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Luis Chitarroni, celebridad del mundillo literario: “Escribí de espaldas al público”

Dice que los lectores “nacen o se hacen”. Y que los editores, como él, pueden ser “farsantes o los últimos representantes de una religión inútil”.

Lo interrumpimos en medio de la presentación de sus últimos libros (La noche politeísta y Pasado mañana). Nos dicen que Luis Chitarroni, un sol de tipo y referencia total del ambiente literario, estaría dispuesto a respondernos para la sección Preguntas un poco zonzas sobre cosas de la cultura.

Un lujo, una alegría grande. Decimos iupi porque Chitarroni es, desde hace décadas, #eleditordelaño. Los que saben no dudan: “Un dios de nuestro olimpo literario”. “El mejor lector de la Argentina”.

Otros lo ven como un “escritor finísimo” y, por ende, de los menos leídos.

“Maestro con olor a tabaco inglés”. “Editor maravilloso”. “Te lleva de paseo por la literatura”. “Hablar con él es como sumergirse en una biblioteca y en una filmoteca infinita”.

 

"La vida en estos días naturaliza lo fragmentario", dice Luis Chitarroni.

 

Para publicar en una editorial grande

-Luis, ¿sobre qué hay que escribir hoy si uno quiere tener serias chances de publicar en una editorial grande?

-Ignoro cuáles son los temas para una editorial grande. Importan más que nunca la actualidad, el presente, como si hubiera obtenido una vigencia absoluta. Ojo, las generalizaciones llevan a una afirmación de lo contrario también. Fui siempre un lector muy distraído, pese al terrible oficio de editor. Me gustan los viejos libros de crítica, las novelas que pasaron inadvertidas, los poemas con mala reputación… Un amigo una vez me regaló un libro que se llamaba Very Bad Poems, antología de poemas horribles. Hoy siento la tentación de traducirlo.

-Estuviste como 30 años en Sudamericana (Mondadori). ¿Qué línea te bajaban?

-Las editoriales necesitan vender y los editores, ventear. Las mejores editoriales confían en los editores. Me toca estar siempre en buenas editoriales.

-¿Las novelas se releen?

-Claro, no todas. Las que nos provocaron esa fruición especial, ese escozor de estambre. Esas sí. Y las que tenemos la obligación de difundir, como esos hombres-libros de Fahrenheit 451. O Ana Karenina. O el Quijote, hasta donde uno llegue, en cualquier caso, en cualquier lugar.

-Se editan cada vez más libros inclasificables: un poco diarios, un poco pensamientos, ideas. ¿Hay alguna explicación?

-Si hay explicación, la ignoro. Uno puede nivelar ignorancia y suficiencia y decir: porque la vida en estos días "naturaliza" lo fragmentario. Y es tiempo de "naturalizarlo", porque hace por lo menos veinte años que lo venimos repitiendo.

Pensando en nuevos lectores

-¿Cómo se hace para fabricar nuevos lectores?

-No creo que puedan fabricarse, excepto en alguna de esas ideas futuras que terminan como distopías. Por suerte, los lectores nacen o se hacen. Es una linda costumbre que solemos tener.

-¿Tenés alguna teoría de por qué ya nadie escucha a U2?

-Ya nadie escucha a U2 ni a Nick Cave, parece hoy, pero la lectura, como la audición, estaban ligados a cierto consumo y deleite "físico" que sólo los viejos respetamos por melancolía o inepcia, a menudo por una combinación de ambas. A mí siguen gustándome los libros viejos, como a quienes les gustan los automóviles, los modelos del pasado. Me encantan los diseños editoriales, los logotipos, isotipos o monogramas de una identidad en extinción. Eso sí, descarté los vinilos y los cedés solo por asfixia inmobiliaria, aunque sigo siendo un fanático de los booklets y las liner notes como una forma de literatura.

-¿Para qué sirve leer lo que pide el mercado si puedo verlo, casi gratis, en Netflix?

-Sí, la literatura parece crecer y soplar donde quiera. Y literatura es todo lo que se lea como tal, de acuerdo con la conclusión de Cabrera Infante. Quienes intentamos orientar o guiar podemos ser unos farsantes o los últimos representantes de una religión inútil. "Hay mucho que defender, hay que ser fieles", decía Holderlin. Un esfuerzo diario cuando se oye, en cadena, la profecía y la mala noticia como elementos esenciales de supervivencia. Todos ignoramos a dónde se dirige lo que estamos haciendo, aunque bien podríamos acuñar un eslogan satisfactorio que tranquilice nuestras conciencias, ¿no?

-Lucrecia Martel se enoja con Netflix: dice que los argumentos son una vigorosa máquina de ansiedad.

-De acuerdo con Lucrecia. Parece una exigencia de la inercia, no de la estabilidad, esa especie de requerimiento continuo de sentido y acción, de generación de atisbo de aventura o de aventura misma. ¿No fue suficiente con Lost, que estaba hasta cierto punto mimada por enlaces y desenlaces continuos, o soy solo un melancólico que evoca Twin Peaks y Mad Men?

-Luis, vos escribiste una novela rara. ¿Me podés explicar qué quisiste hacer en “Peripecias del no”?

-Como dijo un extraordinario crítico que escribió un libro publicado por Tenemos las máquinas (déjenme entretenerlos un rato con el enigma), yo escribí un libro de espaldas al público. Empezó como un proyecto de una seriedad enceguecedora y después encontró sus motivos para ir inventando senderos y pasadizos secretos. A algunos la experimentación, parece, los satisfizo, amigos y críticos, Beatriz Sarlo, Ricardo Piglia, Damián Tabarovsky, Sergio Bizzio... Un editor que murió hace poco y lo quiso traducir para una editorial que yo amo, acaso porque es una bodega de lecturas de juventud, Dalkey Archive, me animó cuando el proyecto era ya la explosión que había provocado. En algún lugar lo expliqué. Ahora hay unos editores españoles que se interesaron en ella y se renueva mi esperanza de que la novela inconclusa encuentre nuevos lectores.

-Mirá…

-Desde el comienzo estuve dominado por la impaciencia. Se me ocurrió, como a muchos, que lo inconcluso no tenía como motivo definitivo la muerte. Podía ser un corte por vez hasta la siguiente inconclusión. No tomé en cuenta que la impaciencia del lector es mucho mayor, y la busca de un resultado inmediato corroe al alma, como en ese filme de Fassbinder en el que lo hace efectivamente en infinitivo. Ahora escribo cosas que son como las que me gustaban cuando era un lector joven, como un ejercicio inútil de recuperación del pasado. A salvo de cualquier atisbo de comparación, no se crea que a Roussel le gustaba leer a los surrealistas. Le gustaba Verne. No se crea que a Burroughs le gustaban los beatniks. Le gustaban Burgess y Denton Welch. Uno hace lo que puede tratando de hacerlo lo mejor que puede. Ahora tendré seguramente que releer Peripecias…, y no hay cosa que me aburra más que leerme a mí mismo. Aunque a mis contemporáneos les encante competir.

 

"Ya nadie escucha a U2 ni a Nick Cave", dice Luis Chitarroni.

 

-Los chicos se van a dormir con un cuento. ¿Es placer por la lectura o la manera que encontró la niñez para estirar la vigilia?

-Prolongar la vigilia, sí, era mi continuo infantil. El miedo y la esperanza de borrar la conciencia. El sueño plácido o la pesadilla como la moneda que se arroja mientras una voz murmura cerca de nosotros la historia de David Copperfield o de Harry Potter. De Azabache, de El pequeño Lord o de Mujercitas…

-Vos impusiste a Mario Levrero generando un pequeño boom que, sin embargo, nunca llegó ser lo mismo que Bolaño...

-Mario Levrero se impuso solo, y a buena hora. Creo que hay diferencias para la mitología de uno y otro. Levrero, a quien no tuve la suerte de conocer -solo a su mujer y sus hijos- es magnífico y sedentario, resuelve todo en una especie de larga y sobria maniobra quieta. Bolaño, a quien desafortunadamente sólo conocí por fax, era muy dueño de su propia significación, en gran medida por la espalda que le había dado a su propia patria. Levrero vivía acá o acá enfrente. Enfrenta temas concéntricos o íntimos, se abalanza a géneros sin dejarlos intactos, carece de la expansión de Bolaño, que puede considerarse el único heredero del boom latinoamericano.

-Con La Bestia Equilátera editaste a David Markson, un tipo que también dinamitó el relato. En la página 50 de uno de sus libros, Markson se pregunta si "la rubia", a esa altura de la narración, no debería ya tener nombre y apellido…

-Markson es mucho más contenido que yo. Su desvarío y su vuelo, una vez conocidos, me dejaron de lado. En realidad, Markson se parece más a Levrero que a mí. Tiene incluso una tendencia a apropiarse de los géneros más parecida a la de Levrero o Piglia, y escribió policiales y westerns bien avenidos. Yo solo pude concluir mi pobre novela inconclusa y una serie de relatos, de muy distinta extensión, con disparatados móviles biográficos. De la biografía como un género confinado solo al fantasma.

-¿Qué escritor local te gustaba y te dejó de gustar?

-En un momento creo que dediqué una atención desmesurada a Osvaldo Lamborghini, creo ahora.

-¿Estás de acuerdo con el compromiso social de los artistas?

-Sí, pero no con cierto intervencionismo mesiánico, recalcitrante. Creo que las consecuencias de cualquier compromiso social deben estar implícitas en lo que se escribe, incluso en lo que se omite. A fin de cuentas, una de las tareas del que escribe, la única o la más pedagógica, es incorporar "buenos entendedores", coleccionistas de "pocas palabras".

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