La fauna divina crea una historia, que si no fuera por la performance verbal de Bernarda Pagés, sería imposible hacerla. Porque no te dice que la historia es histérica, solo se constituye cuando se la mira y lo que tiene que lograr el narrador de esta historia es armar una historia que no puede mirarse. Presenta una carencia muy genial de la cordura, que no puede autoreferirse, que no puede reflexionar sobre esto, entonces lo único que hace es avanzar.
Sobre eso escribí cuando terminé de leerla y es lo que voy a intentar leer.
Hay novelas, hay unas pocas novelas, que ocurren mientras el lector las lee. Es un efecto extraordinario y, en gran medida, incapaz por completo de transmitir su secreto. Se convierte así en un misterio simultáneo, en una especie de fenómeno adyacente. No sé si este ajuste o desajuste vuelve a provocarnos la relectura, porque la relectura necesita, en efecto, canjear el tiempo de lectura, convertirlo en un amague, en todos los casos en un ensayo.
La fauna divina ocurre una vez, y en el curso de su acontecer podría acontecer el uso de su presentación, si la presentación no fuera una especie de remordimiento. Remordimiento es, por supuesto, una medida que atenúa la admiración que despierta una novela como esta.
La fauna divina ha previsto el funesto desenlace, así como ha previsto muchos resultados que suelen quedar librados a la arquitectura del azar una y otra vez. Para mi tranquilidad, espero encontrar la explicación alguna vez.
Bernarda Pagés, gracias a su oficio, gracias a su dramaturgismo, es capaz de adaptar, es capaz de adecuar las pequeñas maniobras teatrales de la novela a los breves escenarios que todos los lectores transportamos. La novela es como una especie de construcción de aire que va armando un instrumento perfecto para su ejecución, creando los pasadizos y creando los circuitos.
Para abusar de la atención de ustedes, creo que La fauna divina puede postular una oportuna teoría general de la novela, cuando en el capítulo once se ensaya la enumeración consecutiva, se arriesga una descripción del mundo, un breve y preciso diagrama de la vida. Una rueda, un tren fantasma, una carta de circo y un laberinto de espejos; como si en su primera novela Bernarda supiera ya, en qué momento la acción irrumpe. En esa intuición, la clave desborda que esta criatura, de sangre casi caliente, va a compartir nuestra vida unos cuantos días. Lo que suele compartir una novela, cuando es una novela como esta, tan felices nos hace.
Como un protón o como una ameba. Como una lágrima o como, para ponernos a la altura de las circunstancias, una cuerda; Bernarda Pagés ha resuelto los enigmas de la novela y con honestidad, con genio, con modestia, ofrece un elenco de monstruos insustituibles. Una admirable fauna divina, no un bestiario, ni una jaula. Una fauna, un elenco, una actuación, una obra, una verdadera novela.
Desgrabación de las palabras que pronunció Luis Chitarroni en la presentación de la novela La fauna divina, de Bernarda Pagés, en la Casa de la Cultura, el 2 de octubre de 2014.
Nota sobre la imagen: notas que tomó Luis Chitarroni sobre el libro de Bernarda Pagés.