Ante escritores de claro corte poético, se tiene la impresión de haber leído esta frase y aquella otra en una vida anterior. Es una de las peculiaridades que sobrevienen al panear lentamente las páginas de Pascal Quignard, para quien, dicho sea de paso, cualquier referencia a lo precedente, incluso lo prelingüístico y lo prenatal, es por demás bienvenida y reactivada. Ineludible en un expedicionario de la etimología.
Acaso por eso este idealista de lo perdido está, invariablemente, retomando, recomenzando. Y en la obra de un pianista vocacional, de familia de músicos, el ritornello es, precisamente, el recurso privilegiado: “¡Qué misteriosa marea ascendente forman esas imágenes que uno quisiera dejar de ver y que nos acosan, impulsadas por un viento tan intangible como invulnerable, del que resulta imposible protegerse de ninguna manera, tan inatrapable, tan inconsistente como imprevisible!”. Es la serenidad con que narra que deja venir las cosas que invoca.
Otra pieza reciente, lindante con el escenario, de este autor dado a la dramatización impertérrita en cualquier género, es Princesa, vieja reina y no se diferencia de otros textos suyos que no se llevaron al teatro. Son sucesivas rememoraciones textiles: un abrigo, un kimono, un traje, una túnica. Flecos y pespuntes robados a la historia de la literatura y a la historia a secas.
Lo evocado exige, otra vez, un viaje retrospectivo: “No es la necesidad que tenía George Sand de apartarse lo más posible de los suyos, de los sirvientes, del grupo, de refugiarse en un rincón del espacio lo que me parece que constituye una aspiración extraordinaria, sino el nombre que le daba a ese refugio: lo llamaba ‘la ausencia’… Toda la vida se busca el lugar de origen, el lugar anterior al mundo, es decir, el lugar en donde el yo puede estar ausente, donde el cuerpo se olvida”. Desfilan encuentros fabulados, un tanto hieráticos, que se leen como láminas ilustradas, evangélicas, y a quien escribe telegráficamente el lector puede imaginárselo como un autómata epicúreo.
El método de Quignard consiste en satelitar poéticamente alrededor de un motivo, tema o pretexto, hasta encontrar el instante oportuno para precipitar un zarpazo. Es un autor de momentos, trances, relámpagos, de bellas inferencias falaces.