Guillermo Martínez, autor, entre otros libros, de la colección de ensayos Borges y la matemática, de la brillante novela policial Crímenes imperceptibles, del volumen de cuentos Una felicidad repulsiva, ya había sido presentado en 2016 por Fernando Medina para Suena Tremendo.
El comienzo de este segundo diálogo estuvo motivado por un artículo publicado en El País de Madrid el pasado 2 de noviembre, bajo el título: “El 80% de lo que se aprende en la asignatura de matemáticas no sirve para nada”, y que comenta las ideas educativas del matemático inglés Conrad Wolfram, quien sostiene que “tener a los niños en las aulas calculando a mano ecuaciones de segundo grado ya no tiene sentido”. Wolfram es el creador de un programa llamado Computer Based Math, introducido ya formalmente en Estonia. Para Martínez, este es un asunto que debe dividirse en dos grandes cuestiones: por un lado, los obstáculos que pueden enfrentar los niños, salvo los más dotados, en el aprendizaje de las matemáticas, que hacen que sea la materia que más les cuesta. En ese sentido, “cuando los niños tienen de cuatro a siete años, que es cuando son más aptos para aprender idiomas, tocar instrumentos musicales o desarrollarse en un deporte, las matemáticas deberían tal vez ser enseñadas en forma de juego, por ejemplo a través del ajedrez, como para que los alumnos puedan ir entrando en los razonamientos abstractos a través de un medio más amable”, dice Martínez. “Con las matemáticas los niños enfrentan el desafío de aprender un lenguaje nuevo, el lenguaje de las fórmulas, que es abstracto, con la dificultad adicional de tener que ejercitarse mucho, a diferencia de lo que pasa en otras materias en las que el niño aprende, digamos, la fecha de la Revolución de Mayo y para las pruebas luego no tiene más que recordar eso que aprendió. En cambio si al niño le enseñan, por ejemplo, la regla de tres, hay una cantidad inmensa de problemas a los que da lugar esa ley, todos un poco diferentes y que para poder resolverlos el alumno tiene que practicar por sí mismo muchísimo más.”
“Y por otro lado, la cuestión de si las matemáticas que se enseñan en los secundarios son o no obsoletas. Bueno, eso depende mucho del secundario. Creo que se han hecho algunos esfuerzos, por ejemplo a partir de la obra de Adrián Paenza, por eliminar la parte que tiene más que ver con los algoritmos mecánicos e ir hacia las razones por las que algunos problemas son importantes, las razones por las que algunas herramientas deben ser adquiridas. Respecto de que todo lo que se enseña en las escuelas no tiene sentido porque los alumnos pueden ir a las calculadoras, creo que yo sería más cauteloso. Las calculadoras pueden resolver las ecuaciones y ahorrarnos el paso manual, sí, pero ¿quién entiende esas ecuaciones? Lo importante es entender en qué momento debe uno plantear una ecuación, para qué sirven, cuándo esas ecuaciones deben ser de segundo grado, a qué clase de curva dan lugar. La ley de gravitación, por decir algo, uno de los fundamentos del mundo en que vivimos, que rige el sistema solar, los planetas, la caída de los cuerpos es una ecuación de segundo grado. Es decir, si vamos a creer que todo lo que podemos hacer en la computadora no lo tenemos que pensar más, retrocedemos en cuatro patas, vamos hacia Idiocracy. Es verdad que hay una parte que ya no es necesaria, como para calcular logaritmos ya no es necesaria la tabla de logaritmos, pero todavía es necesario saber cuál es el sentido de un logaritmo para las ecuaciones del pasado, del presente y para las ecuaciones que habrá que desarrollar en el futuro...” es parte de lo que dijo Guillermo Martínez a lo largo de la entrevista.
La relación entre matemáticas y literatura, tan bien ilustrada por Martínez tanto en Borges y la matemática como también en La razón literaria –destaca el ensayo/conferencia Series lógicas y crímenes en serie, incluido en este último volumen-; la posibilidad de volver a leer libros “en un estado de ingenuidad ‘rigurosamente vigilada’”; leyes y problemas de la narración policial y un (acaso inevitable) “capítulo Borges” –todas páginas que integran La razón literaria- ocuparon el resto del diálogo. En el final, Martínez mencionó a tres escritores argentinos que admira –uno consagrado, uno muy destacado que viene desde otra disciplina y una joven autora- y recomendó algunos de sus libros. El detalle:
de Pablo de Santis: La hija del criptógrafo, Planeta, 2017.
de Carlos Chernov: Amores brutales, Mondadori, 1998 y El sistema de las estrellas, Interzona, 2017.
de Leila Sucari, Adentro tampoco hay luz, Tusquets, 2017.