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Los cuentos de terror de Alberto Laiseca y el recuerdo de sus alumnos

A un año de la muerte de Alberto Laiseca, acaba de ser reeditado el libro Cuentos de Terror (Interzona, 2017) que compila parte de las entregas que el escritor realizó para el canal I.Sat. Conocedor del género como pocos, la oscuridad de los textos elegidos y la variedad que existe entre los mismos reflejan, además, a un gran lector. Maestro de varios de los escritores que más visibilidad ganaron en los últimos años, recordamos a Laiseca a través de los testimonios de Selva Almada, Carlos Chernov, Alejandra Zina y Leonardo Oyola.

Alberto Laiseca y el terror: tal para cual

La reciente reedición de Cuentos de Terror (Interzona, 2017) de Alberto Laiseca, a un año de su muerte, demuestra por que el escritor de Los Sorias es uno de los autores cabecera en lo que al género de terror se refiere en Argentina. Con un conocimiento y destreza especial, Laiseca supo volver de interés general a una parte de la literatura que había quedado relegada. En ese sentido, su participación en el ciclo de narraciones en la señal I.Sat también echa luz sobre su versatilidad a la hora de buscar un público lector y la pasión con la que vivía la literatura, relegando cualquier otro aspecto de la vida.

En el prólogo de este libro que recopila parte de la selección que hizo Laiseca para sus lecturas en el canal de cable y de su gusto personal, el autor señala que en su barrio natal (Camilo Aldao, Córdoba), había un grupo de “viejitas” que contaban historias de terror. “Según decían las viejas, éstos no eran cuentos, sino ‘historias verídicas’. (…) Esas mujeres, con sus historias, me abrieron puertas en el alma. Creo que ahí empecé a interesarme en el horror”, cuenta Laiseca, afirmando líneas después que esas historias no solo asustan, sino que también divierten al lector, porque “todo lo que ‘abre puertas’ gratifica”.

Con un conocimiento y destreza especial, Laiseca supo volver de interés general a una parte de la literatura que había quedado relegada. En ese sentido, su participación en el ciclo de narraciones en la señal I.Sat también demuestra su versatilidad a la hora de buscar un público lector.

Si bien el propio Laiseca advierte que no se puede darle al lector “todo el terror del mundo en un solo libro” y que su selección completa tendría el tamaño de una “pequeña enciclopedia”, los cuentos compilados demuestran dos cosas: en primer lugar, lo flexible que puede ser el género del terror, muchas veces pensado como una fórmula rígida y repetida.

En segundo lugar, este libro es vital para ver con detenimiento la amplitud de estilos y recursos que a Laiseca le interesaban. Si bien es difícil no leerlos pensando en sus interpretaciones, la experiencia cara a cara con los relatos siempre son enriquecedoras. La reedición de Cuentos de terror viene a ofrecer esa chance.

Maestro que deja huella

En el primer aniversario de la muerte de Laiseca, también resulta imposible no recordarlo en otra de sus facetas más importantes: el Alberto Laiseca profesor de taller literario. Con una larga trayectoria con distintos grupos, muchos de sus alumnos ocupan lugares centrales en la escena de la narrativa contemporánea. Si bien la lista puede extenderse mucho más, a continuación retomamos la experiencia de cuatro exponentes: Selva Almada, Carlos Chernov, Alejandra Zina y Leonardo Oyola.

“Teníamos una relación de muchos años con Laiseca y que siguió hasta el día de hoy. De hecho, fui a sus clases hasta que las dejó de dar, no es que las haya abandonado. Fueron muchísimos años, por lo que se generó una relación muy cercana y muy entrañable”, relató Selva Almada a La Primera Piedra. En ese sentido, agrega con respecto a su forma de dar taller, sus correcciones y comentarios: “Eran consejos un poco zen, a veces difíciles de desentrañar“, detallando que “era un procedimiento raro que daba resultado, porque con el tiempo el texto mejoraba a pesar de que no te marcaba un verbo mal utilizado, por ejemplo. Él siempre decía: si te quedás a escuchar al maestro, ganás”, recuerda la autora de Ese viento que arrasa. 

“Era un procedimiento raro que daba resultado, porque con el tiempo el texto mejoraba a pesar de que no te marcaba un verbo mal utilizado, por ejemplo”, comentó Selva Almada

Por su parte, Carlos Chernov afirmó que “Laiseca era muy creativo como tallerista, muy buen maestro. Me quedé poco tiempo porque me dediqué al Premio Planeta para presentar Anatomía humana en 1992. No salí ni entre los finalistas, pero en 1993 la volví a presentar con algunos cambios por insistencia de Laiseca y gané. También recuerdo que era un tipo muy sufrido, con problemas económicos”.

En esa dirección, no dudó en afirmar que Laiseca “tenía una cabeza muy buena para la literatura. Una vez, un alumno leyendo un texto insoportablemente barroco y yo, de bruto, pensé que lo iba a hacer mierda. Y no pasó eso, porque el texto era bueno aunque fuera barroco. Laiseca no era para nada represor ni un maestro narcisista, no quería que escribieras como él”, detalla Chernov.

Alejandra Zina, que el año pasado publicó el exitoso Hay gente que no sabe lo que hace (Paisanita Editora, 2016), va a recordarlo en la misma sintonía que Chernov: “una de las cosas más importantes que te da Laiseca es permitirte largarte a escribir y darle cabida a todo, aunque sea muy distinto a lo que él escribía o leía”.  Además, destacó el carácter colectivo que tenía Laiseca como docente: “También me abrió a otros autores y géneros que no tenía previamente y se relacionaban a él. Me permitió también armar un grupo de colegas y amigos que siguen escribiendo, publicando, era algo que Laiseca generaba”.

Sobre su método de trabajo, Zina coincidió con Almada:  “Él decía muy pocas cosas, tenía un consejo clave: ‘a escribir se aprende escribiendo’. Tampoco es que te hacía una devolución larguísima, podían pasar clases en las que no te decía nada hasta que te tiraba pequeñas cosas que te dejaban pensando un montón“. En ese sentido, Zina se mostró impactada por su eficacia: “Las cosas que me decía me las acuerdo casi todas. También me cayeron muchas fichas con el paso del tiempo, aún después de haber terminado el taller”.

“Te apoyaba todo el tiempo. Por ejemplo, si te veía algo trabado a la hora de escribir, te preguntaba si tenías un problema: si eran personales, de plata, sabía que no podía ayudar. Pero si era algo literario, se esforzaba mucho en colaborar con el alumno”, recordó Leonardo Oyola.

Por último, Leonardo Oyola destacó que además de su rol de coordinador de grupos, también estaba lo personal. Sobre la entrega del escritor, comenta: “Para mí lo más conmovedor de Laiseca era que cuando él veía tu compromiso con la escritura, te apoyaba todo el tiempo. En lo personal tengo muchas anécdotas con él: una que me marcó un montón fue que, a pesar de que él tenía muchos talleres, sus proyectos y la segunda temporada de los Cuentos de terror en I.sat, una vez me llamó por teléfono a mi laburo para comentarme un detalle sobre un cuento mío”, recuerda el autor de Chamamé.

“Además de las devoluciones individuales que te daba, te apoyaba todo el tiempo. Por ejemplo, si te veía algo trabado a la hora de escribir, te preguntaba si tenías un problema: si eran personales, de plata, sabía que no podía ayudar. Pero si era algo literario, se esforzaba mucho en colaborar con el alumno“, rememoró Oyola y, en esa misma dirección y, sentenció: “Cuando escribís estás muy ensimismado, y poder alejarse de eso para alentar otra voz, es algo que muy pocos logran”. Alberto Laiseca, según muchos de sus alumnos, sí lo logró y por eso no es casualidad que tantos los escritores reconocidos que nombramos en esta nota, al igual que otros autores más jóvenes, tengan parte de su ADN literario.