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Lectura de verano

Por Daniel Link

No suelo leer en vacaciones. Como es lo que hago todo el resto del año, prefiero invertir mi tiempo en tareas menos habituales: pintar, lijar, barnizar, hacer jardinería. A veces traslado libros que vuelven de las vacaciones intactos. Al volver los miro con pena, porque sé que ya no voy a poder leerlos: otras cosas se me impondrán con plazos determinados.

Pero durante la semana que pasé en Mar del Plata leí un libro extraordinario que me reconcilió con la lectura inconsecuente, porque sí y, todavía más, con las potencias de la literatura que, pese a todo, permanecen intactas.

Un libro bueno, la literatura de verdad, vuelve importantes para nosotros cosas que no lo son. ¿Qué me importan a mí los chismorreos de unas mujeres de clase alta neoyorquina? Absolutamente nada, hasta que leo Plegarias atendidas, de Truman Capote. ¿Qué pueden importarme los pareceres de un joven sobre lo que pasó en una fiesta en la que él no estuvo? Poco y nada, hasta que leo Glosa, de Saer. ¿Y a quién podrían importarle las desventuras de un abogado fracasado que ingresa al clero y se dedica luego a las misiones evangelizadoras por el mundo del siglo XVIII, hasta que se ve obligado a abandonar el barco en el que lo transportaban y a navegar a la deriva en un botecito por mares desconocidos y ominosos hasta llegar a un islote que no es tal sino un volcán en erupción? Por supuesto, ¡a nadie!

Un libro bueno, la literatura de verdad, vuelve importantes para nosotros cosas que no lo son

Y uno podría persistir en ese desinterés si no fuera por El náufrago sin isla, de Guillermo Piro, que nos obliga a considerar como propios cada uno de los pormenores de la vida de Salvador de Liguria, pero en particular por detalles insignificantes como las reglas del Aluette (que en Wikipedia aparecen como similares a las del truco).

Más allá de su valor específico (contar una historia en particular, y hacerlo bien, a través de una lengua rica en pliegues sintácticos, luminosa en metáforas y, sobre todo, sostenida en un ritmo que no decae a lo largo de sus ocho capítulos), El náufrago sin isla nos devuelve la confianza en las potencias de la literatura: la novela de Piro nos fuerza a pensar en asuntos que no nos interesaban y a abrazarlos con necesidad maníaca. Por supuesto, esa es una cualidad solo de la literatura de verdad.