“Cuando era niño había carteles en las paredes que decían: `Mate una mosca, se lo pide el Club de Madres`, y naturalmente nosotros escribíamos debajo `Mate una madre, se lo pide el Club de Moscas`. Nunca sabré qué resultados dieron las dos campañas”. Firma este breve texto Julio Cortázar uno de los cientos autores que integra El libro de las moscas.
Se trata de una Antología de poemas, prosas breves y canciones. Cacería y taxidermia de Aurelio Asiain publicada recientemente por Interzona.
Asianin (Ciudad de México, 1960) es poeta, ensayista y crítico, editor, traductor y fotógrafo. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta dirigida por Octavio Paz, y director fundador de (paréntesis). Ha recibido numerosos premios y reconocimientos por su obra que sería largo enumerar, pero el Libro de las Moscas es una muestra elocuente de su talento, capacidad de investigación y también de su originalidad.
Al recorrerlo uno comprueba la importancia que tienen en la literatura y en la vida esos seres alados que no tienen la dignidad poética de los pájaros y, por supuesto, tampoco de los ángeles, que aunque son seres que sólo existen en la imaginación, siguen siendo sinónimo de todo lo bueno.
Las moscas, en cambio, parecen nacidas sólo para molestar y a través del tiempo se han inventado todo tipo armas mortíferas (o mosquíferas, valga el neologismo) para acabar con ellas.
Hay que enumerar aquí la primitiva palmeta que causó siempre cierta repugnancia por estar sucia de cadáveres de moscas; el temible y ya obsoleto aparato de flit, una suerte de tanque de guerra para matar seres diminutos; la muerte por electrocución inspirado, sin duda, en la silla eléctrica, que todavía queda como rezago de guerra en alguna carnicería y en algún bar de pueblo polvoriento y caluroso, hasta la discreta y limpia muerte en aerosol de hoy en día.
Luego de una disquisición del escudo de Ulises en relación con las moscas, Asiain concluye: “Donde hay moscas hay vida” y más adelante dice refiriéndose al Poema de Gilgamesh . “Un collar de moscas, en este relato, propicia el surgimiento de la humanidad. Las moscas que rodean el cuello de la diosa madre son como el océano que circunda el escudo de Ulises.
Ésta es una justificación suficiente de por qué acometió la ardua tarea de seleccionar textos literarios sobre moscas. Y hacia el final del prólogo explica: “Este libro ordena cronológicamente parte de una colección reunida a lo largo de cuatro décadas. Incluye poemas y prosas breves de varia invención, pero no cuentos y ensayos, que esperan otros volúmenes. Salvo indicación en contrario, las traducciones son mías”.
A continuación viene una catarata de textos sobre la mosca que quizá nadie hubiera sospechado que existiera, una suerte de catálogo literario sobre este pobre ser alado que los seres humanos matamos sin remordimientos mientras muchos poetas les han cantados loas.
Precisamente, para dar una noción de la bondad del pueblo de los Abrayamanes de los que Marco Polo da cuenta en su Libro de las maravillas del mundo ejemplifica: “Yo os digo: por nada matarían a alguien, ni siquiera a un animal ni a pulgas, ni moscas ni piojos, porque dicen que tienen alma.”
La cita es más que oportuna hoy, en que tantos movimientos reclaman una relación más igualitaria entre el ser humano y los animales. Sin embargo, nadie se siente un criminal por guardar cadáveres de polillas en el ropero muertas por las desproporcionadas municiones blancas de la naftalina o por el aerosol que mata sin dejar olor.
Nadie se rasga las vestiduras por haber destruido un hormiguero cuyas habitantes destrozaban las rosas del jardín, ni por haber exterminado las pulgas del perro. Parece que a la hora de establecer quién mata y quién muere, el tamaño es un elemento a tener en cuenta.
Si, como cuenta Marco Polo, los Abrayamanes consideraban que las moscas tienen alma, no importa cómo se defina el concepto de “alma”, lo cierto es que alguna vez se discutió a lo largo de la historia si las propias mujeres la tenían. Un punto más a favor de las moscas cuya muerte alguna vez quizá sea penada con la cárcel.
Un alma sensible como la de Marguerite Duras se conmovió ante la muerte de una mosca. Este hecho que la escritora consideró una tragedia, lo deja en claro en Escribir que, por ser un libro más largo que un poema o una canción, no figura en la antología de Asiain. También Virgina Woolf se conmovió ante la muerte de una polilla. La vida siempre es algo grandioso aunque palpite en un cuerpo muy pequeño.
Antonio Machado les dedicó un poema a las moscas vulgares “de que por ser familiares /no tendréis digno cantor: /yo sé os habéis posado, sobre el juguete encantado, sobre el librote cerrado, sobre la carta de amor/ sobre los párpados yertos/ de los muertos./ Inevitables golosas /que ni labráis como abejas/ni brilláis cual mariposas; /pequeñitas, revoltosas, vosotras amigas viejas /me evocáis todas las cosas”.
Este poema de Machado, a memos que se nos haya escapado, no figura en el Libro de las moscas, pero es un ejemplo elocuente que las moscas pueden ser consideradas de otra forma muy distinta de aquella con la que la consideramos en la vida cotidiana que, quizá, sea uno de los objetivos de Asiain: hacernos poner la mirada sobre esos pequeños seres alados que casi no vemos a fuerza de ser familiares.
Un poema de Dulce María Loynaz (Cuba, 1902-1997) incluido en el Libro de las Moscas dice: “Mocas, puntadas negras/ que van cosiendo un día al otro dia…Moscas posadas en gran pastel / de las quince velitas…Moscas. Sol /Coser el tedio, pellizcar furtivo / de la escasa dulzura de los hombres”.
En ese caso, las moscas son hilván de nuestros días anodinos, ladronas furtivas de la escasa dulzura humanas, una línea de continuidad de aquellos sucesos discontinuos que solemos llamar “vida”.
Dice Marguerite Duras: «Todo escribe a nuestro alrededor: es lo que hay que llegar a percibir; todo escribe, en las paredes, la mosca escribió mucho a la luz de la sala, reflejada por el estanque. La escritura de la mosca puede llenar páginas…”
Las moscas, como se ve, son seres laboriosos a su manera poco convencional. No sólo nos acompañan en la vida, sino también en la muerte, nos hacen sacudir los brazos para espantarlas como si quisiéramos liberarnos de nuestro propios fantasmas.
Primo Levi, según nos enteramos a través el Libro de las moscas, dijo que las mariposas son “hijas de una mariposa y una flor”.
Nos enteraremos de muchas otras cosas interesantes en el transcurso de este libro: de cómo poetas y escritores pudieron verlas desde una perspectiva distinta de la cotidiana. Al final de su lectura del Libro de las moscas es posible que la rutina nos abra la jaula y podamos ver a las moscas como nunca las hemos visto antes, casi como si las viéramos por primera vez con ese asombro que tiene toda primera mirada sobre lo desconocido.