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Enzo Maqueira presenta "Electrónica": "Hay jóvenes que ya no creemos en la rebeldía"

Por Javier Mattio / Enzo Maqueira generó revuelo con "Electrónica", una novela sobre el fin del sueño de una generación que transitó las drogas y la electrónica. La presenta en la Feria del Libro. “No esperaba provocar a nadie, pero es lo que sucedió”, asegura.

El vértice de los 30 años como un antes y un después radical: atrás la excitación juvenil, las drogas y las fiestas, adelante un porvenir monótono sin triunfos ni redenciones. Esa crisis padece la protagonista de Electrónica, la novela que Enzo Maqueira (Buenos Aires, 1977) viene a presentar a la Feria del Libro. La profesora del relato se enamora de su alumno adolescente poniendo en cuestión la relación rutinaria con su novio–cónyuge. El paréntesis afectivo –que incluye nuevas y decepcionantes incursiones en viejas costumbres adolescentes– la hace recordar de manera sentidamente melancólica su tránsito juvenil separado por un pasado “menemista” y otro “kirchnerista” en el que quemó sus cartuchos vitales sin obtener nada a cambio. 

Así, la generación que tenía todo para ser feliz se estrelló contra una cruel realidad, sugiere Maqueira, que basó buena parte del libro –narrado en segunda persona– en sus propias experiencias “electrónicas”.

–¿En qué medida es Electrónica generacional?

–No tuve intención de escribir un relato generacional, pero fue el resultado porque estuve atento a alejarme de lugares comunes y convencionalismos o de lo políticamente correcto. Me dediqué a atestiguar lo más fielmente posible el tiempo y aire de época que se respira en cierto sector de la sociedad argentina, sobre todo los hijos de clase media educados en la década de 1990. La novela nace por la necesidad de escribir sobre el vínculo entre una profesora universitaria de 30 años y un alumno de 18. El vínculo se corta, pero para la profesora significa mucho más que una relación trunca. Representa el final de una larga adolescencia característica de la época y el momento en que ella, como muchos hijos de los ‘90 educados en la búsqueda de la felicidad, se chocan contra el espejo.

–¿Y en qué medida es autobiográfica? Escribiste una crónica reciente de Creamfields en Anfibia.

–Toda mi literatura parte de la autobiografía, pero después se aleja hasta adquirir vida propia. Como la protagonista de la novela, frecuenté la noche en aquellas primeras fiestas electrónicas de principios del 2000. Conocí el vínculo de jóvenes universitarios con las drogas, principalmente con el éxtasis y la marihuana. Entendí que la cultura del rock había dejado de ser la dominante entre buena porción de la juventud y que la electrónica traía aparejada una serie de valores nuevos como la pansexualidad, el amor libre y la búsqueda de la felicidad que estaban configurando un escenario diferente al acostumbrado. Me formé en Comunicación Social, así que estoy acostumbrado a trabajar con material de la realidad. Mi vocación es la literatura, de modo que sólo tuve que combinar ambas áreas. Fue algo natural, no podría haberlo hecho de otro modo. 

–¿Es un relato sobre la caída, la decadencia colectiva? 

–No creo que se trata de caída o decadencia, pero sí de llegar al final de un recorrido y descubrir que la felicidad tampoco estaba ahí. La nuestra (los que hoy andamos por los treinta y pico y también los más jóvenes) es una generación cuyo mandato fue la búsqueda de la felicidad. Crecimos en paz, sin guerras, en democracia, y nuestros padres nos dieron todas las oportunidades para alcanzar la felicidad. Durante mucho tiempo creímos que era posible, pero a medida que el tiempo fue pasando descubrimos la verdad, que la felicidad no existe como tal, que en todo caso se trata de procesos, de caminos, y que sólo se trata de seguir pedaleando al horizonte. Parece una obviedad, pero para muchos de nosotros no lo fue y tuvimos que golpearnos la cara contra el espejo para darnos cuenta. Es lo que le pasa a la profesora, que descubre que, por más que la realidad sea más simple que para nuestros abuelos que huían de la guerra o nuestros padres que debieron soportar la dictadura, en el fondo siguen estando la insatisfacción, las cuentas pendientes, los reproches por no haber podido cumplir las expectativas.

Otra edad

–La frontera de los 30 se revela traumática. ¿Es tan fatal llegar a esa edad, ahora que rozás los 40? 

–En su momento lo fue. La adolescencia se extendió y creímos que íbamos a ser jóvenes para siempre, que la fiesta nunca iba a terminar, que mientras hiciéramos lo que nos hacía felices estaríamos a salvo. Pero no lo estamos. La muerte nos espera aunque nos obstinemos en mirar para otro lado, en no hablar de eso, aferrados a la tecnología, al hedonismo, al pensamiento racional. Nuestra generación fue una de las primeras en soportar la caída del ideal, una juventud que se vio a sí misma como la gran favorecida, algo nuevo en la historia argentina cuya juventud fue ignorada o perseguida. A nosotros nos pusieron la alfombra roja para entrar como reyes al palacio de la felicidad pero fuimos quedando en el camino borrachos, drogados, lastimados, y los que sobrevivimos llegamos al final de la alfombra para descubrir que nadie nos estaba esperando.

–Marihuana, cocaína, éxtasis, pastillas. Electrónica se mete de lleno en la cultura de las drogas.

–Las drogas están en Electrónica tal cual están en ese sector de la clase media universitaria que refleja. Hay algo de celebración, de reproche, mucho de alegría y también bajones infernales. Las drogas están mucho más presentes en nuestra sociedad de lo que los medios de comunicación o las generaciones anteriores quieren aceptar. Electrónica es una más de las tantas novelas de la literatura contemporánea que hablan del tema abiertamente sin caer en condenas facilistas ni lugares comunes. Para nosotros (y ese “nosotros” es subjetivo pero también es parte del 10 por ciento de la población argentina que, según estadísticas, consumió alguna droga alguna vez) las drogas son un elemento más de nuestra vida cotidiana como lo fue el alcohol para nuestros padres. Todavía pasará algún tiempo antes de que esto sea visible fuera del arte, pero ya está entre nosotros y los movimientos pro legalización de la marihuana van de la mano con el tema.

–Se habla en Electrónica de la música visionaria de Radiohead, de que las personas ahora son máquinas. ¿La novela esboza un comentario escéptico con respecto a la tecnología y las redes?

–Más que escepticismo hay cierta sorpresa. La profesora y sus amigos quedaron en el medio de dos mundos. Por un lado, la Argentina de los ‘90, furiosamente neoliberal, analógica, apegada a una serie de valores y desconfianzas ligadas a la idea de fin de la Historia, típica de la época. Por otro lado, el cambio de paradigma pos crisis de 2001, la irrupción de las redes sociales, los celulares, el kirchnerismo y su discurso latinoamericanista. Los personajes de Electrónica hicieron el secundario en la década del ‘90 y estudiaron en la universidad en los 2000. Por supuesto que hay matices, pero a grandes rasgos fueron dos experiencias opuestas. Ellos tratan de seguir adelante con sus vidas aunque no logran reconocerse plenamente en el mundo que les tocó.

–La novela tuvo buena repercusión. ¿Esperabas esa recepción, tiene el libro afán provocativo? 

–No esperaba provocar a nadie, pero es lo que sucedió. La realidad es una gran puesta en escena de la cual muchos tratamos de escaparnos porque no creemos que sea una puesta en escena exitosa. Hace agua por todos lados y cada vez es más difícil de sostener. Hay una nueva generación de jóvenes que ya no creemos en la rebeldía, la violencia, el nihilismo ni en todas las posturas ideológicas que dominaron el imaginario social alrededor del concepto de juventud. Pero a la vez estamos dispuestos a iniciar una búsqueda propia, individual y al mismo tiempo colectiva centrada en el amor y la convivencia pacífica, esperando que sea el camino hacia ese mundo mejor por el que lucharon los jóvenes de otras épocas. Estamos intentando otro camino y cuando alguien intenta otro camino siempre están los que señalan con el dedo. Que sigan señalando. Que griten y se enojen. El cambio ya empezó. Electrónica no es nada más que un libro. Hay cientos de miles de jóvenes en nuestro país que saben que son parte del cambio. Eso asusta. Que celebremos la diversidad sexual, que luchemos por la igualdad entre mujeres y hombres, que no escondamos más los problemas debajo de la alfombra, que prefiramos liberar nuestra mente en lugar de ser parte de esa farsa que sólo sostienen quienes no tienen huevos para reconocer sus errores. Mi proyecto es seguir escribiendo. A cada uno le toca su parte. La mía es hacer literatura.