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John Cage: lengua haciendo ruido

M. Escritos 1967-1972 es una original recopilación de textos del revolucionario músico estadounidense. Por JUAN ARABIA

Si la literatura beat, al igual que la de William Carlos Williams, intentó representar una experiencia cercana a la concebida “oralmente” (diferenciándose así de la tendencia predominante de poetas como T. S. Eliot, donde la “danza del intelecto” entre las palabras se ubicaba por encima de la manifestación verbal), los escritos, poemas y diarios de John Cage dan un salto aun más profundo: para él el lenguaje es, en sí mismo y de sí mismo, sonido.

John Cage (Los Ángeles, 1912 – Nueva York, 1992), personalidad de un vasto repertorio interdisciplinario, fue compositor, escritor, performer, filósofo, teórico musical, micólogo y artista visual.

El volumen M. Escritos 1967-1972 incluye una serie de trabajos completamente experimentales, algunos donde se combinan tanto el uso como la ausencia de la sintaxis, como en el seriado “Diario: cómo mejorar el mundo…” (los tres primeros ya publicados en Ritmo, etc., por la misma editorial y el mismo traductor, Matías Battistón, en 2016) o “El libro de los hongos” y otros casi ilegibles, como “Mureau”, donde Cage deja de lado la sintaxis normal, o sus “Mesósticos visuales”.

Ninguna otra cosa podríamos esperar de un autor que recurrió al I Ching para determinar de antemano muchas de las variables que regirían su escritura, como la cantidad de palabras, la cantidad de líneas, o más de setecientas fuentes y dimensiones distintas; sin mencionar la cantidad de literatura y metaliteratura incorporada directa e indirectamente en sus versos: Thoreau, Mao, Bashō, Buckminster Fuller y McLuhan, entre muchos otros.

El resultado sólo puede ser productivo si –no pretendiendo en primera instancia sumergirse en una lectura lineal, incluso elíptica, finalmente escindida o anclada al autor– el lector es incomodado y expulsado, desviado de su atención al texto. Enviado a un nuevo lugar, por así decir, donde existen otros sonidos y ruidos, otra formas posibles de completar la atención y el sentido.

Dice literalmente: “La pregunta es si uno puede soportar la libertad demuchos sonidos llegan a nuestros oídOS AGRADAblemente mitigadosQuién no ha escuchado su ruido infinito?mientrasgruñidos graves y aullidos rápidos y repetidos Él le dijo que lo oiría tupo Lo oímos como un sueñoRuido es como el murmullo de las hojas Oigo notas veloces y después su tut tut espir compases de música se extienden interminablementecomoel cable mismo des despertar burbujeante zumba”. (Esta breve muestra, además, contiene algunas alteraciones de fuente, no posibles de reproducir aquí).

Lector de McLuhan y Fuller, no teme recordarnos que ya no leemos de forma sistémica (terminando cada columna, o siquiera dando vuelta la página para terminar un artículo): saltamos. Comprende, con facilidad, que nuestro entendimiento cambia según los avances de la ciencia: la publicidad, la tecnología, la electrónica y los medios de comunicación ejercen una notable influencia sobre nuestras percepciones sensoriales. Pero su actitud frente a la automatización tecnológica no es dramática, sino profética: “Lenguas nos separan./ Imágenes (carteles ruteros de TV,/ marcas, películas) nos unen. En/ camino a la luna, hablamos de números”.

En su intento por capturar lo real, tal y como se presenta frente a nuestra propia sensibilidad y experiencia, Cage se rehúsa a establecer relaciones fijas. El lenguaje, considerado como un cuerpo de sonidos, se libera no sólo de la melodía, sino de la sintaxis y el significado. Admirador de Mao y de la revolución china, del “respeto por el individuo” que promovía Thoreau, Cage creía que los seres humanos tenían la capacidad de inventar una lengua: “Sería mejor no tener ni una escuela/ antes que tener las escuelas que nosotros tenemos/ hoy. Alentados, en vez/ de intimidados, los niños/ podrían aprender varios idiomas/ antes de los cuatro, y a esa edad/ empezar a inventar los propios./ Jugar sería jugar en vez de ser, como/ ahora, liberar ira reprimida”.

Enemigo de toda forma de definición, para Cage el sonido (como toda forma de arte, literatura o experiencia en totalidad) es silencio (espacios en blanco), discontinuidad (alteración tipográfica), interrupción, otredad. Por eso fue capaz de absorber tanto y de borrar la distinción entre literatura y vida: “Robert Duncan me dijo que su poesía era recogida/ de otra gente. La única vez que/ sentía, dijo, ganas de usar comillas/ era cuando lo que escribía eran sus/ propias palabras”.

M. Escritos 1967-1972, John Cage. Trad. Matías Battistón. Interzona, 240 págs.

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