A lo largo de los años y en un contexto en el que los premios literarios pocas veces están libres de sospechas, son remarcables la constancia y el piso de calidad que suele asegurar el del Fondo Nacional de las Artes. Parte del mérito es de las autoridades de la institución, los prejurados y jurados, narradores con obra destacada cuyos nombres son públicos. Su buen funcionamiento puede deberse también a que no distribuye grandes sumas de dinero, sino ayudas para la publicación de un libro. Muchos de los mejores escritores jóvenes han concursado y editado sus primeros libros gracias a este certamen. En 2013 el primer premio en la categoría cuento lo obtuvo Tomás Downey (Buenos Aires, 1984), escritor y guionista egresado de la ENERC, cuyo libro de relatos Acá el tiempo es otra cosa fue publicado meses atrás por Interzona. El jurado estuvo integrado por Mariana Enriquez, José María Brindisi y Guillermo Saccomanno.
Enriquez es quien firma, precisamente, la ajustada apreciación de la contratapa de Acá el tiempo es otra cosa: "El cuento raro no es un género: es una especie inquietante que esconde una vaga amenaza, que deja al lector entre el asombro y la molestia. Tomás Downey es un experto en este tipo de relatos". Como sucede muchas veces con los libros de cuentos de autores debutantes (Downey, dice la solapa, tiene una novela inédita y trabaja en un segundo volumen de narraciones breves) llama la atención la cantidad de piezas incluidas: en este caso son dieciocho, y es entendible que haya una fluctuación irregular entre los juegos de la imaginación, las ocurrencias, los relatos logrados y los que destacan por sobre el resto. Los tres primeros establecen una atmósfera en común y los rasgos centrales de una imaginación: "Las nubes", "Lobos" y "Cavayo" destacan por su eficacia para instalar en la mente del lector inquietud y sorpresa. En los tres casos la realidad cotidiana es perturbada por algo (la aparición de una masa de humedad que arruina todo a su paso, las misteriosas semillas de las que brotará, inesperadamente, un caballo) que pone la lógica de las cosas en jaque.
Pero con el correr de las páginas la fórmula comienza a repetirse. En los relatos de Acá el tiempo es otras cosa se plantea una situación fuera de lo común (una madre que muere de repente y se convierte sin más en ceniza; un hombre que descubre de un día para el otro que la gravedad no lo afecta, y vive pegado a los techos de su casa; el cartel publicitario donde el dibujo de una araña gigante parece desplazarse con lentitud) cuyo misterio nunca será develado del todo. Buena parte de los cuentos quedan así suspendidos en finales abiertos. En uno de los mejores, titulado "Una historia de amor", el recurso funciona. En los demás, uno tiene la sensación de que la historia podría haber continuado. Incluso, que debería haberlo hecho.
Tomemos por caso "Trampolín", texto que cierra el libro. Es la historia de un padre que lleva a su hija pequeña a un natatorio público. Desde el comienzo, ella quiere subirse al trampolín y tirarse a la pileta desde allí arriba, pero su padre va posponiendo el momento por un temor infundado e irracional, ya que hay otros chicos más pequeños que lo hacen sin dificultad. Luego del almuerzo y al caer la tarde ya no podrá resistirse. Su hija comienza a subir las escaleras, secundada por una mujer, mientras él la espera dentro del agua para rescatarla cuando se sumerja. Pero luego de la carrera y el salto, en el momento en que un destello de luz lo cega, su hija se esfuma en el aire. Nadie sabe qué pasó; nadie, salvo él y la mujer, la ha visto saltar. Las horas pasan, la gente se va, quedan solos él y la policía.
El detalle es que con argumentos similares no solo se han escrito otros textos sino que se ha filmado, poco tiempo atrás, una magistral serie de televisión llamada The Leftovers. El planteo es el mismo, pero la serie comienza precisamente en el momento en que Downey abandona a sus personajes en un estado de latencia eterno. The Leftovers se pregunta, y trata de resolver el enigma a lo largo de dos temporadas, qué sucede cuando de un segundo para el otro el dos por ciento de la población mundial desaparece sin dejar rastro. ¿Cómo se vive después de eso, cuando hay familias enteras desarticuladas por ausencias sin explicación? ¿Son los que partieron los condenados, o los elegidos para participar de un mundo mejor? ¿Qué se hace con las manifestaciones de fe que surgen a partir de un evento de estas características? Ese es el principal problema de algunos relatos de Acá el tiempo es otra cosa: cuando el desafío narrativo termina de ser planteado, y uno comienza a especular con posibles resoluciones, el cuento se acaba. ¿Hay en lo inconcluso de los argumentos una decisión autoral? Uno tiende a pensar que en la literatura contemporánea (mejor decir: en la híbrida y proliferante cultura actual) ya no alcanza con tener buenas ideas. Que al margen de las formas narrativas el desafío también está en imaginar, para esas ideas, las mejores maneras de llevarlas a su conclusión.