Por Martín E. Graziano.
En La noche politeísta también hay una epidemia. Desglosada en una larga nota al pie, el Mal de Muybridge (también llamado, sucesivamente, Mal de la Enciclopedia, Mal de Bourbaki, enfermedad de Arnolfini e incluso, de modo informal, “polen de la verdad”) es una afección cognitiva: la memoria del paciente transporta el detalle de una escena a la siguiente e incorpora ese detalle en el otro recuerdo “sin fijarlo del todo”. Así, un estudiante de Bellas Artes mete un perrito de Van Eyck en medio de Las Meninas y el protagonista de “El mal de uno” trafica el destello de la novia de su amigo en un amor de la adolescencia. No solo los personajes de ese cuento la padecen. El libro entero parece contraer la enfermedad hasta que, promediando la lectura, se contagia un paciente clave: el lector. Con o sin barbijo.
Publicado por Interzona, el nuevo libro de Luis Chitarroni es una colección de –como quería Salinger– nueve cuentos. No todos son inéditos. Algunos ya fueron publicados, como apunta el prólogo, en revistas como Qué Pasa, El Ansia o algún suplemento de Página 12. “El propósito y la proporción de este ciclo de relatos –la noción de error, el concepto de continuo- fue posterior, y los adquirió (o los contrajo, como una enfermedad) cuando presenté a los editores el primer título y el primer índice, distintos de los que encontrará el lector acá –dice Chitarroni–. El juego de relaciones y circunstancias entre los personajes, advertimos, tiende, como tantos, a buscar con cierta fatiga la forma de una elipse o un círculo”.
Casi todo es culpa de El carapálida (1997). En “El síndrome de Pickwick”, sin ir más lejos, los ex compañeros de colegio del protagonista se confabulan para vengar el maltrato que les prodigó con aquella novela. En “La noche politeísta” no solo asistimos al regreso tambaleante de Nurlihrt, sino que su propio narrador gravita como aquel narrador: una figura fantasmática que, mientras los personajes se quejan de la gentrification de Barracas o los eufemismos para reemplazar Damas y Caballeros en las puertas de los baños, coreografía el relato como si fuera una suite.
La verba del quía es incontenible. Una profusión dieciochista que no deja tranquilos a sustantivos, verbos y adjetivos –obvio– pero tampoco –menos obvio– a los nombres propios: Tartarín de Tarascón, la poeta Eloisa Betelgeuse, la Princesa Ábside, el servil Galonop, etc. Sin embargo, detrás del mero lenguaje –o mejor aún, en el lenguaje– acecha el punctum: un misterio familiar, el humor como antídoto, un amor que no pudo ser. O que fue hasta donde pudo.