interZona

Las estrellas federales, de Juan Diego Incardona

Por Nicolás Alabarces / La última entrega de Incardona, Las estrellas federales (InterZona), se agrega a la tríada "Villa Celina", "El campito", "Rock barrial". Como en las anteriores, esta novela nuevamente nos invita a recorrer la comunidad peronista del conurbano bonaerense. Vuelven a aparecer algunos de los mismos personajes que ya conocemos, como Carlitos “el ciruja”, el gato montés, la curandera La Porota y, por supuesto, la voz del yo enunciador encarnada en el joven Juan Diego.

Las referencias al territorio, a la mística barrial y al mundo del trabajo son el continuum de la saga, la política topológica y la ontología obrera de la estética incardoniana. Pero, en este caso, el escenario de Las estrellas federales se sitúa en los años ’90. La desocupación y la angustia aparejada por la pérdida del trabajo van ser acá el diktat de la novela. Si en El campito veíamos a la comunidad organizada, exultante, reunida para escuchar las historias fantásticas de Carlitos “el ciruja” sobre la resistencia, acá el pueblo aparece fragmentado, desdibujado y angustiado. La comunidad está escindida. El fantasma del neoliberalismo comienza a devorar los sueños y las fantasías del pueblo y, junto con ellos, la vida de las personas. Pero, por lo mismo, también empiezan a aparecer los sobrevivientes, los espectros de la desocupación, de los menesterosos y marginales, figuras mutantes de la periferia que escupe el neoliberalismo. Esos espectros, va a decir Incardona en el prólogo del libro, “son figuras del peronismo”, una multitud fantasmagórica que, en su carácter de trabajador desocupado, reviste una doble animalidad: la de ser peronista y, a la vez, un resto y un excedente de la lógica de producción.

Todos los trastocamientos respecto de las tres entregas anteriores se van a fundar, como decíamos, a partir del eje de la desocupación. Estos giros van a poder verse en, al menos, dos órdenes: el del género que vehiculiza la historia y en el tópico de la invasión (tema por antonomasia de la “literatura peronista”).

El género ya no va a ser el fantasy con los componentes épicos de resistencia que veíamos en El campito, sino el de la ciencia ficción. El paisaje de la novela es el de un escenario postapocalíptico, desértico, de fábricas cerradas y abandonadas, desolado y destruido por una lluvia ácida que cae sobre ellos. Los personajes que acompañan ese escenario son una cuadrilla mutante, el Circo de la Mutaciones, con deformaciones en su cuerpo, corte circo criollo mezclado con mutantes de habilidades posthumanas: el hombre regenerativo, el enano gigante, la mujer lagartija…

La invasión, por su parte, va a estar figurada por una plaga de flores federales contaminadas por sustancias químicas que atiborra los suelos de Villa Celina. La figura de la invasión encarnada en el símbolo de las flores federales nos resulta históricamente referencial, sobre todo teniendo en cuenta un escenario que se sitúa en los años ’90. Ya no es, como en El campito, la invasión del centro porteño, cajetilla y gorila a las tierras del conurbano, ni como la clásica invasión operada por la tradición literaria de la “turba iracunda”, “negra” y “grasita” irrumpiendo en los espacios públicos de la ciudad; por el contrario, aquí la ecuación se pliega sobre sí misma, una suerte de autoinvasión desde y en el mismo territorio del conurbano bonaerense y, además, con un símbolo -el de la estrella federal- que es asumido como propio en el imaginario del peronismo combativo.

En este caso, me gustaría pensar -en la misma clave que Jameson en su ensayo Arqueologías del futuro– en el carácter conjetural, históricamente sintomático y actualizador que tiene la ciencia ficción. ¿Es sólo una novela que habla del abandono del Estado, de un desierto de fábricas cerradas y de los efectos químicos de las políticas neoliberales que acaban inscribiéndose en el cuerpo de los obreros que devienen animalidades mutantes en tanto elementos asociados a una época pasada? ¿No hay, acaso, una vuelta a ese abandono propio de la tanatopolítica, a un escenario de desocupación, traiciones, cinismo, precarización y despidos, con una gran revancha y odio de clases? Tal vez allí se cifre la paradoja de esta nueva narrativa argentina, como es el caso de Incardona: emerge del desierto del 2001, pero atisba nuevamente la presencia de un retorno ominoso.