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Haber sido grandes. Reseña y entrevista al escritor argentino Hugo Salas. Por Bernardo Terza

La mirada sobre una generación que no fue juventud en la dictadura. Las frustraciones y mandatos, la sexualidad, la familia y la política. Trama y prosa que impacta: Cuando fuimos grandes de Hugo Salas.

“_ ¿No, en serio… vos qué querés ser cuando seas grande? / _ Qué sé yo, ya somos grandes.” Este diálogo que abre el cuento Nadie es tan moderno puede ser una puerta al libro de Hugo Salas. A partir del “ya somos grandes” como respuesta aparece una frustración. Un deseo tapado por la realidad, o la culpa. La fantasía proyectada no se cumplió; no se pudo. Y peor aún, ya no es posible volver atrás. Entonces Cuando fuimos grandes es, entre otras cosas, imposibilidad.

El estilo impacta. Todo se presenta delicado desde el comienzo, de escritura minuciosa y cuidada: “Baste para indicar mi estado actual y condición que he superado con mucho la edad en que esos moscardones invadían la casa al grito de “¿cómo se siente? ¿cómo se siente abuela?”, pertrechados con cámaras, luces y micrófonos. ¡Vieja!, eso hubiese querido gritarles, ¿cómo mierda quieren que se sienta una mujer de más de cien años?” Así se entra al volumen con el primer cuento De fuerza mayor, la aventura de unos viejos caníbales, quizás el más clásico de los textos. La trama de las historias, la estructura de los cuentos y los personajes mutan, no se repiten y uno puede separarlos, individualizarlos. Pero el cuidado en el lenguaje los sostiene a todos juntos.

Impacta salir del relato ¿Qué quiero ser cuando sea grande? A lo mejor lo que más impacta del libro: la niña de Salas que quiere ser desaparecida. ¿Por qué? ¿Cómo vio la tortura de la dictadura argentina? ¿Qué es lo que quedó en estos chicos de los ´80? Con el monólogo de Mariana puede pensarse que Grande en sentido fuerte es la juventud de los años ´70, que vivió y luchó la dictadura. Y la herencia, aquella forma de ser Grande, puede haberse transformado en obligación. La herencia histórica de una generación delega un imposible para la generación siguiente. En aquel sentido ya no será posible ser Grande. Entonces la obligación puede convertirse en la culpa de no poder. Como dice Mariana Lorena Rincón, la voz del relato: “Y a mí me da mucha culpa, como cuando estudiamos catequismo, porque es igual. Jesús murió por nuestra culpa y los desaparecidos también, y el único modo que voy a dejar de tener miedo y de mojar la cama pensando en los desaparecidos es ser una desaparecida yo también, porque así la culpa la tienen los demás…”.

En otro sentido también es imposible volver a ser Grande. Porque Grandes quizás ya fuimos todos alguna vez, pero únicamente cuando éramos unos niños. Cuando fuimos solamente expectativas y proyectos (en su mayoría los de nuestros padres y otros terceros). Pero sobre todo obligaciones morales y sociales a cumplir. Éramos posibilidades lanzadas hacia adelante que aún no habíamos incumplido. Aún no nos habíamos frustrado. No habíamos desobedecido los deberes familiares, políticos o sexuales. Simplemente porque el tiempo aún no había transcurrido. Así fuimos Grandes, en potencia. Así, la madre viuda le comenta a su hijo en el relato Mamá: “Siempre fuiste al revés. Si se te hubiese dado cuando eras chico y estábamos para ayudarte… pero ahora qué hago, me querés decir qué hago. Ya sos grande, no puedo hacer nada”.

Cuando fuimos grandes, de Hugo Salas impacta. Muestra una mirada y una generación marcada por expectativas incumplidas. Jóvenes con voces implacables y exquisitas, que son conscientes de la frustración propia y ajena. Cargan la culpa de mandatos incumplibles y de obligaciones primitivas incubadas desde niños. Con estilo de prosa que impacta, complejiza y se entrelaza en las tramas, compone un conjunto que desdobla, irónico y potente, el entramado de la herencia familiar, sexual y política de una generación todavía joven.

El horror en el cuerpo

Hugo Salas nació en 1976 en Caleta Olivia, provincia de Santa Cruz, al sur de Argentina. Escritor y periodista cultural, trabaja en medios gráficos como Suplemento RADAR (Página/12), Revista Ñ (Clarín), entre otros. En 2010 publicó su primera novela Los restos mortales(Editorial Norma). Cuando fuimos grandes (Alción Editora) es su primer libro de relatos.

¿Cómo definís la relación entre literatura y política, si la hay? ¿Toda literatura es o debe ser, necesariamente, política?
Creo que toda práctica humana, aun la más íntima y privada, tiene un fuerte aspecto político. La literatura no escapa a esta ley general. Además, trabaja con el lenguaje, una materialidad política por excelencia, y siempre se dirige a otro, lo que supone una dimensión social o cuanto menos interpersonal. En todos estos sentidos, la literatura es inevitablemente política, tanto como los modos de hacer las compras o de ejercitar la sexualidad. Esto no quiere decir que siempre deba tratar sobre política. Al contrario, sólo en la medida en que tiene la posibilidad de tratar de cualquier otra cosa (por ejemplo, acerca de la propia literatura), la decisión de poner el foco allí, en lo político, resulta significativa. Paradójicamente, no son pocas las veces en que la literatura que menos trata sobre política termina siendo la más política de todas.

El relato de la niña ¿Qué quiero ser cuando sea grande? es implacable respecto de la percepción que se tuvo sobre los jóvenes desaparecidos, la tortura y la dictadura argentina a una edad temprana. ¿Qué percibían los niñosen aquel momento y qué significó luego esta experiencia para la “generación posdictadura”?
Nací en 1976. Soy un niño de aquel momento, pero no me atrevería a extrapolar mi experiencia a la totalidad de ese universo. Hablando de mí, entonces, la revelación de los crímenes de la dictadura se dio en un doble registro por demás complejo: el del horror, un horror nada metafísico sino absolutamente corpóreo (me refiero, concretamente, a la detallada descripción de sesiones de tortura que podía leer cualquier chico en esa época), y paralelamente el de la épica, la exaltación de la figura del desaparecido, no exenta de un fuerte componente erótico. Sin ser nada pacato, creo que ningún niño está en condiciones de procesar algo semejante, sobre todo con la cantidad de detalle con que circulaba en ese momento. En tal sentido, fue absolutamente determinante, pero no lo único. Cuando se pone a toda esa generación bajo el rótulo de “posdictadura”, se olvida que es la misma que debió afrontar el impacto de la pandemia de VIH-sida y la aplicación del neoliberalismo, con sus repercusiones hasta la actualidad. Para ser claro, la idea de “generación posdictadura” me parece reduccionista, acrítica y, en más de un sentido, muy poco atenta a los problemas y a la experiencia de esa generación (no es casual que haya sido acuñada, en realidad, por otras generaciones, anteriores, que se niegan a abandonar el centro de la escena).

¿Cómo irrumpe, interpela y aporta la literatura de tu generación en la reconstrucción de la memoria?
Creo que hay múltiples aproximaciones, desde cierto respeto a la ortodoxia (libros que continúan los discursos instaurados durante las últimas décadas) hasta otras muy heterodoxas, que buscan negar o eclipsar la problemática, pasando por un amplio espectro de posibilidades que no excluyen la parodia y el enfrentamiento. Salvo en los ortodoxos, advierto la necesidad de destruir (acertadamente) el sonsonete de que nosotros “no vivimos la dictadura” (como si se pudiese atravesar una escolaridad permeada por el nacionalismo confesional del ejército sin que esto tenga efectos irreversibles). Desde ese lugar, se busca también cuestionar la fábula oficial de una población civil inocente y “atónita”, hacia el final del gobierno de facto, al descubrir lo que “en verdad” había ocurrido, y sobre todo dilucidar los efectos que el retorno a la democracia no logró desterrar. Para este grupo, en el que me incluyo, no se trata de “guardar memoria” de algo que ya pasó como si la única posibilidad fuera convertirnos en monumentos vivientes, sino de advertir hasta qué punto el accionar de la policía continúa marcado por aquellos años, por ejemplo, pero también cómo los agentes del campo cultural se malacostumbraron a suponer que toda la cultura (por oposición a la censura) es mecánicamente progresista y libertaria, un supuesto insostenible que sin embargo tiene efectos materiales muy concretos.

¿Cómo ves el contexto literario argentino y latinoamericano?
El contexto latinoamericano es inabarcable, y padece –para colmo– de una pésima comunicación intrarregional como resultado directo de la corporativización ibérica; estúpidamente, para que un libro peruano sea leído en Argentina, debe “venderse bien” en España. Mi lectura de ese panorama es, por ende, muy acotada e incompleta.

En el caso argentino, del que me atrevo a hablar, se escribe mucho y se edita más, lo que no es necesariamente bueno ni malo. Sorprende, es verdad, la bajísima calidad de buena parte de la producción editorial (libros que salen sin corrección, con erratas insostenibles, como si no hubieran sido leídos por nadie) y un muy poco novedoso auge del “descuido” como idea de “escritura directa” o “espontánea” que repercute ya no sólo en lo estilístico, sino incluso en lo técnico.

Fuera de eso, junto con el gran volumen de producción vienen muchos resultados estimulantes. Se escriben buenos libros, del género duro a lo que alguien podría llamar “búsquedas experimentales” (curiosamente atravesadas, en su gran mayoría, por notorios efectos de género que las emparentan y las vuelven mucho más mecánicas que experimentales). Como lector, en este momento me interesan más aquellos que trabajan en un intersticio, desoyendo cualquier oposición radical entre “género” y “literatura”, permitiéndose poner en tensión el lenguaje sin abandonar cierta complicidad con los que leen. Me he vuelto, además, conservador: creo todavía en el libro bien escrito. No deja de llamarme la atención que pasen desapercibidos algunos libros que a mí me parecen más interesantes que otros que generan gran revuelo, pero supongo que eso le pasa a todo el mundo en todas las épocas.

¿En qué proyectos estás trabajando?
En el primer semestre de 2015 saldrá por InterZona mi segunda novela, El derecho de las bestias, que se permite jugar paródicamente con los discursos del y sobre el peronismo. Se trata de un proyecto que comenzó como un “descanso” luego de otra experiencia demasiado personal (mi novela anterior) y terminó cobrando mucho más espesor del que esperaba. Uno de sus personajes protagónicos es Victoria Ocampo, a quien en mi ignorancia había subestimado. La lectura directa de su trabajo fue una verdadera revelación, a tal punto que en este momento estoy escribiendo un ensayo justamente sobre eso: no Victoria como “personalidad”, sino como escritora.