Siempre la ficción ha sido ficción y no por ello ha dejado de ser menos verdadera. Decir que algo es explicable por razones que desconocemos es, antes que una declaración positivista, la asunción de una derrota de hecho. Así funciona el “clic” de lo fantástico, cuando hemos sido derrotados como ego cartesiano y solo nos resta hacernos cargo. En los cuentos de Acá el tiempo es otra cosa* (Interzona, 2015) la duda es, justamente, lo más claro. Tomás Downey nos presenta un ida y vuelta entre lo abominable y lo cotidiano que resume, colgando los guantes, la alusión espacio-temporal que titula la colección.
Hay mucho en la prosa de Downey que nos revela su formación como guionista del ámbito cinematográfico. El autor escribe con la intención de incluir tres aspectos fundamentales: la descripción de la atmósfera del lugar, el retrato psicológico de sus variados personajes y una historia argumental conducente a un fin. El buen resultado de esta propuesta es innegable, al brindarle al lector un relato robusto que enciende sus pasiones sin que extrañe demasiado el lirismo en las imágenes que Tomás opta por no incluir.
El genial truco para la efectividad de estos cuentos yace también en la elección de los temas y de la tonalidad trágica que sume al libro en una oscuridad tan adictiva como la angustia, la depresión o las drogas mismas. En esta narrativa, el sexo vacío, la deformidad y el abandono producen mayor atracción que la felicidad estipulada para horarios de oficina. Particular énfasis debemos poner en el tópico de la infancia desvirtuada, que Downey repite en varias historias. La potencia perturbadora de las escenas que incluyen niños nos la ha enseñado el cine en mil ocasiones. En “Los ojos de Miguel” –la mejor pieza de la serie- podemos apreciar la óptima combinación de estos elementos temáticos con un resultado impactante.
*Ganadora del 1er premio del Fondo Nacional de las Artes, categoría cuento (2013).