interZona

Guía para el laberinto: Claves de Lectura del Ulises, de Charly Gamerro

Carlos Gamerro, Ulises, claves de lectura, Interzona, 409 páginas. Si se piensa en una lista de libros “difíciles” (de esos que desaniman a los lectores incluso antes de ser abiertos) seguramente no falten En busca del tiempo perdido, El arcoíris de la gravedad, Los reconocimientos, Ada o el ardor y Ulises.

Por RAMIRO SANCHIZ

Incluso no faltará quien sostenga que el de Joyce es “el más difícil” de los mencionados y que, de hecho, muy pocos lo han leído entero. Borges, de hecho, decía algo parecido y él mismo, según su viuda, no lo recorrió de comienzo a fin. ¿A qué se debe esto? Cabe hacerse la pregunta, y está claro que las dificultades incluyen la abrumadora cantidad (podría hablarse incluso de la densidad) de referencias y alusiones, que parecen dar por sentado el conocimiento de la historia de Irlanda, de las obras anteriores del autor (Retrato del artista adolescente y Dublineses, ambas al detalle), del proceso de la literatura de lengua inglesa, de la ciencia, el arte, la política y la economía que pudo abarcar Joyce en su momento y, además, de la vida del autor, así como también cierta paciencia necesaria para indagar (y abrirse camino) en las extensas secciones de monólogo interior que pueblan el libro, por no mencionar las complejas parodias de estilos diversos que se espesan en lo que podríamos pensar como la segunda mitad del texto.

A la vez, desde la publicación de Ulises (1922) se han multiplicado los trabajos académicos y divulgativos que esclarecen algunas de estas complejidades. El propio Joyce, dos años antes de la salida del libro, envió a su amigo Carlo Linati (y al año siguiente uno similar a Stuart Gilbert) un esquema que explicitaba temas, imágenes y correspondencias de cada uno de los dieciocho capítulos del libro, así como también colores, partes del cuerpo y técnicas literarias. De este gran sistema de referencias el más importante es probablemente el de las correspondencias homéricas, que sirvió de alguna manera de andamiaje o estructura para la propia escritura y que, en las primeras publicaciones de los capítulos o episodios, aportó los títulos que todavía hoy son usados por los exégetas. Así, los primeros tres episodios (“Telémaco”, “Néstor”, “Proteo”) integran la “Telemaquíada”, los doce siguientes la Odisea propiamente dicha (“Calipso”, “Lotófagos”, “Hades”, “Eolo”, “Lestrigones”, “Escila y Caribdis”, “Las rocas errantes”, “Sirenas”, “Cíclope”, “Nausícaa”, “Los bueyes del sol” y “Circe”) y los tres últimos (“Eumeo”, “Itaca”, “Penélope”) el “Nostos” o “regreso”. Estas correspondencias, si bien no determinan estrictamente una lectura única de cada episodio, sin duda aportan claves y líneas de sentido que no hay por qué descartar. Por eso, los primeros esquemas creados por el autor sirvieron ¬–y sirven– como puntapié inicial al largo juego de la exégesis, que tiene sus grandes momentos en libros como Ulysses annotated (1988), de Don Gifford, Allusions in Ulysses (1982), de Weldon Thornton, y –ya no centrados en Ulises pero si aportando notoriamente a su lectura– Re Joyce (1965) y Joysprick (1973), de Anthony Burgess, además de Las poéticas de Joyce (1962/1982), de Umberto Eco y la indispensable y monumental biografía James Joyce (1959/1982), de Richard Ellman.

Cualquiera de los libros mencionados se convierten en esa “ayudita de los amigos” que contribuye a facilitar la experiencia de lectura de Ulises. Del mismo modo, comparar traducciones y animarse al original inglés ayuda a abrirse camino y desentrañar la sustancia del libro, llena de vida, humor y tesoros.

Hace un par de meses Interzona reeditó Ulises, claves de lectura, de Carlos Gamerro, que sin lugar a dudas puede ser propuesto como la guía más amigable por los laberintos del libro de Joyce. Su autor, que ha dedicado dos décadas al estudio y la enseñanza de Ulises, logró combinar un profundo conocimiento de las corrientes más profundas de la novela con una buena atención al detalle y un gran impulso didáctico. No es exagerado decir que en sus esfuerzos por esclarecer página tras página de Ulises –leído en la versión de Salas Subirat (1945)– el lector seguramente encontrará el apoyo necesario para abrirse camino hacia la felicidad del texto.

Es cierto, también, que la manera elegida por Gamerro para presentar su texto funciona mejor en un salón de clase que en un libro. El libro está ordenado, adecuadamente, según los capítulos de Ulises y cada uno de ellos es expuesto (tanto desde el punto de vista narrativo como del “conceptual” o, mejor dicho, atendiendo a los procedimientos o artificios de escritura) en base a pequeñas citas que son esclarecidas a modo de comentario o de respuesta a los enigmas que comportan. En ese sentido –seguramente porque no se lo propone– Ulises, claves de lectura no funciona tanto como ensayo acerca de la novela de Joyce sino como companion o conjunto ordenado de anotaciones y comentarios, que conviene tener a mano a la hora de leer el texto al que refiere. Es decir: el de Gamerro no se lee tanto como un libro que se basta a sí mismo (como los mencionados de Burgess, pongamos) sino más bien como un conjunto de notas que sirven de ayuda de lectura. Una muy buena ayuda, por cierto, especialmente para quien está recién entrando al universo de Ulises.

Hay también muy buenas ideas en el libro de Gamerro. Quizá la más interesante aparezca en el prólogo (p.16): “Otra opción (…) sería la de encarar un meta-Ulises donde cada capítulo fuera traducido por el autor cuyos rasgos mejor haya asimilado. Como la propuesta es por ahora utópica, didácticamente y a modo de ejemplo, propongo un dream-team de vivos y muertos con J.C.Onetti para la precisa amargura del capítulo 1, Julián Ríos para el babélico 3, Borges para el ultraliterario 9, Rodolfo Walsh para la política irlandesa del 12, Manuel Puig para el folletín del 13, Guillermo Cabrera Infante para el pastichoso 14 (anticipado en la sección “La muerte de Trotsky” de su novela Tres tristes tigres, Ortega y Gasset para el rimbombante y engolado 16”. ¿Se me permite agregar a un Mario Levrero que funda el teatro del capítulo 15, con su juego sexual de poder, humillación y metamorfosis, su autotribunal y su onirismo delirante en un cuento a la manera de Desplazamientos, Nick Carter, Todo el tiempo y Aguas salobres? ¿O proponer, para un dream-team de escritores vivos a Amir Hamed para el capítulo 3, a Dani Umpi para el 13, a Juan Terranova para el 12?

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