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La mala sangre

“Narrar es como jugar al póquer, todo el secreto consiste en fingir que se miente cuando se está diciendo la verdad”

Ricardo Piglia


“y todo para que entrara yo:
abajo, arriba, ejido, centro y alrededor.
¿Dónde pasó cada cosa, dónde todo
Sucedió? ¿Infancia, juventud, virtud, error?”

Mirta Rosenberg

La mala sangre, la primer novela de Gabriel Goldberg, es un libro que construye desde el principio una cuadrícula de tiempo entre sus hojas narrando las distintas etapas en la historia de una familia, fragmentos de heridas y sus vestigios en el tiempo. El autor pasa de una mirada microscópica a una vista panorámica, rozando, por momentos, lo cinematográfico. La novela está contada en capítulos numerados, algunos de dos versos, mientras que otros se extienden por varias páginas, estableciendo un juego entre lo visual y lo cronológico, constantemente, intercala el presente con el pasado, conjugando la lectura en el transcurso. Casi como una especie de diario aleatorio en los textos se combinan los sueños con lo real, los relatos oníricos versus los recuerdos, y así se va desplegando la trama. “Yo no seguí mis sueños, no los perseguí, como lo hacen quienes realmente quieren verlos realizados”.

El autor nos lleva para atrás y para adelante, a modo de reflexión, de encontrar el eslabón perdido que decante la razón de su tragedia familiar.

“Me olvidé de Brad, el coach de natación, y de sus instrucciones; me perdí nadando en el borde entre el día y la noche, como ahora, que floto en el límite de la vigilia y la anestesia” dice el protagonista, Daniel Steimberg, instalando una especie de nebulosa, de ebriedad en la memoria donde las imágenes se vuelven liquidas y nos cuesta dilucidar cuál es el relato real.

La mala sangre trata la vida de una familia judía porteña, y sus relaciones de amor y de odio, de castigos y traiciones entre los personajes. Steimberg, es un hombre obsesivo, que escribe haciendo parte al lector de su propia escritura, jugando con lo que sus amigos o familiares le dicen o le cuestionan en cuanto a su novela que aún no terminó, un hombre que entrena y compite en carreras de triatlón y que lidia con los fantasmas del pasado, sus hermanos, y la historia de sus padres. Su vida está atravesada por traiciones, y por desgracias enormes como el atentado de la AMIA o de las torres gemelas, está dividida por estos hechos y trata de reconstruirlos a medida que escribe, sumergiendo al lector en las sensaciones más grandes de dolor. “Un tipo obsesionado. Escribe pensando y piensa en qué escribir. Escribe en el auto, en la bañera, en sus entrenamientos, nadando en la piscina cientos de yardas. En vez de relajarse, este tipo piensa en qué va a escribir cuando termine de nadar o cuando termine de escribir. Tiene un teclado inalámbrico guardado en el baúl de su auto que sólo usa para escribir en su teléfono. Es un perturbado. No puede dormir ni pequeñas siestas de veinte minutos”.

La novela está poblada de relatos clandestinos, de misterio, de clanes, de relaciones políticas y acomodos, también de amor y de amistad, de lo que perdura y de lo que lastima. Steimberg pasa sus días abrumado, haciéndose cargo de algo que no le corresponde, tratando de entender la crueldad de sus hermanos, quienes lo desheredaron de su familia, de las agresiones de su madre, de su padre de quien ya solo le queda el recuerdo triste de no haberlo podido salvar, mientras, ambiguamente, trata de justificar las situaciones por momentos, confundido. Y con esa excusa nos devela la historia de ciertos circuitos sociales, de exilios, de venganza, de lo que está tapado, de las distintas miradas de la sociedad, de esos juicios de valor: “La Embajada quedaba en Recoleta, zona de gente recalcitrante, de derecha, golpistas y ultracatólicos. Señoras, como mi suegra Isabel, tan ignorantes como reaccionarias, que decían y aún dicen, que en la Argentina no existe el antisemitismo, que en ese atentado no sólo murieron judíos, que también murieron argentinos inocentes”, y así entre párrafo y párrafo el personaje denuncia, a su modo, a ciertos sectores sociales, los evidencia, deja expuestos sus hilos. Mientras, escribe para sobrevivir, para soportar.

A diario se persigue con su imagen, con su trabajo, con el rol que debe cumplir como padre, como esposo, como hijo y se cuestiona, se atormenta con la idea de que el inspector de su trabajo lo encuentre, se encierra, se encasilla en un lugar, el más difícil.

“Así es la historia con mis dientes. Como un cáncer crónico. Todo se remonta a los trece años. Más exactamente, al comenzar los preparativos para la celebración de mi Bar Mitzvá”. La mala sangre es una novela que tiene distintos tamices, que a través de metáforas va trazando dualidades, que con cierto humor puede expresar las cosas más terribles y que en el vaivén del relato siembra la intención de llegar hasta la última página, porque nada está resuelto mientras tanto.

“Ayer comenzó el verano, pero también el invierno. Depende de qué lado estemos. Si es que hay dos lados y si es que estamos en algún lugar. Vinimos a uno de los campos, el que está más cerca de Buenos Aires. Salí a correr tres millas. Sentí como si hubieran sido veinte.”