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Los nuevos y originales cuentos de Edgardo Scott, psicoanalista en París, "rojo" (de Avellaneda), escritor no profesional

Nacido en Lanús hoy vive en Francia. Edgardo Scott es autor de relatos, ensayos y traducciones. Ahora volvió a la ficción con Imaginario. No vive de sus publicaciones sino de su profesión de psicoanalista Por Andrés Gabrielli

Edgardo Scott (Buenos Aires, 1978) escribe. Así, con economía, le gusta presentarse en las redes. Relatos, ensayos, traducciones, son sus abordajes preferidos.

Sin embargo, no le pinta definirse como escritor profesional. Es más, se siente incómodo en ese oficio con tendencia inevitable a la sobreactuación y al vedetismo. Le dio un toque irónico, precisamente, en su libro, Escritor profesional. Casi ninguno de sus colegas recogió al guante. Por algo habrá sido.

El hecho de no vivir de sus publicaciones sino de su consultorio psicoanalítico en París, Francia, país donde vive hace ocho años, le da distancia suficiente. Tranquiliza su conciencia, parece.

Ahora Scott vuelve a la ficción con Imaginario, un nuevo volumen de cuentos que trasciende los géneros. Aunque muchos de ellos se relacionan en espejo, de a pares, hay escenarios costumbristas e intimistas, especulaciones anticipatorias o de ciencia ficción que prefiguran unas Islas Malvinas bajo dominio plurinacional, chanzas futboleras.

En otros relatos se intercalan citas y teoría literaria en torno a referentes como Borges, Arlt o Masotta, etcétera, bordeando el ensayo.

Un cúmulo de ingredientes bien combinados -un popurrí- que permiten disfrutar de un autor sin ataduras. Raro, para algunos. Difícil de encasillar. Por fortuna.

Desde un café parisino, mientras su pareja se ocupa del hijo en común, Edgardo dialoga con el programa La Conversación de Radio Nihuil.

-Hola, Edgardo. Nosotros hemos charlado en este programa sobre otros libros tuyos, pero no habíamos caído en la cuenta hasta ahora de que sos pareja de Ariana Harwicz.

-Ah, sí, sí. Eso también es un hecho de la vida (sonríe).

-Es hermosos saberlo porque, hará un mes más o menos, hablamos de su libro Perder el juicio. Fue una de las mejores notas que hemos hecho este año.

-Yo estoy hablando con vos porque, justamente, Ariana ahora está paseando con mi hijo. Si no, no podría hacerlo. Y el otro día ella pudo ir a un festival porque yo me quedé con nuestro niño. O sea que hay algo de esa alternancia donde, como tenemos todavía un chico chiquito, siempre alguno tiene que estar haciendo la guarda.

-Corresponde, sí, señor. ¿Qué edad tiene tu hijo?

-Seis.

-Se llama Elliot. ¿Tiene alguna connotación literaria? ¿Quién lo puso el nombre?

-El nombre se le ocurrió a ella, no por algo conscientemente literario. Pero, bueno, después, sí, enseguida aparecen las asociaciones. Igual, yo siempre me acuerdo de Eliot Ness (risas).

-Claro. ¡Cómo olvidarlo! De todos modos, sos bastante joven como para quedar asociado a ese personaje que tuvo su auge en los sesenta.

-Mirá, como a mí me gusta decir, si los chicos de veinte años son jóvenes, yo no soy joven (risas). Dejemos la juventud para la juventud.

-En la nota con Ariana aludimos a la cuestión judía, porque figura en su libro. En estas horas se conoció la muerte de un comandante de Hezbollah, Hassan Nasrallah, que encima es uno de los responsables del atentado a la AMIA. ¿Eso se percibe en Francia, donde viven ustedes?

-Sí, desde luego. Te diría, incluso, que acá es uno de los temas más importantes de lo que sería la agenda internacional. Y, de hecho, en París hay una larga tradición en cuanto a tener algún tipo de posición respecto a este conflicto, ya sea propalestina o ya sea proisraelí. Pero no es indiferente en absoluto.

-Otro dato importante para entender tus relatos es que sos psicólogo.

-Sí, claro. Yo me dedico a eso, no a la literatura. Como vos sabés, saqué un libro que se llama Escritor profesional. Y yo no soy escritor profesional. Entonces, esto lo hago para entretenerme, para matar el vicio, como se dice. Pero mi trabajo es el psicoanálisis.

-¿Y qué tipo de pacientes tenés? ¿En qué idioma hablás con la gente que va a tu consultorio?

-En francés. Supongo que ahora ya el noventa por ciento de los pacientes son franceses. Y el diez por ciento, latinoamericanos. Tengo también algún paciente en inglés. Pero hay un margen siempre de argentinos, algún español, algún colombiano. ¿Viste cómo es el hecho de estar en París? Hay muchos hispanoamericanos.

-Sí, una comunidad más cercana.

-Entonces, si se enteran de que hay alguien que los puede atender en su idioma, ese es un punto a favor.

-Según hemos hablado con distintos psicólogos, ellos se suelen analizar también, por distintas razones personales o profesionales. ¿Vos te analizás?

-Yo, lo primero que te debería decir, es que se trata de una pauta muy de gremio. Y si bien tengo el título de licenciado en psicología de la Universidad de Buenos Aires, yo soy psicoanalista.

-¿En qué se traduce ese matiz?

-Lo digo para distinguir, porque generalmente a un psicólogo no le gusta que le digan psicoanalista y a un psicoanalista no le gusta que le digan psicólogo, en nuestra jerga. Y además porque estafaría a la gente.

-¿Por qué?

-Porque no he estudiado los distintos rubros de la psicología, salvo en la facultad. Por lo menos en la UBA, en la época en que yo cursé, la columna vertebral era el psicoanálisis y creo que todavía hoy debe ser así.

-¿Y en cuanto a tu análisis?

-Hice mi análisis durante veinte años. Es un tiempo más o menos suficiente para la formación.

-Ya que estamos, ¿cuáles son tus lagunas personales? ¿Sos un tipo obsesivo o ansioso?

-No... Creo que no.

-¿Creés, solamente?

-Y... viste que para hablar de uno siempre es mejor que lo hagan los demás, ¿no? Si no, siempre es medio narcisista. Creo que con los años me he puesto un poco más intolerante. Eso sí. Pero, el resto de las cosas... más o menos ahí van.

-Te pregunto porque tu libro está plagado de obsesiones, de gente obsesiva.

-¡Ah, bueno! Pero eso es literario. Eso es la literatura.

-Sí, pero ¿cuánto hay de vos en todo eso? Por ejemplo, encontramos a un tipo totalmente obsesionado con las palomas y con la mujer del departamento de enfrente.

-Sí, sí, sí. Pero, justamente, te diría que la obsesión es para la literatura un tema más viejo que para la psicología. Es decir, en qué medida un personaje puede estar obsesionado con algo, el no poder sacarse de la cabeza algo. Pensando en Dostoievski, por ejemplo, es así.

-¿Cómo manejaste las distintas variables, entonces?

-Yo traté, como vos viste en el libro, que los conflictos sean variados, de distinto tipo; y también de utilizar distintos recursos narrativos, distintas técnicas, distintas épocas. O sea, tratando de que el arco de representación fuera lo más variado posible.

-Así es. Hay cuentos que son en verdad muy diferentes entre sí.

-También, lo habrás notado, el libro está armado por cuentos en espejo. Es decir, hay muchos que repiten el tema, pero, por supuesto, no tienen nada que ver. Por ejemplo, hay dos cuentos relacionados con un accidente. Y, sin embargo, la manera en que están contados y quiénes son los personajes, no tienen nada que ver.

-O los dos últimos, "Última tarde en Belleville" y "En el sanatorio", que son relatos del crepúsculo de una vida.

-O hay dos cuentos de suicidios, digamos. Trabajé eso porque para lo imaginario son muy importantes los espejos, justamente. Digamos, se trata de trabajar con cuentos que estuvieran en espejo y que, sin embargo, la entrada y la salida a la ficción fueran distintas, más allá del tema… Siempre lo menos importante para la literatura es el tema, ¿no?

-¿Y eso por qué?

-Para los que nos gusta escribir, los que nos gusta leer, la cosa nunca es el tema, sino el cómo, sino la forma.

-Vos vivís en Francia ya hace ocho años, Edgardo, pero pareciera que tu lado bien argentino se ha intensificado.

-(Sonríe) Probablemente.

-Sos futbolero, hincha de Independiente…

-Sí, sí, sufriendo en estos días.

-Volvé a contar tu experiencia de la final del Mundial, ¡porque había que estar en Francia, como argentino, viendo ese partido, el 18 de diciembre del 2022!

-¡Eso fue terrible! Fue una carnicería.

-¿Te invitaron a ver el partido?

-Claro. Me invitó alguien que tenía un bar en la esquina y donde yo había visto muchos partidos del Mundial, como te imaginarás. Un muchacho francés encantador. Quizá pensaba que yo era alguien que estaba solo, un emigrado. Me dice: si querés mañana vení a ver la final con nosotros.

-Él estaba con su grupo de amigos. ¿Cómo te las apañaste?

-Para mí era muy divertido porque pensaba, para mis adentros, que ahí estaba la diferencia cultural. Porque, como vivimos el ochenta y ocho por cientos de los argentinos el fútbol, implica una violencia muy grande, muy alta. Frente al televisor, incluso.

-Con insultos y esas cosas, ¿no?

-Gritos, insultos, lo que sea. Me acuerdo del amigo argentino con el cual miramos el partido también. Se tiraba al piso cuando nos empataron. ¡Verdaderamente eso era un cuadro de Goya!

-Y después, cuando terminó todo, ¿lo gastaste al chico del bar?

-Y... no hacía falta. No hacía falta. Yo diría que cuando uno es campeón del mundo, y encima cómo les ganamos, me parece que ahí sí... En la victoria, magnánimo.

-Hablando de escritores futboleros, ¿tenés alguna onda con Eduardo Saccheri, que es del Rojo y ha escrito libros sobre Independiente?

-No. No lo conozco. E incluso te diría que no lo he leído porque solamente vi dos películas, Papeles en el viento, que es sobre Independiente, y El secreto de sus ojos.

-Buscaba la relación porque vos también tenés un cuento muy futbolero, "El fútbol total", que te ubica en la onda de autores como Sacheri, el Gordo Soriano o Fontanarrosa.

-Sí. Yo tenía ganas de que, como se decía antes, esto fuera un popurrí. Ahí traje otra palabra bien moderna. Y me di el gusto, a través de esa idea de la ficción, de imaginar qué había pasado en el 6-0 a Perú, más allá de las investigaciones.

-¿Cómo te nació la cosa?

-Yo siempre había tenido una teoría absolutamente futbolera y quería armar un cuento con eso. Entonces me di el gusto para este libro de evocar lo que fue aquel momento donde pasamos a la final, en el '78, que, además, es el año en que yo nací. Lo cual siempre está ligado a la cuestión personal y también a la cuestión política.

-Recordá el porqué de estas especulaciones pues a lo mejor mucha gente no retiene aquel momento.

-Porque, obviamente, ese Mundial está absolutamente manchado, diríamos, por la situación política argentina en ese momento.

-Claro. El momento de la dictadura. Ahora bien, vos el cuento se lo dedicás "a mis amigos peruanos". ¿Es de onda o es una gastada?

-No, es absolutamente de onda. Como te decía, tengo varios amigos latinoamericanos porque eso es un poco fatal acá en París.

-El extrañamiento...

-Ahí te das cuenta de que son latinoamericanos.

-¿Y por qué lo decís en esos términos?

-Porque me parece que en Argentina, y me atrevo a decir que en el resto de los países de Latinoamérica, un efecto de los últimos treinta años es también que haya desaparecido la conciencia latinoamericana, que quizá en los años sesenta, en los setenta, estaba muy presente.

-¿Y ahora?

-Me parece que ahora toda Latinoamérica está absolutamente insularizada. Es decir, cada país se mira el ombligo, para decirlo rápidamente. En cambio, cuando vos venís acá, por ejemplo, y supongo que para alguien que esté en Madrid será lo mismo o en Londres, no importa; cuando vos venís a Europa, lo que te unifica es el idioma.

-¿Cómo funciona?

-Para un francés, vos sos un latinoamericano. O sea, no hay mucha diferencia entre vos, un chileno, un colombiano, un mexicano. Y yo creo que finalmente tampoco la hay.

-Sobre todo, visto desde allá.

-No es tanto, digamos. Nosotros, al interior de nuestra cultura, pensamos que somos tan distintos y hay sin embargo tantos países. Pero después, cuando vos de veras chocás contra otra cultura distinta, como en este caso es la francesa, te das cuenta de que tenés mucho más que ver con un peruano, un boliviano, un mexicano que con un francés, ¿entendés?

-Ahora bien, lo lindo de este relato futbolero es que lo ponés en boca de un presentador holandés...

-Que tiene el nombre, no sé si te diste cuenta, de un arquero de Independiente.

-¡Cierto! Se llama Jan Van Goyen.

-Por Carlos Goyén, claro (risas). Es un chiste.

-La cosa es que hacés la poetización de la derrota, porque dice el holandés que la de Johan Cruyff es "acaso la mejor selección de todos los tiempos", hablando de "sus repetidos y victoriosos fracasos para lograr la Copa del Mundo". Y remata señalando que “aquella 'naranja mecánica' es probablemente el subcampeón más recordado de todos los tiempos". Lo cual es verdad, ¿no?

-Y sí. Y sí. Y sí. Sería la excepción de Bilardo. Él siempre decía que el número dos no existe. Y a mí me parece que, claramente, la Naranja Mecánica es mucho más recordada que Alemania, el equipo que fue campeón ese año, el 074.

-De los dieciséis cuentos, todos bastante disímiles, que conforman tu libro, ¿cuál dirías que es que el más representa personalmente a Edgardo Scott?

-¡Uy, qué difícil! ¿Te acordás que Flaubert decía "Madame Bovary soy yo"?

-Todo un emblema flaubertiano.

-Y había otros críticos que después decían: en realidad, Flaubert es todos los personajes de Madame Bovary, no solamente ella. Bueno, yo pienso un poco igual porque, además, cuando uno hace una ficción, lo que trata es de componer un montón de elementos que están ahí adentro. Y sabido es cuánto importan los personajes secundarios, los buenos, los malos, los traidores...

-En suma, podés ser todos o ninguno.

-La verdad es que quizás, sí, tengo los cuentos que me parecen más logrados. Pero eso en general es la sensación del autor y suele tener que ver con los últimos que escribió. A mí de este libro, ponele, me gusta bastante "Última tarde en Belleville", que es el último que escribí. También me gusta mucho "Hemingway", que tiene como doce años o más.

-¿Y qué pasa con esas predilecciones?

-O sea, tengo mis preferidos, donde vos sentís que estuviste más cerca, como decía Piglia, de lograr hacer lo que querías hacer. Eso es siempre lo que a uno le pasa cuando escribe. Hay veces que siente que lo que quiso hacer estuvo muy muy cerca de lograrlo. Después no te importa. O, al menos, a mí no me importa.

-En tu colección, hay cuentos con anécdotas más llanas y directas, como "Velero", sobre un hombre que reparte la herencia entre sus hijos. Pero otros, como "La inolvidable historia del Renguito McGahern y el camino de tierra", en donde vas intercalando reflexiones sobre Borges, Arlt y Masotta. ¿Les jode a tus lectores pasar de un registro a otro tan distinto?

-Vos, por ejemplo, podrías ser uno, en el sentido de que leíste otros cuentos y otros libros míos (risas). Supongo que ahí depende del lector. Por ejemplo, a Horacio Convertini, que es un escritor y lector amigo, le gusta mucho cuando yo escribo tipo novela negra. Y hay algunos textos del libro que van por ese lado.

-¿Qué otras preferencias te han manifestado?

-Hay otros a los que les gusta mucho cuando yo apelo un poco más al ensayo y a la crítica literaria, como ese texto que vos mencionás, y también el segundo cuento, "Quiroga y la Déchetterie", donde también hay, por ejemplo, toda una elaboración, casi, de teoría del cuento ¡metida adentro de un cuento!

-Ahí se introduce otra veta tuya.

-Claro. Como vos sabés, yo escribo también ensayo y a veces incluso crítica literaria. Entonces, para mí, poder mezclar un poco todo es algo que me gusta hacer. Me gusta un poco jugar con que, incluso, dentro de un cuento pueda meter, por ejemplo, fragmentos de un ensayo.

-¿Cuál es el límite de ese recurso?

-Siempre y cuando yo sienta que eso va ahí. No tiene que ver con una impostura o con algo forzado, con algo intelectual, te diría. En el caso, por ejemplo, del cuento de Quiroga, yo tenía esos tres elementos, tenía como tres historias juntas, pero una era un ensayo. Entonces dije: a ver qué pasa; esto debe ir junto. Lo sentí así.

-Sí, como que todos esos elementos pedían estar adentro de un mismo recipiente.

-Como que tenía esas tres patas y yo decía: con estas tres patas debo poder hacer un taburete. Lo sentía de esa manera. Por lo tanto, siempre me guío un poco por lo que siento que tiene que entrar en el texto y no importa si a veces está compuesto por fragmentos que son de distinto orden o de distinto género.

-Hay dos relatos muy interesantes que podríamos ubicar dentro de la ciencia ficción o en el rubro de anticipación. Uno es "Historia del avión" donde, en una Argentina futura, imaginás unas Islas Malvinas bajo un régimen plurinacional. Es un tema siempre incómodo porque puede ofender algunas sensibilidades, ¿no?

-Otra vez. La verdad es que nunca escribo pensando ni en provocar, ni en molestar, ni en lo contrario. Tampoco en censurarme. Ese cuento de la historia del avión surgió de otro texto que yo escribí en Cassette virgen.

-En efecto. Otro libro tuyo de relatos.

-Eso, justamente, también tenía que ver con una suerte de paseo por el suburbio, de donde yo soy, en la zona sur de Gran Buenos Aires. Allí había varios monumentos de Malvinas.

-Algo que ocurre en buena parte del país.

-En general, con Malvinas lo que pasó es que, cada placita, cualquier lugar de la Argentina, empezó a tener sus monumentos, su homenaje. En el caso, por ejemplo, de Lanús, de donde yo soy, estaba este avión del que hablamos.

-¿Cómo era?

-Era un avión apostado en mitad de la avenida. Lo divertido, entre comillas, o lo irónico, lo argentino, diría, es que el avión no había ido a Malvinas, no había luchado allá. Y yo, siendo niño, pasaba por ahí y siempre lo veía. ¡Imaginate la fascinación que tenía de ver un avión de guerra en mitad de la calle! Después vino la desilusión cuando me enteré de la verdad.

-¿Y por qué no había ido?

-Porque era un avión ya absolutamente obsoleto para combatir. Sin embargo, en ese monumento está la nómina de los cuatro soldados que fueron a Malvinas de Lanús. O sea que es el monumento de homenaje local. Y en general, como decías, muchas ciudades de la Argentina tienen algún monumento de ese tipo.

-Claro. Aquí, en el Gran Mendoza, tenemos dos aviones que homenajean a Malvinas.

-Está bien. A mí eso me interesa porque, como sabemos, cuando vos hacés un monumento tiene que ver con la memoria. Y cuando trabajás con la memoria, sabés entonces que la exactitud o el ajuste que hacés del recuerdo es importante.

-Aparte, es inevitable.

-Hay una lectura en ese sentido. Entonces, recordar, por ejemplo, en este caso, a la Fuerza Aérea Argentina en Malvinas y poner un avión que no fue a las islas, a mí me parece un chiste, casi. Incluso diría un chiste de mal gusto.

-¿Por dónde lo encarás, entonces?

-Esa clase de cuestiones históricas, a mí me interesan. En algún punto te diría que esto que estamos hablando sobre el avión de Malvinas es otra manera de enganchar con lo que antes decíamos del '78 y del partido con Perú. Son maneras en las que la historia sigue estando presente. Por eso, en ese relato que es futurista, yo digo: ¿y cómo recordaremos Malvinas? ¿Qué pasará con ese monumento de acá a cien años? Y me pongo a hipotetizar alguna cosa, lo cual me parece divertido.

-Otro relato muy atractivo es "El número AFED", donde se cuenta que la ciencia ha logrado predecir, casi con exactitud, la fecha de defunción de las personas. ¿A vos, Edgardo, te gustaría conocer ese día?

-¡En absoluto!

-¿Y por qué la mayor parte de la humanidad en tu cuento sí lo quiere saber?

-Bueno, no sé. Eso es un poco el chiste del género, aprovechar la ciencia ficción. Sobre todo ahora, en que a todo el mundo le gusta escribir distopías y en que la ficción está muy tomada, para mi gusto, demasiado, por la ciencia ficción y ese tipo de géneros. Es una fantasía que me parece interesante

-¿Qué buscaste, entonces, con tu historia?

-Poder anticipar. Sobre todo en una época en donde todo tiene un seguro, no sólo seguros de vida. La gente quiere asegurar casi todo. Acá en Europa se nota aún más todavía. Es como prever toda la vida, entera. Entonces yo dije: ya que estamos, vayamos a fondo; preveamos también cuándo morimos.

-Alguien, algún científico, debe andar detrás de ello.

-No es algo tan imposible en términos científicos porque creo que cada vez vamos hacia ahí, hacia poder ubicar con mayor precisión un montón de cuestiones médicas. Entonces, si hay algo que quizás algún día puede funcionar de esa manera, ¿qué hacemos? (ríe). Es el tema los descubrimientos. Vos descubrís la dinamita y después ¿qué hacés con la dinamita? Me puse a jugar con esa idea. ¿Qué hacemos con cada cosa que descubrimos?

-Volviendo al principio de nuestra charla, a tu relación con Ariana: ¿de quién fue la idea de irse a vivir a la zona rural de Francia?

-Yo creo que ni de ella ni mía. Fueron las condiciones de la vida.

-¿Qué condiciones?

-En este caso, ella tenía una pareja anterior, que es de esa zona. Entonces, fatalmente, terminó yendo a ese lugar. Cuando yo la conocí, ella ya tenía un nene.

-¿Y en tu caso?

-En mi caso, la decisión de emigrar, como siempre digo, por un lado, tuvo que ver con la situación sentimental y, por otro lado, con que siempre había querido hacer la experiencia de vivir afuera.

-Y una vez que la conociste ¿qué?

-En el momento en que yo la conozco, yo también ya estaba haciendo algunas averiguaciones y demás para irme. Pensaba que iba a encarar para Londres. Y al final me quedé del otro lado del charco.

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