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La apropiación de Ignacio Apolo

Luego de una trayectoria más como dramaturgo que como narrador Ignacio Apolo nos entrega su segunda novela; la primera fue Memoria falsa, una novela ya de culto como afirma Elsa Drucaroff, “fundacional en la narrativa de postdictadura de 1996”(1.).

La apropiación es un muy bien construido thriller, donde el sujeto de la acción, Julia, busca desesperadamente la identidad y el destino de una niña sordomuda al mismo tiempo que construye la propia. Sujeto y testigo de los hechos narrados, va como en el viejo policial convirtiéndose en una detective aficionada que necesita para su propia salud mental llegar a alguna conclusión posible. Como en el policial negro, la aventura la llevará a correr riesgos impensados, encuentros desagradables, y un final inesperado. Un tratamiento resignado por muchos autores sólo para personajes masculinos. Apolo entabla con el personaje un diálogo diferente cuando le construye una historia inquietante que va develando con el transcurrir de los tiempos narrativos una espiral de cruzamientos de relatos donde la realidad de cada uno se teje intricadamente con la de los demás. Apolo se aleja del estereotipo del concepto femenino de objeto y junto a otros autores de su generación indaga en la subjetividad de Julia constituyéndola como arte y parte de su identidad. Por otra parte, está Caty, la niña que dará lugar a todo el entramado sinuoso de la novela, alguien que desde un comienzo es para Julia motivo de múltiples sensaciones:

Caty, Catalina, eras un monstruo. Me asusté al verte. Trastabillé a mitad del giro porque mi cuerpo te rechazó y quiso retroceder, pero ya era tarde. Estábamos naciendo. (…)
Al terror se sumó el reconocimiento.
A través de mi propio miedo supe que ese monstruo eras vos: la niña de las pinturas. Lo supe un segundo antes de que Leo, desde la sala opaca de la vigilia, te nombrara. (7)

Caty también a pesar de sus discapacidades físicas evidentes, es sin embargo, sujeto que construirá en más de un sentido su propio destino, aquél que quiere ser detenido, ocluido por una madre, Gladys, de características siniestras, decididamente criminales. El centro del relato que aúna a estas tres mujeres, es una figura masculina: Leo, profesor de Caty, que va a dejarle a Julia las huellas necesarias para que finalmente logre encontrar una verdad que fue expuesta en la letra de forma fragmentada. Escritura que guarda con la imagen una relación sugestiva a través de otro modo de expresión: el dibujo, la pintura. Caty pinta y sus formas son una exhalación de pedido de auxilio, son denuncia. De todos los sentidos la novela destaca la mirada, no casualmente, no oír, no hablar, son condiciones para el ocultamiento, el silencio es salud, fatídica frase que rodeo nuestro obelisco en épocas nefastas de nuestra historia. Caty casi no habla y no goza de la posibilidad de oír, el lenguaje entonces debe ser visual, las señas, pero todo lenguaje es peligroso y así lo entiende quien le niega esa posibilidad y oculta sus pinturas; testimonio de una vida que tiene dificultades de otra clase de decir. El trasfondo de una memoria criminal rodea a los personajes y nos sumerge como lectores, en un submundo de inquietante presencia. Hacia el final, la historia reciente se cruza con su médanos peligrosos en el caudal de los sucesos de la vida de los personajes, y todo se desencadena para convertirse en una forma de develamiento de aquello que aún se encuentra entre nosotros, un pasado que guarda demasiados puntos suspensivos, demasiados signos de interrogación, muchas respuestas pendientes de ser enunciadas. Como afirma Elsa Drucaroff, la nueva narrativa luego de la dictadura ya no se contenta con explicitar el filicidio desde la castración, sino que ahora lo que se produce es el silenciamiento y la búsqueda de la invisibilidad:

No manipularlos, controlarlos, castrarlos, volverlos infelices (eso, insisto, predomina en las ficciones previas) sino aniquilarlos, que se reduce directamente en asesinar o acorralar hasta el suicidio, o indirectamente en reclamarles invisibilidad, imperceptibilidad, que al menos hagan como sino existieran. (Drucaroff, 336)

Apolo construye una relación madre / hija que responde a esta necesidad de expresar una sensación y una situación que es “una mancha temática” de la Nueva Narrativa Argentina y pone en el cuerpo y la voz de la narradora aquella palabra en acción, que por fin viene a romper desde el amor y el espanto una cadena cuya ruptura le dará oxígeno a las generaciones por venir.

Bibliografía:
Drucaroff, Elsa, 2011. Los prisioneros de la torre. Política, relatos y jóvenes en la Postdictadura. Buenos Aires: Emecé

(1.) Elsa Drucaroff en su libro Los prisioneros de la torre, con el subtítulo de “Generaciones postdictadura: dos listas selectivas” ofrece una larga selección de autores con sus fechas de nacimiento que si bien los ubica generacionalmente en un mismo conjunto, les señala otra virtud por la cual merecen pertenecer a él: “Varios de esos autores han pasado los cuarenta años y se sostienen, pese a su invisibilidad; son continuadores obcecados del linaje de Roberto Arlt: el culto a la prepotencia de trabajo” (211)

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