¿Por qué un artista encumbrado deja reposar un puñado de textos durante un cuarto de siglo antes de publicarlos? ¿Por guita? Puede ser, una imprevista campaña financiera. ¿Porque en su momento no los considera satisfactorios? Entonces, ¿por qué luego considera que están listos? ¿Han sido retrabajados? Eso seguro, en algún momento: toda obra requiere decantar, ser empollada un tiempo hasta alcanzar cierta madurez. ¿Porque fueron concebidos para otros destinos? Nada improbable que en cierto momento los mismos contenidos resulten aptos en escenarios más amplios. A esta altura poco importan las razones, cuando siete breves apuntes de John Berger (Londres, 1926- Paris, 2017) de 1960 vieron la luz pública en 1996 y hoy llegan en espléndidas traducciones al público rioplatense.
Cobijados bajo el título de Algunas pasos hacia una pequeña teoría de lo visible, uno de los ensayos dentro del libro de bolsillo de 80 páginas reúne agudas consideraciones críticas bajo la forma de escuetos poemas, reflexiones, comunicaciones epistolares, apuntes. En principio dedicados al aporte en torno a las artes plásticas, alojan en su interior la exquisita escritura de quien ha trascendido en la narrativa. Tanto como los reflejos ideológicos de un autor que se ha reivindicado dentro de los marcos referenciales del materialismo dialéctico durante toda su vida. En efecto, Berger articula en su multifacética obra potentes intervenciones en el espectro de la historia de las artes visuales, a partir de su aprendizaje con el escultor Henry Moore (Reino Unido, 1898-1986) y la experiencia literaria y periodística junto a George Orwell (India, 1903-Reino Unido, 1950), el autor de 1984 y Rebelión en la granja, entre otros títulos. Conjunción empapada con un constante compromiso político, que lo impulsó entre otras múltiples intervenciones, a apoyar al partido Panteras Negras británico y sostener intercambio epistolar con el Subcomandante Marcos, lo que le acarreó no pocos problemas con el macartismo de la época.
Dentro de las artes plásticas, los desarrollos teóricos de Berger, sus comentarios y observaciones directas sobre las obras, han sido reconocidos como cruciales enseñanzas acerca no solo del modo de ver sino de las formas de plasmar esa visión al momento de materializarla. Sin ir más lejos, en una carta de 1995 a Sven Blomberg (Finlandia 1920-2003) reproducida en Algunos pasos..., señala cómo “el espacio invisible es el que siempre están intentando pintar”, pues “sólo el espacio (…) pude dar unidad a sus trazos y manchas”. En consecuencia, lo que usualmente se considera composición “se convierte en lo que es de acuerdo a cómo mantiene unidas las cosas, o a cómo no consigue mantenerlas unidas”. Y advierte: “El fracaso de los cuadros es siempre el resultado de un espacio mentiroso”.
Atento al impacto del capitalismo en la producción artística, el autor alerta: “La historia de la pintura se suele presentar como una sucesión de estilos. En nuestros días, los merchantes y promotores de arte utilizan esta batalla de estilos para crear marcas que ponen en el mercado. Muchos coleccionistas —y también museos— compran nombres, marcas, en lugar de obras”. Para ser arte, entiende él, la pintura ha de ser “en primer lugar, una afirmación de lo visible que nos rodea y que está continuamente apareciendo y desapareciendo. Posiblemente, sin la desaparición no existiría el impulso de pintar, pues entonces lo visible poseería la seguridad (la permanencia) que la pintura lucha por encontrar”. En este aspecto, define, la pintura es “más directamente que cualquier otro arte, una afirmación de lo existente”.
Observaciones destinadas a llevar el acto creador y la emoción estética, su correlato, a la imperiosa necesidad de “olvidar la convención, la fama, la razón, las jerarquías, el propio yo”, arriesgarse “a la incoherencia, a la locura incluso”. Posiciones dilapidadas por algunos cánones académicos, bajo el argumento del reduccionismo poético ensalzado por el virtuosismo literario, ciertamente adjudicado a Berger, sin considerar el peso que tienen sus observaciones en la práctica concreta. Efectivamente, los pintores bajo su influjo reconocen en forma unánime cómo tales caracterizaciones han funcionado como matrices conceptuales dentro de las cuales cada artista supo desarrollar su impronta singular.
Los espejismos propios de la demanda de reconocimiento, en Berger dejan de lado toda vanidad. Para sí mismo y sus pares, promueve un distanciamiento profiláctico del resplandor encandilante de las luces mercantiles. “La ilusión moderna en relación al arte (una ilusión que la posmodernidad no ha hecho nada por corregir) es que el artista es un creador. Más bien es un receptor. Lo que parece una creación no es sino el acto de dar forma a lo que se ha recibido”.
Mutatis mutandis, como en los intercambios vigentes en las comunidades originarias ajenas a la acumulación de plusvalía, donde el ciclo es dar- recibir-devolver, agregando un plus en cada ciclo, la política de John Berger propone un sistema donde se acrecientan los dones, pues en el girar del tiempo se recibe más de lo que se da y se da más de lo que se recibe. Práctica que se halla regida por una estética, a su vez efecto y condición de posibilidad ética. El artista en particular, el productor en general, forman entonces un eslabón dentro de una genealogía histórica. Llevados a un manojo de obras particulares, aquellas cuya dinámica se plasma en Algunos pasos hacia una pequeña teoría de lo visible, constituyen un breviario pagano para el artista, tornándose extensivo al público neófito a fin de que, con esas herramientas, construya en su interior lo que mejor pueda.
FICHA TÉCNICA
Algunos pasos hacia una pequeña teoría de lo visible
John Berger
Traducción de Pilar Vázquez y Nacho Fernández Rocafort