Esto no es un balance. Comparto ideas sobre algunas obras argentinas editadas este año. Es un recorte arbitrario, incompleto, guiado por el gusto y condicionado por el desconocimiento. Como crítica, no sigo el ritmo a lo que aparece, eso lo hacen los suplementos culturales. Tengo mucho nuevo interesante esperando en mi biblioteca. Hablaré de tres obras nuevas y dos reediciones para festejar. Las reediciones: Villa Celina, de Juan Incardona (Interzona), y El año del desierto, de Pedro Mairal (Salto de Página). Libros muy distintos que tienen en común la pulsión de inventar mito y construir tradiciones literarias nuevas a la patria. Hacía mucho que no se conseguía El año del desierto, con justicia obra de culto para la generación de lectores jóvenes de activo protagonismo cultural luego del 19 y 20 de diciembre de 2001 (una efeméride que en la novela es puro combustible en explosión). Villa Celina, proyecto menos ambicioso pero bello y también hoy, de culto, significó por un lado el encuentro de Incardona con su propia voz (y el comienzo de una obra que fue asumiéndose cada vez más como generadora de mitos); pero además, fue tal vez una de las primeras narrativas que hizo entrar en la literatura argentina el mundo marginal suburbano de los años noventa y lo volvió linaje, civilización.
En abril, Ariel Magnus regaló otra de sus obras desopilantes, donde lo obsesivo alcanza coherencia demencial. Esta vez es un hermoso libro-objeto que acompaña con su arte una literatura que lleva a las últimas consecuencias el lugar común de la materialidad del lenguaje: Comobray. En tiempos de buscas perdidas (Miríada) juega con Proust, o mejor con un procedimiento de Proust: sus comparaciones. Si el lenguaje crea mundo, un sillón tiene brazos tal vez con manos y pulseras y las metáforas de Proust existen, concretas, una por una. Magnus provoca una risa que trasciende el festejo del ingenio. La risa como emoción profunda. Y hablando de risa, pero ahora de una que da escalofríos, también en abril llegó la segunda novela de Hugo Salas, El derecho de las bestias (Interzona). Es una parodia desopilante de Amalia, de José Mármol, en clave antiperonismo-peronismo; su deliciosamente absurdo lenguaje decimonónico construye un coágulo histórico que condensa a la vez cada uno de los cuatro peronismos y el kirchnerismo, cuya existencia misma permite la novela. Ya en 2014 Salas mostró con sus cuentos Nadie es tan moderno que la risa puede ser intragable subversión social. Ahora retoma la vieja y residual oposición civilización-barbarie, para clausurarla. El dolor es tan amargo como el humor. Un libro sobre el odio que produjo lo que se viene.
El año se cierra con otra obra desoladora y exquisita: Quema, de Ariadna Castellarnau (Gog&Magog). Cuentos que despliegan un mundo entero donde algo atroz ha ocurrido. En la clásica ficción post apocalíptica Castellarnau hace algo distinto: el microscópico espanto de las relaciones personales. Locura y pulsión de muerte se abren camino silencioso en los intersticios de cada vínculo íntimo, mientras locura y muerte han triunfado en el planeta. Opera prima de cuentos austeros, extraños y tremendos.