Yo había aprendido de Blake a odiar toda abstracción, y como estaba irritado por la abstracción de lo que denominaban “enseñanzas esotéricas”, empecé una serie de experimentos. No sé qué libro o revista publicada por la Sociedad [Teosófica] había citado un fragmento de un ensayo sobre la magia de algún escritor del siglo XVII. Si uno quemaba una flor hasta reducirla a cenizas y ponía las cenizas, creo, bajo el receptor de una bomba de aire, y dejaba el receptor a la luz de la luna durante tantas noches, el fantasma de la flor aparecerá flotando por encima de sus cenizas. Reuní a un comité que llevó a cabo el experimento, sin resultados.
(The Trembling of the Veil, I, XIX, 1922)
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El otro día escuché que un dublinés había reconocido en Londres a un anciano que había vivido en determinada casa en Ely Place en su juventud, y que el anciano, al recordar súbitamente lo que ele decían, se largó a llorar. Aunque yo no tenga recuerdos tan conmovedores, porque nunca tuve esa tendencia, nunca fui más que un crítico insatisfecho, de todos modos, ciertos momentos me vuelven a la memoria con una gran nitidez ahora que escribo…
Russell acababa de llegar de un largo paseo por la montaña Two Rock, entusiasmado con la conversación que había tenido con un mendigo viejo y religioso, que no debaja de repetir:
-Dios es dueño de los cielos, pero codicia la tierra… Codicia la tierra.
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Me pongo a hablar con un joven que había adoptado la posicion ortodoxa en cierto debate. No lo conozco, pero me explica que ha heredado las artes mágicas de su padre, y me invita a su cuarto a verlas en práctica. Él y un amigo suyo matan a un gallo negro, queman hierbas en un bol enorme, pero después no pasa nada, salvo que su amigo repite “ay, Dios mío” una y otra vez, y cuando le pregunto por qué, me responde que no se había dado cuenta de haber hablado, y yo siento que hay algo muy maléfico en aquel lugar.
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Una noche, estamos sentados junto a la chimenea y uno de los miembros del grupo, una mujer, cuenta un sueño que acaba de tener. Soñó que veía a unos monjes cavando en el jardín. Siguieron cavando hasta encontrar un ataúd, y cuando le sacaron la tapa ella vio que adentro había un joven hermoso, con un vestido de brocado dorado. El joven se puso a despotricar contra la gloria del mundo, y cuando terminó los monjes cerraron el ataúd reverencialmente y lo volvieron a enterrar. Después de alisar el suelo, siguieron trabajando en el jardín.
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Me acompaña un joven, funcionario de la Sociedad Literaria Nacional, y lo dejo en la sala de lectura con Russell, mientras voy arriba a hablar con un joven escocés. Cuando vuelvo, a los pocos minutos, me encuentro con que el joven se ha convertido a la teosofía, y un mes después, luego de charlar con un cura, a quien le da una descripción increíble de sus nuevas creencias, el joven empieza a ir a misa de nuevo.
(The Trembling of the Veil, II, IV)
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EXTRAÍDO DE WILLIAM BUTLER YEATS, MAGIA; COMPILADO POR MATÍAS BATTISTÓN, BUENOS AIRES, INTERZONA EDITORA, 2018.
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