Sobre ecologismo se han escrito muchas novelas apasionantes. En clave distópica se produjo un verdadero boom en las décadas del 60 y 70 del pasado siglo y, desde que a finales de la misma centuria la alarma medioambiental fuese ganando posiciones en la agenda política y en el interés de los ciudadanos, no han dejado de surgir narraciones que han incorporado este elemento, ya sea con tintes apocalípticos o como un leit motiv más o menos fecundo y recurrente, a sus tramas.
Sin embargo, el argumento de DesHielo, tiene una nota diferente que convierte a su lectura en algo especialmente refrescante (nada más apropiado en este caso) y deseable. Veamos. La última obra de Ilija Trojanow, escritor, traductor y editor alemán, nacido en 1965 en Sofía y autor de El coleccionista de mundos (Tusquets), novela que Günther Grass llegó a comparar con Moby Dick, nos habla de un mundo en paulatina destrucción por la acción del hombre –hasta ahí nada nuevo–, pero en el que observamos a un profesor asistir a la desaparición de “su” glaciar como una pérdida propia.
Zeno Hintermeier, que así se llama el protagonista, deja su cátedra y se embarca como guía en cruceros turísticos que viajan a la Antártida, ansiando encontrar en el último rincón natural del planeta el silencio cargado de verdad que tanto anhela. Pero, ni siquiera entre esos amantes de la naturaleza (guías, periodistas y demás pasajeros) logrará encontrar un alma gemela que sienta la tragedia del planeta de forma tan intensa como él.
Todos consiguen dormir sin pesadillas, volver a su rutina tras la travesía. Hasta ahí ha llegado su toma de conciencia. Tal vez por este motivo, piensa Zeno, sea necesaria una acción más radical. Continuará...
A pesar del obvio compromiso político –la presencia como prologuista de Jorge Riechmann resulta bastante indicativa a este respecto– de un autor, gran viajero y cronista de viajes (es especialista, además, en literatura africana), cuya obra ha sido traducida a más de veinte idiomas y que ha recibido premios como el Bertelsmann Literature Prize, o el Carl Amery (por “abrir nuevas vías estéticas y de esta manera, ampliar la gama de posibilidades literarias”), la novela “no es un simple panfleto, sino –seguimos transcribiendo un fragmento de una crítica aparecida en Der Spiegel– la artística súplica de un poeta. Trojanow permite a su narrador quejarse, dar esperanzas y desesperarse, todo ello mediante metáforas tan bellas como cínicas y sarcásticas.”