Acabás de aceptar el compromiso de dirigir la Casa de la Provincia de Buenos Aires, incluso cuando se cuestiona a los artistas el ejercer cargos públicos. ¿te costó dar ese paso?
El arte todavía conserva una idea muy falsa de pureza, o de que no tiene que contaminarse con cosas terrenales. O se ve a un artista como que “transa” porque trabaja en el Estado o algo así. En mi caso, creo que nunca se dio porque desde que aparecí con mis primeros libros, la relación entre la obra y mis actitudes siempre fue una propuesta que tenía que ver con el barrio, con la política, con la idea del territorio. Son libros que abordan un territorio. Entonces, tal vez no llama tanto la atención que pueda trabajar en Madres de Plaza de Mayo o en un programa, donde estuve un tiempo, de Jefatura de Gabinete, sobre comunicación y derechos humanos, o para la CONABIP recorriendo bibliotecas populares. Quizás la figura de autor que uno va construyendo asimila o no esa cuestión que es extraliteraria, más terrenal. Igual creo que hoy se naturalizó más, imagino que a los autores de otra época les habrá costado mucho más, incluso la vida, imaginate Rodolfo Walsh. Hoy es más común que los escritores participen de muchas cosas, a veces quizás excesivamente. Están esas notas de los diarios en las que los escritores opinan, como si el escritor estuviera habilitado a opinar sobre cualquier cosa, ¿no?: “¿Qué opinas ahora sobre la cuarentena?”. Hace poco me convocaron para algo así y la verdad es que no me sentía con la autoridad de decir qué opino sobre determinadas cuestiones de salud, no sé por qué me preguntan eso. Ahora, para el CCK estoy escribiendo un diario sobre la cuarentena, pero eso es distinto porque hablo desde la ficción. Es un diario en el que voy jugando con cosas y con mi propia imaginación. Está bueno documentar desde la literatura este estado excepcional.
Contanos, ya que la nombraste, cuál fue la experiencia en la CONABIP, ¿cómo fue el recorrido que estuviste haciendo?
La CONABIP fue uno de los lugares de trabajo más queridos de mi vida, es una institución que adoro y respeto, me parece muy importante, única en el mundo. De hecho, el fenómeno de las bibliotecas populares como sucede en Argentina, creo que no pasa en ningún lado. En Europa no pasa, en EE. UU. hay algunas y en Latinoamérica también, pero no como en Argentina. La CONABIP es muy antigua, la creó Sarmiento, es una red que viene desde el siglo XIX por un fenómeno que se fue dando espontáneamente en las comunidades, que en sus distintas formas de organización incluyeron, como institución importante, a las bibliotecas; y bueno, obviamente, con el paso del tiempo se sumaron otras de todo tipo. Tuve la oportunidad de recorrer muchas provincias visitando bibliotecas populares, algunas centenarias, en edificios con columnas, clásicas, en edificios que parecían museos y otras casitas de chapa al lado de una villa o de una escuela. Ahí se ve esta tradición cooperativista que tiene el pueblo argentino, me parece uno de los valores principales de nuestra comunidad desde tiempos históricos: organizarse, autogestionar, ser cooperativos. La biblioteca popular tiene eso que es hermoso, y además es una práctica pagana de la literatura, totalmente desacralizada, porque vas a una biblioteca popular como fui en La Rioja o en Chaco, tenés los libros de Borges, Joyce y al lado te venden chipá o alguien te ofrece fletes para ir a no sé dónde. En las provincias las usan mucho los chicos, porque el acceso a los libros es difícil para un pibe que vive en un pueblo, de La Rioja, que está cursado la escuela. La biblioteca es una fuente de libros. No todos tienen el acceso a internet que hay en Capital, y además el objeto libro es irremplazable.
También pasa que las bibliotecas habilitan otro tipo de experiencias, talleres, dinámicas con los chicos y ahí, la verdad, conocí gente muy valiosa. Hacíamos algo muy loco que habíamos inventado, que llamé Karaoke literario, lo hicimos para el “Encuentro Federal de la Palabra” en Tecnópolis. Después me preguntaron si quería recorrer bibliotecas con eso, y bueno, me iba con una compu en la mochila, llegaba a un lugar y era como una especie de presentador andante. Me ponían en un escenario, me conectaban una pantalla y era muy exitoso en el marco Feria del Libro o festivales. Era tipo un Silvio Soldán de la literatura: “bueno señora, pase, Teresa, ¿de qué pueblo es? ¿De dónde?” Entonces tenía distintos karaokes, parecidos a los de música, pero, básicamente, en lugar de cantar, la gente tenía que leer. Corría el karaoke Cortázar, y ahí la persona, Teresa, leía el karaoke de Cortázar. Era una actividad de lectura en voz alta y de promoción de la lectura buenísima. Después, la gente aplaudía a la señora o al chico. Era muy bueno, hace poco hablando con la gente de CONABIP, que sigue trabajando ahí, me contaron que los karaokes siguen.
Hay una frase que no sé de dónde viene o a qué intereses responde, que dice que las crisis son oportunidades para inspirarse, ¿cómo llevaste durante el gobierno anterior la crisis de la cultura, con la degradación del ministerio a Secretaría?
Para empezar el macrismo me pegó mal de entrada porque perdí tres trabajos en una semana (siendo monotributista). Lo que digo es que yo fui vendedor ambulante trece años y me convertí en “changarín cultural”. Esto de los escritores que van changueando, una nota acá, un laburito ahí, un tallercito por allá. Ahora este nuevo trabajo que tengo es como excepcional en mi vida porque es un laburo más firme, pero en general siempre estoy como rebuscándomela. El macrismo fue muy duro. Después, por suerte, empecé a laburar en la Universidad de Hurlingham, dando clases y coordinando la revista. Medio que fui zafando. Pero sí, creo que las crisis puede ser que sean paradójicamente etapas de gran producción artística y cultural. Porque la gran crisis, en el final de los 90 hacia el 2001, fue una época de mucha efervescencia artística, el rock barrial, las bandas, pero también el teatro. Hoy, Buenos Aires, es una de las ciudades más teatrales del mundo, y eso empezó a crecer aceleradamente a fines de los 90. La “poesía de los 90” es una zona de resistencia en la literatura, empiezan fuerte los ciclos de poesía, las editoriales independientes. Se empiezan a dar en torno al 2001 sobre todo. Me acuerdo de los 90 en Plaza Francia, en Palermo… caminaba vendiendo mis “objetos maravillosos” que eran los anillos, los aros, que armaba en esa época, y había muchos artistas callejeros. Fue la época de la aparición de las estatuas vivientes, de los circos callejeros, los pibes que hacían malabares en las esquinas. Todo se origina de esa, que no fue la primera crisis argentina, pero ahí arranca algo muy contracultural en una época de poca militancia política. Quizás también, en ese momento, la juventud o esa generación sublimó en el arte lo que no podía sublimar en la política. Distinto tal vez al macrismo, porque ya habían quedado armadas organizaciones, las bases de una juventud política que venía del kirchnerismo y también de otros movimientos sociales. Me parece que ahí la experiencia es distinta en relación a la de los 90, ¿no?, porque lo que me acuerdo de Villa Celina es que estaba lleno de “unidades básicas”, pero estaban llenas de viejos. No había muchos jóvenes. Nos pedían a nosotros, que estábamos en la esquina, que nos disfrazáramos de Reyes Magos para repartir juguetes. De ahí, el cuento de Villa Celina Los reyes magos peronistas, pero no es que militábamos en la básica, éramos los pibes del barrio.
Ya que mencionás que trabajaste en la universidad de Hurlingham en una revista, ¿cómo fue tu experiencia con El Interpretador (2004-2011) y con “esa otra manera de escribir” que es desde las publicaciones periódicas. ¿qué lugar tienen las revistas en estos tiempos?
Bueno, para empezar, en relación a lo que hablábamos antes de la tradición de las bibliotecas populares, también, Argentina, tiene una tradición muy fuerte de revistas. Es realmente muy importante tanto en la literatura como en el pensamiento nacional, el protagonismo que han tenido, casi te diría desde principio del siglo XX. Revistas de vanguardia, literarias, de literatura y psicoanálisis. Muchos de los grandes escritores argentinos editaron y participaron en revistas, desde Marechal y Borges hasta, en los últimos años, muchos autores de la mediana y última generación. Me parece que en ese sentido no se podría pensar nuestra literatura o el pensamiento nacional sin las revistas; fueron fundamentales. El Interpretador fue una revista digital, una de las primeras que hubo en Argentina, yo venía publicando mis primeros cuentos en sitios, o revistas digitales españolas o alguna mexicana. En Argentina, salvo alguna de ciencia ficción o género, la revista Acson que fue pionera o La idea fija, no había revistas en internet como sí había en papel, lo que sí había era portales. Y se me ocurrió la idea de armar una revista que fuera como las de papel, pero en internet. Es decir, no con una actualización constante tipo portal, sino que reemplazara los contenidos en bloque con la idea de sumario, tapa, contratapa, que tuviera un consejo editorial, con una concepción clásica de lo que es una revista. Bueno, me junté con compañeros de la facultad y armamos El Interpretador, y nos fue re bien. Era la época de los blogs, llegamos a tener 3000 visitas diarias. Al principio, los números eran muy amateurs, yo la diseñaba y era un desastre, no tenía sentido del gusto. Fui aprendiendo y se volvió muy linda, tuvo una estética medio provocadora y además los contenidos estaban muy laburados, y empezamos a tener colaboraciones de casi todos los escritores de la época. También fue un espacio de debate. La verdad es que para mí fue re importante, porque cuando llevé mi libro Villa Celina a la editorial Norma, ellos ya me conocían de El Interpretador, eso ayudó para que “me dieran bola” y leyeran el libro. Por eso también, cuando me pregunta alguien más joven, “che, ¿cómo hago para publicar?”; el consejo es: “primero vos movete por tu cuenta, armá tus propios espacios, o sea, no te pongas siempre en el lugar del que golpea puertas. No pares de escribir. Si escribís bien eso va a encontrar un lugar, si tenés un universo potente. Mientras tanto, construí tus espacios, ya sea en una revista, en un ciclo, en una editorial independiente, juntándote con otra gente”. Porque la verdad que la literatura es un hecho social y está bueno romper con los individualismos que tiene en general la cuestión de la escritura, que es cierto que es muy íntima, muy solitaria, pero después está esta parte que permite compartir experiencias con otros. En Hurlingham, fue otro tipo de experiencia porque era en el marco de una universidad, con presupuesto, una revista en papel, muy bien hecha. Llegué a armar cuatro números con Rodolfo Edwards, que vino de editor conmigo y hasta que arranqué hace poco en la Casa de la Provincia. Fue una revista muy linda no solo de literatura, sino de cultura y territorio en general.
¿Te gusta que te llamen el escritor del Conurbano?
La verdad es que no me molesta en el sentido de que esa pertenencia yo la marqué muy fuertemente. Si el libro se llama Villa Celina o Rock Barrial, después no me puedo quejar. En general, a nadie le gusta que le pongan una sola etiqueta, porque las obras siempre son muchas cosas. Entonces si sos el “escritor neorealista”, o el “escritor barrialista”, el “escritor no sé qué” quizás te reducen, pero lo que es verdad es que eso es muchas cosas. A Leonardo Favio le preguntaron una vez, “¿usted hace cine peronista?”, y él dijo, “no, yo soy un peronista que hace cine”. Me pareció una buena respuesta, que podría ser parecida, y que yo podría replicar, en un punto, al gran maestro Favio. Creo que sí, que el Conurbano en un punto, no tenía demasiada historia literaria en tanto voz propia. Sí aparece la periferia de Buenos Aires desde los comienzos de nuestra literatura, porque si uno lee El Matadero de Esteban Echeverría, ya está la idea del “borde”, un Conurbano de esa época. A lo largo del tiempo, muchos autores (y también los más importantes) narraron viajes, movimientos del centro al borde, generalmente con una mirada más excéntrica o peligrosa. Tanto en Borges como en Arlt, siempre como algo del centro a la periferia, desde lo exótico o de lo peligroso, como un lugar de la violencia también. Incluso en Arlt, por ejemplo, donde esa revolución anarquista que planean Los siete locos sucede en Temperley. Borges también tiene cuentos donde va hacia zona Sur, o zona Oeste… se toma trenes. En cuentos como “Juan Muraña”, aparece Adrogué, que es bastante paquete, en Borges. También está la “orilla” borgeana que es más cuchillera, más barrosa y que no es exactamente las luces del centro de Buenos Aires, y en Marechal, por ejemplo, los excursionistas de Saavedra, etcétera. Pero es llamativo que ninguno narraba con la visión del habitante de la zona. También hay que tener en cuenta que es un territorio que se desarrolla después de los años 50, 60. Porque la verdad, incluso el primer cordón del Conurbano, Villa Celina, hasta los años sesentipico era casi todo campo, tampoco había tanta gente. Bueno, me parece que los últimos años se dio este fenómeno de muchos escritores que provenimos de ahí y que comenzamos a narrar nuestros universos literarios anclados en esa zona.
¿Hay una forma, un modo de escribir del Conurbano?
Algo tal vez interesante para tener en cuenta es que el Conurbano, aparece mucho en las noticias, es muy de los noticieros del drama de la inseguridad, muchas noticias del delito, de crímenes. Si uno piensa el Conurbano en términos estéticos podría asociarlo más bien al realismo, a algo bien realista. Sin embargo, los escritores que contamos el Conurbano, la gran mayoría, despegamos del realismo y fuimos explorando otros géneros para narrar la zona. En mi caso, aparece mucho la fantasía, la ciencia ficción, pero también el policial negro, Leo Oyola (trabaja con) el cómic, o el fantástico, así que lo paradójico es que tal vez son formas no tan costumbristas, no tan realistas, sino que el Conurbano tiene algo que permite ser narrado desde los géneros más imaginativos, más especulativos. El Conurbano es una película de ciencia ficción, el Conurbano es un lugar del realismo mágico, el Conurbano es un género del policial negro, todas esas tradiciones que son de la literatura, del arte, estaban contenidas potencialmente en estas zonas de la realidad, que es el Conurbano Bonaerense. Quizás por ser tan desmesurado, tan mezclado, porque se hablan muchos idiomas, porque tiene variadas geografías, porque es un poco rural y un poco urbano, porque es como una mezcla. No es una sola cosa, está “el hombre gato”, “la luz mala”, al lado del barrio de monoblocks. No es el campo ni la ciudad, es un lugar nuevo. A nosotros nos permitió también narrar con originalidad algo que no tenía demasiada historia literaria, arrancar con algo nuevo.
¿Viniendo de Escuela técnica, cómo rompiste con los preconceptos, prejuicios, sobre el hombre que escribe? ¿Los tenías? ¿Los sufriste?
Me mandaron al “Industrial”. Mi papá, tornero de fábrica, creo que encarnaba un poco el sueño de “mi hijo el doctor”, pero en mi caso era “mi hijo el ingeniero”. Mis compañeros de primaria seguían en un Comercial y a mí me mandaron a un Industrial. El primer año, como me había quedado sin matrícula, en uno de Villa Celina, y en segundo año fui al Don Orione, del barrio Piedra Buena. Ahí, son difíciles las materias, se cursaba doble turno, taller, materias con mucha matemática, física. Ya en ese momento tenía gusto por la literatura, por la lectura, por leer historias, ya me había enganchado, y la verdad es que la escuela estaba muy alejada a todo eso. Salvo en cuarto año que tenía literatura, que era una materia muy rara para ese contexto, porque las demás eran: termodinámica, cinemática, resistencia a los materiales… En literatura me iba bien, tuve que leer una redacción que a la profesora le encantó, y todos se burlaron de mí. Me re acuerdo de eso. Uno de los pocos que me felicitó, que me apoyó después de esa redacción fue el Pity [Álvarez], que estábamos juntos en el colegio. Él empezaba a tocar la guitarra, nos habíamos hecho muy amigos y nos rateábamos siempre juntos. Nos escapábamos de la escuela en el primer recreo generalmente y, ya empezaba como de manera distinta en cada uno, esta sensibilidad más artística, tal vez más alejada del mundo duro de los fierros y los aceros. Sin embargo, no reniego de eso porque después, también, en mis libros todo reaparece de un modo medio “arlteano”, a Arlt también le gustaba la galvanoplastia, la metalurgia, todo eso.
La verdad es que todo el imaginario industrial, y algo de lo que fui aprendiendo, lo metí mucho tanto en Rock Barrial, como en El campito. Me gusta porque son vocabularios tal vez ajenos a la idea de arte o literatura, pero uno tiene la oportunidad de “literaturizarlos” por primera vez, y no armar la metáfora o la poesía con las palabras previsibles como “el rojo atardecer en el mar y la luna”, sino utilizar el ácido sulfúrico o el acero al sesenta por ciento del carbono. Aprovechar eso como una jerga, con un vocabulario con nuevos sonidos, ritmos. Muchos autores hicieron eso igual, nombramos a Arlt, por ejemplo. O los que tomaban a los oficios como la fuente de su poesía, como Nicolás Olivari con “la dactilógrafa tuberculosa”. Aparecen los oficios proletarios en la literatura, también en los primeros dramaturgos del grotesco criollo, del tango, y en los poetas populares. Tal vez rompen con la sacralidad, con la solemnidad de las palabras del diccionario, o con aquellas que ya están muy afianzadas como ideas literarias y buscan por otro lado. Tal vez, también por eso, está bueno cuando un escritor de nuestra época escribe con palabras vivas, con la jerga de los raperos, los skaters o de la calle, son las nuevas formas poéticas.
Sobre tu nuevo libro ¿qué historias fuiste a buscar al fin del mundo? ¿Otra vez a los márgenes o a los comienzos de nuestro territorio nacional?
Lo que pasa es que yo venía escribiendo cuentos por afuera del mundo de Villa Celina, antes de publicarlo. En el año 95, me fui de mochilero hasta Ushuaia con una chica que conocí y me enamoré, teníamos 20 años. Ahí conocí la cárcel de Ushuaia y empecé a escribir y anotar cosas como para un cuento sobre ese lugar. Después, con el paso del tiempo, empecé a publicar los libros de Villa Celina y todo eso quedó postergado. Cuando terminé Las estrellas federales, que es como una despedida del mundo Villa Celina, retomé aquellas historias. Escribí algunas nuevas y armé este libro La cárcel del fin del mundo. Me gustó lo que dijiste, porque es verdad que también es otro tipo de periferia, otro tipo de final.