Por Alan Ojeda
Al leer los cuentos y novelas de Kafka muchos suelen hacer la misma acotación: “¡Qué genio! ¡Pero qué depresión!”. Cuesta creer que en esos seres torturados hay algo de humor, pero lo hay. Para ejemplificar, un chiste alemán: “Un profesor entrado en años comienza a sentirse solo. Un día vio que, en su clase, había una alumna que se destacaba. Ella era bella pero tenía un problema: estaba en silla de ruedas y tullida. El profesor vio en ella y su soledad una compañía y poco a poco empezó a forjar una relación con su alumna, cada vez más cercana, cada vez más íntima. Pese a las limitaciones de la señorita (su tartamudeo, su mano casi raquítica y su expresión facial paralizada) él se había enamorado y necesitaba confesarlo. Un día, paseando por el parque el profesor decide arriesgarse. ‘Señorita, con todo respeto, debo confesarle que me he enamorado de usted y su intelecto. Quisiera que se case conmigo’, dijo. Ella lo miró y algo sonrojada le contestó con dificultad ‘H-h-h-er prof-f-f-fesor, me honra s-s-s-su declaración, p-p-pero no p-p-p-puedo acep-pt-tarlo’. El profesor se sorprendió y la miró a los ojos algo incómodo: ‘Perdone la imprudencia señorita, pero quisiera saber por qué’. Ella lo miró con algo similar a una sonrisa en su boca y dijo: ‘Es que usted es muy viejo para mí’”. Esta breve narración será suficiente para que el lector conjeture por qué razón es capaz o incapaz de reírse con Kafka. Esto, créanlo o no, nos lleva directamente a Alasdair Gray y sus Historias inverosímiles en general ¿Por qué? Son precisamente los buenos lectores de la tradición quienes son capaces de introducirnos a lo desconocido a través de su producción, haciéndonos comprensible su lógica o invitándonos amistosamente (como en este caso) a entregarnos a la contingencia.
Como señala Drácula en Beber en rojo de Alberto Laiseca, el lector occidental está acostumbrado a buscar en la narración fantástica un alto nivel de verosimilitud, generar mímesis. Sin embargo, en países como China y Japón eso no es igual. Como lo señala el título del libro, los relatos de Alasdair Gray son inverosímiles. Mientras el relato fantástico tradicional busca perturbar la realidad, diluirla (“El mundo será Tlön”), autores como Kafka y Gray nos introducen en un nuevo mundo más similar a Hora de Aventura que a nuestro mundo. Pero lejos de las leyes que parecen organizar nuestro mundo, esos relatos nos permiten ahondar en nuevas experiencias que nos obligan a escapar de la maldición de ser solo humanos. Con relatos acompañados de ilustraciones que hacen honor a la narración, cada historia se desarrolla como una mini-novela gráfica que permite materializar el delirio, acompañando el ejercicio de la imaginación, dándole un terreno más consistente donde sacar raíces.
Historias inverosímiles en general nos obliga a pensar en una de las habilidades propia del hombre que hoy parece estar en una crisis mayor a la que se creyó que habría en la posguerra: narrar. ¿Qué es narrar? En este caso es la habilidad que permite darle consistencia e inteligibilidad a una serie de sucesos fuera de lo común, sin perder nunca el hilo. Es por esta habilidad de Alasdair Gray que, al leer estos cuentos, uno puede volver a sentirse niño, a experimentar esa sensación de entregarse a una historia que lo seduce y que, gracias al tono, ha generado una complicidad automática. El mundo se desmorona cada vez más rápido ¿será la imaginación la encargada de construir una vez que todo haya cesado? Ante la duda, será mejor ejercitarla.//∆z