Por David Voloj
Ezequiel Martínez Estrada fue un intelectual versátil, díscolo, comprometido con las causas revolucionarias. Para abordar la heterogeneidad sociocultural argentina y latinoamericana empleó distintos lenguajes porque, al decir de Horacio González, en él se exhibe un pensamiento completo, un esquema que trata de capturar todos los sentidos posibles de la realidad.
Tras su muerte, en 1964, Martínez Estrada dejó entre sus papeles una novela inconclusa, ambiciosa, que tardaría 50 años en ser publicada con el títuloConspiración en el país de Tata Batata.
El escritor Ariel Magnus estuvo a cargo de la compleja y caótica tarea de edición. Como se aclara en las primeras páginas, el libro llegó a sus manos de forma desmembrada: páginas escaneadas, borradores ilegibles y con dificultades grafológicas fueron organizados a partir de una estructura fragmentaria. Esto le da a la novela una extraña sintonía con la narrativa contemporánea: “La complicidad del lector resulta en general determinante para que la novela funcione, pues la ilación entre sus capítulos es bastante sutil. No esperar un todo perfectamente cohesionado es condición para que igual se vaya componiendo ese país vago y a la vez reconocible”, previene Magnus.
La trama de Conspiración… gira entorno a la historia de un país grotesco y alegórico, ambientado a fines de la década de 1950. Una miscelánea de diálogos paródicos, crónicas y retratos de costumbres recrean este territorio imaginario donde la desigualdad está garantizada por ley y la corrupción atraviesa cada sector de la sociedad. En el país del Tata Batata ha habido 19 golpes de Estado y otras tantas reformas constitucionales. La mayor parte de la sociedad integra las filas militares mientras que los trabajadores asalariados han firmado (o estampado el pulgar) en el nuevo contrato laboral. La prensa, las universidades y los sindicatos están controlados por familiares y amigos del gobierno, que a su vez se confunden con los espías, infiltrados, ateos, humanistas, apátridas, comunistas que conspiran contra el poder estatal.
“Se consideraba que conspirar era un deporte de alta categoría. Más interesante y apasionado que el ajedrez, sin ningún género de comparación ni de peligros. Conspiraban mujeres y niños, como militares, prelados y magistrados. Formaba parte de las actividades honorables, y en la Capital Federal participaba también el cuerpo diplomático”, dice el narrador. Y esa palabra, conspiración, es la que más se repite en la novela. Quizás allí resida la visión profunda de Martínez Estrada, así como la tragicómica actualidad de su pensamiento.