Castillo, que era jurado del premio, me llama intrigado para saber quién era. Después en 1993 gané el Premio Planeta y eso también me descolocó mucho.
"El psicoanálisis apunta de forma más directa a algunas cuestiones que la literatura lo hace de manera más tímida: la sexualidad, la conducta. Lo que todavía no me sirvieron mucho fueron las historias de mis pacientes"
— ¿Ese tiempo que te tomaste para pasar del psicoanálisis a la literatura te ayuda a ser más paciente a la hora de la escritura?
— Sí, no soy un escritor muy rápido, pero tampoco muy lento. Sí quizás me demoro más en publicar. En ese sentido, libros como El sistema de las estrellas no son fáciles de publicar en Argentina. Además, trato de concursar los libros antes de publicarlos. Eso me genera una distancia crítica con los textos, porque pueden pasar años entre que escribí un libro y se publica. Eso está bueno que pase. Como decía el poeta Horacio: a los libros hay que dejarlos 9 años en remojo. Como te decía antes, yo no sé si escribo distinto, pero sí tengo más oficio. A la hora de la corrección y las reediciones, tengo otras posturas.
Carlos Chernov y Alberto Laiseca como maestro
— ¿Qué recuerdos tenés del taller con Alberto Laiseca?
— Hice pocos meses con él, porque me quedé sin tiempo. Yo no conocía a ningún escritor, a nadie. Lo único que hacía era leer Diario de poesía, era mi único contacto. Ahí le hicieron una nota a Laiseca por Poemas chinos, un libro maravilloso. Lo llamo para tratar de estructurar Anatomía humana, que por ese entonces era un borrador de 700 páginas. Él me contesta que no hacía eso y me dijo que fuera igual, me interpretó la fobia que tenía. Laiseca era muy creativo como tallerista, muy buen maestro. Me quedé poco tiempo porque me dediqué al Premio Planeta para presentar Anatomía humana en 1992. No salí ni entre los finalistas, pero en 1993 la volví a presentar con algunos cambios por insistencia de Laiseca y gané. También recuerdo que era un tipo muy sufrido, con problemas económicos.
"Laiseca tenía una cabeza muy buena para la literatura, no era para nada represor ni un maestro narcisista, no quería que escribieras como él."
— En esa dirección, ¿creés que no es casualidad que muchos escritores que están haciendo ruido en la literatura argentina hayan sido sus alumnos?
— Claro, Laiseca tenía una cabeza muy buena para la literatura. Había una vez un alumno leyendo un texto insoportablemente barroco y yo, de bruto, pensé que lo iba a hacer mierda. Y no pasó eso, porque el texto era bueno aunque fuera barroco. Laiseca no era para nada represor ni un maestro narcisista, no quería que escribieras como él.
— Por último, ¿qué consejos le darías a alguien que quiere comenzar a escribir?
—Que lea mucho, inclusive entrevistas a escritores. También poesía, cualquier escritor debe leerla aunque no la escriba. Lo mismo con los ensayos.