Redacción El Litoral
Agencia DPA
Un lector que quiere comprar “el último libro” de Ana Frank. Otros que buscan “Juan Rulfo de Pedro Páramo”, obras de “Gael García Márquez” o “la novela por la que Borges ganó el Nobel”.
Estos y otros pedidos insólitos son recopilados en “Diario de un librero” del argentino Luis Mey, en base a experiencias propias y ajenas de este noble oficio. Inspirada en situaciones reales, la ágil e irónica novela que transcurre mayormente en un local de venta de libros de la ciudad de Buenos Aires, revela el submundo cotidiano de una librería, con diálogos desopilantes, conflictos y malentendidos diversos entre clientes y empleados.
Mey, una de las nuevas voces de la narrativa argentina, dice: “El libro se escribió solo con el día a día del intercambio en el trabajo. A uno le pasaba una cosa, a otro otra, a alguno le pasaba que después exageraba lo que pasaba y ahí aparecía el cuento. Es decir, la ficción”.
“Era imposible no escribir la cotidianeidad de un trabajo así. La literatura de un eslabón de la literatura: la librería”, afirma Mey, nacido en Buenos Aires en 1979 y ganador del Premio Décimo Aniversario de la Revista Ñ (2013) con su novela “La pregunta de mi madre”.
Material de sobra
“Mucha gente colaboró con sus anécdotas. En un momento salí a preguntar a cientos de libreros si tenían esas anécdotas que marcaban su día, o su mes, o su carrera como librero. Muchos aportaron maravillas. Muchos, no. Algunos no ven el cuento ni aunque les pase frente a los ojos. Y no me refiero a libreros. La mayoría no ve que su vida está llena de historias tan literarias como cualquiera de las que leen en sus textos favoritos”, sostiene.
Por el recientemente publicado “Diario de un librero” (Interzona) circulan un ladrón de libros que le ofrece al vendedor ir “mitad y mitad”, un cliente que pierde su dentadura postiza en la sala de lectura y otro que se quiere llevar un ejemplar sin pagar, convencido de que está en una biblioteca. Además hay un hombre que quiere reservar un libro que Stephen King aún no terminó de escribir, como si se tratase de la última versión de un Iphone, y una mujer que reclama el “cuarto volumen” de la trilogía de Ken Follett.
Entre las situaciones insólitas reunidas en la obra con ilustración de tapa del humorista gráfico Miguel Rep, la favorita de Mey es la de un hombre convencido de que existe una sección con libros para curar la homosexualidad. “Me pareció tan tierno el hombre. Tan vulnerable a su desesperación. Me lo imaginé luego pidiendo absurdos en otros locales”.
Mey, quien trabajó diez años como librero y actualmente se dedica solo a la literatura, ama las librerías “aun en su peor estadio”. El protagonista de “Diario de un librero”, en cambio, está desbordado. En las páginas de la novela, el vendedor indignado con un cliente cuestionador de precios “da media vuelta y hace lo de siempre: tomar un café, pensar en renunciar, calmarse y volver a ordenar”.
“Seguramente habré estado desbordado, mil veces, pero no con ese nivel de pesimismo del personaje. Es una construcción literaria que, como cualquier texto de taller, empieza con un disparador -la anécdota, en este caso- y parte a otro lado, una estrategia, una construcción diferente que hace que sea ficción en el todo”, apunta el autor de la trilogía “Las garras del niño inútil”, “En verdad quiero verte, pero llevará mucho tiempo” y “Los abandonados”.
Buenos Aires es la ciudad con más librerías en el mundo, según indican estadísticas recientes. Mey se lo atribuye “al oportunismo porteño de creer que es un negocio sencillo. Y es de lo más complejo que hay. Abren muchas, cierran muchas. Todo el tiempo”.
La mística del libro
El escritor que por estos días publica otra novela, “El pasado del cielo” (Seix Barral), considera por otra parte respecto del libro electrónico que éste “no reemplaza, se acomoda”.
Y traza un paralelismo con las grandes cadenas y las pequeñas librerías: “Es una oportunidad para repensar lo que uno hace y hacerlo mejor o diferente o con reglas nuevas. El libro físico no muere porque es patrimonio. Hay un derecho real sobre la cosa. Es tangible, por eso es patrimonio. El electrónico no. No es nada. No es transmisible. No queda. Son mundos diferentes”.
Elige dos librerías porteñas como sus favoritas: “La Boutique del Libro de San Isidro (al norte de la ciudad de Buenos Aires), sobre una calle de adoquines y la mejor selección de literatura y el jardín más hermoso del mundo y, también, el lugar en el que trabajé tantos años: el Ateneo Grand Splendid (que funciona en un bello edificio construido como teatro). Pura mística”.
¿Cómo coexistieron en él sus facetas de escritor y librero? Mey responde: “Cualquier elemento de mi vida convive y alimenta al escritor. No hay manera de que no explote casi cualquier cosa para darle un ajuste y transformarlo en ficción. No puedo evitarlo. Así vivo. Ficcionando lo que ya es ficción: mi mirada del mundo”.