Escribe Alan Ojeda
(CABA) Nacido en Buenos Aires un 4 de noviembre de 1977, Enzo Maqueira es el flamante autor de Electrónica (Interzona 2014), la novela generacional que retoma toda una parte de la noche porteña que todavía no había sido contada, esa de la que forma parte la clase media argentina semi-culta y univesitaria en los clubs de música electrónica. Una historia entre excesos, ironía y melancolía. También es autor de las novelas El impostor (Milena Cacerola 2011), Ruda Macho (Lea 2010) y el libro de cónicas Historias de putas (Lea 2008).
-¿Cómo era la movida electrónica cuando salías a bailar? ¿Cómo crees que cambió?
-No sé cuánto o cómo cambió, porque estoy yendo muy poco -casi nada-, de modo que no tengo cómo comparar. Sé que en algún momento todo iba hacia arriba: más noche, más horas, más drogas, más fiesta, más sexo, y que después fue Cromagnon y eso significó, también para la movida electrónica, algún tipo de freno en lo que se venía viviendo. De alguna manera, ya no fue tan fácil olvidarse de los peligros de multitudes encerradas entre cuatro paredes.
-¿Que tipo de personajes extraños memorables descubriste en la noche porteña? Yo recuerdo un personaje casi mitológico de la noche, la mujer entrada en años vestida de Cowgirl.
-Algunos grandes y hermosos personajes, como el DJ Berger Muzik, que todavía hoy es mi amigo, un tipo que hace años recorre los boliches del país tocando su música, super cariñoso y amable, lookeado como un osito de peluche dark. Después me acuerdo de algunos dealers, que al fin y al cabo eran las personas más amadas, después de los DJ. Me quedo con la “morocha de la mochila”, una chica de trenzas que vendía lanzaperfume.
-Buenos Aires es un lugar de fiesta Non-stop de lunes a lunes. ¿Cómo describirías la vida nocturna de la Capital Federal?
-Hay mucho, pero no tan variado. Faltan opciones y lugares que agrupen a públicos distintos, sobre todo en cuanto a las edades. Me gustaría que la oferta se ampliara en todos los sentidos posibles, que la noche no sea patria exclusiva de los sub-30, como lo suele ser. Quisiera una noche con boliches que no fueran ni caretas ni desastres, que simplemente fueran lugares de expansión del cuerpo y la conciencia, y que uno, como cliente de un lugar, recibiera el trato acorde. Lo peor de la noche en Buenos Aires son los dueños de los boliches, los patovicas y cierto público que no sabe comportarse.
-¿Por qué crees que la escena electrónica, pese a su presencia cada vez mayor en Buenos Aires, aun parece continuar siendo marginada por la prensa musical?
-Porque los medios de comunicación masivos suelen tardar siglos en tomar nota de los cambios que se producen en una sociedad. Por miedo, por prejuicios, por desconocimiento o simplemente por no arriesgar, prefieren ir a lo seguro. Acá hay una fuerte cultura del rock que está muy arraigada, pese a que el rock nacional hace rato que no muestra nada potable, y esa discusión sobe si la electrónica es música o no confunde todo. Por otro lado, el vínculo de la electrónica con las drogas debe espantar a unos cuantos.
-¿Cómo fue el proceso de escritura de Electrónica? ¿Tuviste alguna dificultad al querer poner en palabras la experiencia nocturna?
-Lo más difícil fue no caer en lugares comunes, en descripciones demasiado barrocas, en decir mucho y que a la larga no fuera nada. Cuando entraba en escenas de la noche electrónica empezaba a sentir de a poco que estaba ahí, las cosquillas en la espalda, la euforia, y en algún momento ponía el adagio de Tiesto (leit motiv de la novela) o algún tema de Air y era como estar ahí otra vez.
-Se podría decir que estás inaugurando un espacio de narrativa que, hasta el momento, parecía no formar parte de la literatura. Digo, el ámbito de la música electrónica siempre ha sido muy banalizado.
-Todo fue banalizado en los últimos 30 años de historia argentina. Empezando por la clase media y su vínculo con la cultura. Se entendió mal el postmodernismo, sobre todo en literatura, se creyó que se trataba de escribir todo así nomás y sin preocuparse por qué se estaba diciendo. Ahí donde había una fiesta de gente bailando un ritmo reiterativo y monótono había una parábola de la alienación, una metáfora del consumo, una despedida a la idea de Dios… Había mucho más, como en todo lo que hacemos los seres humanos. Siempre hay algo más. El problema es que, a veces, los tiempos históricos enseñan que hay que dejar de mirar hacia adentro. El neoliberalismo salvaje que gobernó nuestro país hasta 2003 tuvo como consecuencia una buena década siguiente de una cultura destrozada, que de a poco se va recuperando y reconociendo como parte de algo mucho más grande que una academia o un libro de moda.
-¿Cuáles son tus recomendaciones para los jóvenes escritores?
-Que escriban mucho y corrijan el doble. Que se empieza a escribir recién cuando el texto ya está escrito.
-¿Qué escritores contemporáneos recomendás?
-Me gusta mucho lo que hace Roque Larraquy. La comemadre me pareció espectacular. No tiene nada que ver con lo que hago yo, casi es todo lo contrario, pero hay un proyecto, una voz, una épica del detalle que me resulta muy efectivo y cautivante. También quiero recomendar a mis compañeros de ruta, que son muchos y que, cada uno a su tiempo, con sus temas y búsquedas, reconstruyen esa literatura nacional que por tantos años quedó excluida a los límties de la universidad, lejos de la calle. Juan Guinot, Gonzalo Unamuno, Leticia Martin, Sebastián Pandolfelli, Marcelo Guerrieri, Marcos Almada, Ana Ojeda, Tatiana Goransky, Gilda Manso, Esteban Castroman, Iván Moiseff, Selva Almada, Leonardo Oyola, Julián López, Edgardo Scott, Nicolás Hochmann, Yair Magrino, C. Castagna, Loyds, Juan Carrá, Fernando del Río, Javier Chiabrando, Valeria Iglesias, Luz Marus, Christian Broemmel, Giselle Aronson, Ignacio Molina, José María Marcos y Carlos Marcos… Seguro me olvido de alguien, pero no se trata tanto de los nombres (di muchos, lo sé) sino de lo que representan como motor de la nueva literatura argentina, reconstructores del puente entre la sociedad argentina y su literatura, un puente que fue derrumbado en los ’90, como muchos otros puentes, y que ladrillo a ladrillo se está volviendo a levantar.
Foto: parabuenosaires.com