Por Fernando Krapp
Hace tiempo que a Carlos Chernov le preocupa la extrañeza. No lo extraño, lo raro, lo indefinible, no; la extrañeza de las cosas. Por qué las cosas son lo que son. “El fuego es extraño, tener hijos es extraño” dice con una voz cadenciosa, pausada, en su apretado consultorio de Palermo, lugar donde recala cada tanto, cuando no está a unos metros de la playa mexicana, país que tomó como lugar de residencia desde los últimos años. Chernov vuelve al genero mundo de las distopías, después de que sacudiera el panorama de la literatura argentina de fin de siglo con Anatomía Humana, una sátira de un mundo donde desaparecen los hombres, novela por la que obtuvo el premio Planeta-Biblioteca del Sur. Novela que le permitió colgar (un poco, no tanto) el traje de médico psiquiatra y psicoanalista, para encarrilar su deseo hacia una carrera como novelista y cuentista (prolífico en ambos casos), con títulos como Amores brutales, El amante imperfecto y El Desalmado, por los que obtuvo varios premios.
El sistema de las estrellas (publicada en tapa dura por Interzona) lleva al extremo esta idea de la extrañeza. Un mundo donde las cosas no están dadas vueltas o satirizadas (clásicos procedimientos de la ciencia ficción en cualquiera de sus variables): es un mundo donde las cosas son como son. O al menos, como las ve Chernov: “¿Para qué te sirve ser millonario? ¿Qué es lo más caro que no podés comprar? No podés comprar tus hijos, ni elegirlos. No podés vivir más tiempo del que te permite tu cuerpo. Eso me parece un núcleo muy rico del libro. Un disparador de ficción”.
Esas preguntas, un cuento de Ballard donde un subte interminable atraviesa el espacio, un artículo que Chernov publicó, con una idea (disparatada) en donde planteaba que la Tierra, en algún momento, dejará de ser tierra y se convertirá en una masa cribada, como una mina, y una parodia a sus, dice el autor, años marxistas, en donde la división entre Proletario y Burguesía estaría extremada por la falta de capas medias, fueron los distintos gérmenes que le permitieron crear este mundo reconstruido después de que una Gran Catástrofe ambiental destruyera el mundo.
Chernov estuvo dos años haciendo una investigación que, según él, tampoco le sirvió del todo. Investigó sobre genética, física cuántica, zoología, hasta leyó sobre un urbanista que proponía una ciudad hexagonal, pero a la hora de escribir lo único que le sirvió fue la escritura misma (que también le llevó dos años de trabajo): ahí es donde se le ocurrieron la arquitectura de este universo, donde su cabeza conectó y teorizó, de un modo por supuesto extraño, sobre cómo serían las cosas en un mundo totalmente devastado, y al mismo tiempo, nuevo. Imaginó, entonces, que un chico de los proletarios, para escapar de su condición de clase, decide convertirse en actor. Chernov sigue a este chico de nombre Goma (uno de los dos personajes con nombre propio, muy particular) en su aprendizaje; desde una infancia atravesada por la supervivencia de los pobres que venden a sus hijos, hasta su recaída en el mundo de los Millonarios, donde Goma vende su cuerpo primero para placeres de las mujeres y después para placeres psíquicos en un mundo donde los Millonarios pueden conectarse a un sistema llamado “películas de vida”. En esas películas, los actores son entrenados para sentir cualquier experiencia posible y trasmitirlas, por medio de unos cables, a los compradores de vidas.
Ana María Shua, una de las presentadoras del libro, destacó el uso de los eufemismos, al estilo de George Orwell: la nueva burocracia, en este mundo regido por millonarios reorganizados después del desastre global, dice las cosas como son. Pareciera que los aparatos de reproducción de ideología ya no estarían camuflados en escuelas, congresos, hospitales, no habría un relato para la obediencia y el control; hay una Oficina de Distribuidora de Amores donde la gente da hijos, un Banco de Genética Humana donde la gente vende esperma, el Ejército de los Muertos. Como si, con el desastre mundial, hubiera renacido un mundo pre moderno, medieval. Es un mundo en estado de supervivencia por un lado, y de aburrimiento y lujo excesivo por el otro. “No tiene cosmética. Lo curioso es que la cosmética viene de Cosmos, opuesto al Caos. La cosmética es el pequeño orden de la cara, pero no deja de ser maquillaje. Si pensamos en las teorías del caos, y la física cuántica, vemos que la idea de Cosmos se vuelve más compleja. Acá no hay consuelo, no hay religiones. Incluso si pensás la revolución, también es un opio de los pueblos. Si mirás desde la Revolución Rusa para acá, te das cuenta que el problema no es político ni religioso; es un problema del sujeto. El ser humano no cambió. Lo ponés en algún sistema y siempre lo pervierte, lo arruina. Esa es la tesis del libro. No hay cosmética, es todo descarnado”.
Es, pues, una novela carnal: el cuerpo de Goma es como el deseado cuerpo de Mario en Anatomía Humana. Los pobres lo único que tienen para vender es su cuerpo; ya sea como hijos o como modos de vida, mientras que los millonarios pueden acceder a “descuerparse”, y evitar todas las molestias que el cuerpo conlleva, desde el envejecimiento hasta el dolor físico. Las marcas que se imprimen en el cuerpo de Goma en su ascenso al sistema de estrella (en alusión al star system), un nombre que, por otra parte, dispara varias significaciones como un flipper narrativo, son las que Chernov describe con paciencia y pericia, en las que va montando no solo un mundo sino un aparato teórico. Su estilo, que el autor no duda en asociar directamente con el ejercicio médico, remite a la vieja ciencia ficción, aquella que Minotauro publicó en la época dorada del género que no se vio afectada por las mezclas ni los cruces de weird fiction (asegura no leer ciencia ficción de hace mucho tiempo). Y en cierto modo, la apuesta novelística de Chernov, si bien se mantiene en concordancia con su propia aventura literaria, se vuelve un caso atípico para la literatura argentina actual; una literatura que por anacrónica en su ambición resulta extraña, y por extraña, al leerla, uno tiene la convicción que, todo lo que Chernov describe y analiza, está ocurriendo ahora, hoy día, en las calles de nuestro presente.