"Todavía no puedo creer que me dejen hacer esto", dice Marcos López. Con casi cuatro décadas de carrera, el artista santafesino parece disfrutar de su trabajo como un chico en una juguetería. Su tarea más reciente fue disponer de decenas de obras de la colección del museo Macro, de Rosario, para realizar instalaciones similares a la desmesurada Ser nacional, expuesta hasta el mes pasado en el Centro Cultural Kirchner.
En su casa-taller del siglo XIX, en Barracas, López confiesa que a veces se pregunta cómo llegó hasta acá. Haber llegado implica, por ejemplo, que la Fundación Klemm le haya prestado un enorme cuadro de Antonio Berni sin saber qué destino le daría. O que Claudia Fontes, artista que representará al país este año en la Bienal de Venecia, accediera a que cuelgue una obra suya suspendida sobre una cama de amenazantes vidrios rotos.
Fotógrafo devenido curador, dirigió una película sobre Ramón Ayala y el año pasado se animó incluso a subirse al escenario del Centro Cultural Rojas, junto con el actor y dramaturgo Rafael Spregelburd, para representar una obra escrita por él mismo. Más ecléctico que nunca, parado "en el límite entre arte y artesanía", a los 58 años López reconoce que no entiende "el 80 por ciento de lo que sucede en el arte contemporáneo".
¿Te parece que es muy críptico?
Claro. Me interesa desacralizarlo, que la obra de arte sea entendible. Me da una profunda satisfacción que los guardias de seguridad y la señora que limpia me felicitaran porque los conmovió la muestra del CCK. En cambio, fui a ARCO, y en un punto parecía la feria de diseño de Milán. Se pone en un mismo nivel el vestuario de Juliana Awada, parecido al de Letizia, que la obra de un artista. Todo eso no tiene que ver con una poética del desgarro. ¿Qué hubieran pensado Alberto Greco o Liliana Maresca?
Pero las obras de ellos estaban ahí, que es lo importante.
Sí, y está bueno. No quiero gritar "la trampa del mercado" en voz alta porque todavía soy parte y necesito seguir viviendo de esto. Pero soy parte de algo que no me creo demasiado. Es como decir: "El rey está desnudo". El arte contemporáneo me cansó, en un punto. Y sobre todo el arte político. La verdadera vocación del cambio social a lo mejor está en una escuela de Dock Sud, con maestras anónimas, no en Art Basel. ¿Sirve para algo la balsa de Ai Weiwei, de cien metros de largo, para el problema concreto de la inmigración en Europa? Me parece que no. Es una buena obra, pero los mismos artífices de que eso no cambie son los que la financian. Es como decir: "Hablemos pero un poquito, no modifiquemos mucho".
¿Te interesa más lo micro que lo macro, como posibilidad de cambio?
Me gustaría que me invitaran a intervenir la Tate Modern, pero no me invitan. Entonces voy a lo local, me interesa. Ahora tengo que ir a una muestra en el Museo Getty y no tengo ganas de ir a los Estados Unidos.
Vos que sos de Santa Fe y que viajás mucho al interior, ¿cómo ves la relación entre Buenos Aires y las provincias?
Me parece que Buenos Aires se quiere quedar con todo. Vos me estás haciendo esta nota porque queda cerca y vivo acá, pero no sé si te tomarías un avión para hacerme una nota si yo viviera en Colastiné, donde vivía Juan José Saer. Me parece que este país está construido así.
¿Y qué se puede hacer para que Buenos Aires abra la mirada?
Buenos Aires no va a abrir la mirada porque a los porteños les gusta mirarse entre ellos. En Córdoba, en Rosario, en Santa Fe hay gente haciendo sus cosas y ya no esperan la mirada de aprobación de Buenos Aires. Yo soy como una especie de indio lenguaraz; era el que aprendía el lenguaje del blanco y hacía de intérprete. Cuando veía en Facebook las discusiones sobre por qué habían elegido sólo galerías de Buenos Aires para llevar a ARCO, me sentía como el provinciano que había aprendido el lenguaje del amo. Yo puedo ser recontraprovinciano, puedo hablar del crochet de mis tías con el mismo lenguaje que Manuel Puig, pero también me tomo un taxi y me voy al cóctel del Malba y soy parte, todos me conocen.
Vívís en la frontera. O la cruzás permanentemente.
La cruzo permanentemente. Lo que me gusta de este trabajo en Rosario es el viaje en el segundo piso del Flechabus, mirar la pampa y quién soy yo ahora, qué soy, para qué. Hace cuarenta años que estoy haciendo ese viaje entre Santa Fe y Buenos Aires. Vine a vivir acá para ser artista, para canalizar esa energía absolutamente barroca, desenfrenada que tengo ahora. Soy como un chico que sufrió privaciones en la infancia. Entonces va a una juguetería y quiere todo. Quiero hacer la película, la obra de teatro.
Y después de todo lo que ya hiciste, ¿con qué soñás ahora?
Me gustaría parar. Yo lo observaba en León Ferrari, y decía: "¿Cómo este hombre sigue haciendo cosas, por qué no se tranquiliza un poco?" Todo indica que voy por ese camino. Hay algo que aprendí: hoy el proceso me importa más que el resultado. Por ejemplo, el proceso del trabajo en el CCK y en Rosario de colaborar con los pintores, los escenógrafos para construir algo en conjunto, improvisar con los materiales. Como lo que hice en la Alianza Francesa, que me empezó a abrir un camino. Yo vengo de la fotografía, y la fotografía tiene un complejo de inferioridad en el arte contemporáneo.
En realidad, antes de Lugares comunes en la Alianza Francesa, el año pasado, hiciste algo similar en Debut y despedida, en el Recoleta. En ese momento hablaste de un estado de lucidez colectiva en el trabajo de producción.
Sí, eso me interesa y eso está pasando ahora en Rosario. En contraposición a lo que hablábamos sobre la capital, desde el Macro se está generando algo con voz propia.
¿Por qué te interesa trabajar con la cultura popular?
La cultura popular me atraviesa. Primero, porque nunca he leído cosas cultas. Me emociona la poética del folcklore; me muevo en ese andarivel. Si hay algo que me sale sinceramente, es esa forma poética. Una frase que puse en el texto de Rosario es: "Con este río tan maravilloso, ¿qué lugar le vamos a dar al arte contemporáneo?".
Como acostumbra a hacerlo en forma compulsiva, Marcos López escribe en su muro de Facebook: "JUNIO. Workshop en Chiapas. 3 días a full. Sin dormir. Sólo paramos media hora para comer e ir al baño. Mi última performance docente antes de jubilarme. Situarnos en la zona de exclusión, de no-realidad, de teatralidad, de exorcismo de fantasmas, la zona, el laberinto, el cuarto oscuro, el túnel del tiempo entre la fotografía documental y la puesta en escena. Experiencias de hipnosis entre el teatro y la vida. Experiencias cercanas al chamanismo. Bioenergética. Constelaciones familiares. El viaje sin retorno desde la plata gelatina, la brujería alquímica, el click como sonido de la muerte, el momento preciso, el momento decisivo y el desmadre post digital".
¿Eso es verdad? ¿Tres días sin dormir?
Es mentira, es parte del personaje. Juego mucho con las redes sociales. Pero si alguien se anota, ya está avisado de que va a ser algo raro. En un taller en Mendoza, me esperan veinte chicos jóvenes y me pongo a improvisar sobre qué queremos aprender, para qué nos dedicamos a esto. Entonces le puedo decir a un alumno: "Liberá la voz, cantá". Y el tipo me mira: "Pero cómo, ¿no venimos a un curso de fotografía?". Me cansé de enseñar fotografía.
¿Dónde quedó la fotografía en tu obra?
La fotografía me sigue provocando adrenalina. Puedo ir en auto y si veo algo que me interesa, lo dejo mal estacionado, me bajo y hago una foto con el teléfono.
¿Ahora sólo fotografiás con el teléfono?
No, pero no estoy produciendo fotografía artística como hacía antes. Me cansé. En el mercado se están vendiendo mis fotos vintage, de los años 80.
Éste parece ser el año Liliana Maresca, con tanto homenaje. Y muchas de sus fotos las sacaste vos.
Maresca fue alguien muy importante en mi formación. Fue la primera artista que conocí cuando llegué a Buenos Aires.
¿Qué edad tenías?
Veintitrés años. Era como un niño de un colegio de curas y llegué a la casa de Maresca, en San Telmo.
Donde ella alojaba gente.
Exacto.
¿Vos te alojaste ahí?
No, yo tenía una amiga de Santa Fe que vivía ahí. Fue un pasaje directo de ser un chico que jugaba al tenis en el Jockey Club de Santa Fe a esa casa donde tiraban tarros de pintura sobre desechos de la calle. Indudablemente, Maresca fue un shock para mí, con todo ese mundo de principios de los años 80. La libertad post dictadura, Teatro Abierto, Sumo. Y la profunda necesidad y claridad que teníamos, ella y yo, de ser artistas. Nos pusimos a hacer esas fotos sin pensar en el mercado. Ya no recuerdo si las ideas eran de ella o mías.
Tampoco le llamaban performance.
No, no existía la palabra performance. Una vez las expusimos en un Laverrap, en una muestra que se llamó Lavarte. Lo que está pasando con el mundo del arte y la obra de ella. Yo trato de dar un paso al costado.
Que la protagonista sea ella.
No, que la protagonista sea ella es algo que el sistema del arte está conduciendo hacia ahí. Yo hago silencio.
Porque en realidad eran obras en colaboración.
Sí, todas las obras están firmadas como obras en colaboración. Es un terreno dudoso, porque también en esa época, como te digo, no se hablaba de performance.
Otra gran época para vos fue la de Pop latino.
El pop latino ya me sale de memoria. En diez minutos te pongo un pato inflable, una chancleta, una manguera. Y yo mismo digo: te hago un Marcos López. Eso me divierte y me aburre al mismo tiempo. Ya soy un profesional de la chancleta.
Pero creo que excedió la serie. Tu estética hoy, ¿no se podría definir como Pop latino? ¿Cómo la definirías?
Me gusta más acercar el pop latino a un andarivel medio vernáculo, barrial, local. Pop es por popular. Ahora estoy intentando filmar una película que se llama Mi barrio es mi mundo, con el teléfono, en las dos cuadras que rodean mi casa. Por ejemplo, traté de pintar ese auto estacionado ahí, y después filmé al mecánico opinando sobre la obra.
¿O sea que el concepto de Pop latino quedó muy ambicioso? ¿Querés reducirlo a tu entorno más cercano?
Yo mismo inventé ese Frankenstein del que ahora no me puedo escapar. Una vez me invitaron a Riga, en Letonia, para fotografiar la ciudad como me diera la gana. En el aeropuerto, tres rubias me esperaban con una sonrisa de oreja a oreja. "Ya tenemos todas las cosas que a usted le gustan -me dijeron-: una peluquería de perros caniche, una fiesta de casamiento..." Ellas ya suponían cosas que me gustaban. Yo no iría a sacar una peluquería de perros caniche por mi propia voluntad. Pienso que uno queda atrapado en ese personaje, entre gracioso. A mí la ironía ya me interesa menos. Me interesa más.
¿La ternura?
Sí, la ternura y una meditación sobre el sentido que le encuentro a la existencia. Cómo calmo mi dolor cotidiano de vivir en una gran ciudad donde la gente está comiendo de la basura y el mundo del arte es igual al mundo de la moda y al de las finanzas. Lo que veo en mí mismo es una cosa compulsiva de calmar una angustia existencial a través del arte. Y de generar un hecho poético para que el espectador reciba una caricia al alma.
Estás descreído del sistema del arte, pero creés todavía en el arte.
Pintar me calma. Creo que lo hago para sobrevivir. Y me gano la vida con esto y ayudo a mantener a mi familia, que no es poco. Mirá, por ejemplo, este dibujo de la virgen de los pescadores. Podría ser el boceto para una foto, pero ya hay algo más melancólico; tiene humor, pero no es la estridencia del pop latino. En algunos momentos, como pasó ahora en Rosario cuando estábamos pintando con 15 personas en un objetivo común, creo que es un hecho amoroso el trabajo de encontrar en el oficio un aprendizaje no tradicional, espiritual. A veces es lo que me pasa en los workshops.
¿Te interesa el arte como sanación?
Sí. Es pretencioso decirlo, pero no me importa.
¿Qué hay de la transgresión? ¿Para vos es un estilo de vida?
Sí. El psicólogo me dice que soy un provocador constante, pero que ese personaje lo tengo que interpretar fuera de mi casa. Cuando entro a mi casa me lo tengo que sacar, como un traje.
¿Y lo hacés?
Lo hago, pero al mismo tiempo me queda la culpa católica de colegio de curas. Transgredo pero un poquito para que no se ofenda nadie, o me da pudor. Puedo tener fantasías eróticas, pero me da vergüenza hacer una foto muy explícita. Por momentos me sale un personaje conservador y temeroso; siempre estoy en ese límite. Me parece que ya no sirven la transgresión y la ruptura. Me sale buscar formas más armónicas.
Un Angry Bird de plástico toca el tambor sin parar desde la cuenta de Instagram del artista, @marcoslopezvirtual, para promocionar la muestra en Rosario. Y uno de los personajes centrales de su muestra en la Alianza Francesa, el año pasado, fue un monito de juguete que hacía chocar dos platillos cuando el público tiraba de una cuerda.
¿Por qué lo lúdico te atrae tanto?
Podría sintentizar toda la experiencia de Rosario en haber comprado ese muñequito en la calle, negociado el precio con la señora que de 180 pesos me lo bajó a 170. Me tiré de panza al piso, como si tuviera 18 años, con mi iPhone 7, y me ensucié toda la ropa para filmarlo. Ahí es donde siento que el espíritu de arte, de creación, está intacto. Me da una gran satisfacción esa especie de juego naif. Señores, ésto es el arte contemporáneo. Qué videoarte ni videoarte... Treinta segundos de Instagram con el muñequito chino tocando.
Y eso tiene capacidad de conmover.
Yo creo que sí. Me genera mucha angustia el mundo del cual soy parte. Los chicos, que están online todo el tiempo, y yo mismo, que no sé qué hacer sin el teléfono. Creo que el mundo se fue a la mierda. No vi todavía [la serie de TV] Black Mirror, pero... Al mismo tiempo, ese tamborcito genera unos microsegundos de ternura. Los chinos que lo hicieron, la señora peruana que lo vende en la manta en la calle. Hay una precariedad tierna en su viaje por las calles de Rosario que para mí cumple, en esos 30 segundos, el sentido del arte contemporáneo.
¿Cuál sería ese sentido?
Estoy generando una progresión de estructura dramática, materiales, comunicación ultrarrápida, y todo se olvida al día siguiente. Justo había una manifestación de trabajadores en Rosario, entonces puse el Angry Bird adelante de la manifestación. Finalmente, puedo decir que estoy haciendo arte político. Porque estoy documentando una manifestación de obreros que habían despedido de Rosario con el Angry Bird chino, los manteros, la inmigración y la economía informal.
En la instalación del CCK te molestó que la definieran como "la Biblia y el calefón", como un cambalache. ¿Qué diferencia ves entre eso y lo que hiciste?
Me hubiera gustado que dijeran "la delicadeza del crochet hecho por una señora de un pueblo de Santa Fe", o "la armonía de un ñandutí hecho en el lago Ipacaraí, en el tono de un arpa paraguaya sofisticadamente delicada, como mantras tibetanos". La delicadeza de la armonía popular. En ese sentido lo tomo de ejemplo a Pombo, como maestro. No es la Biblia y el calefón, porque no me da lo mismo cualquier cosa. Pará. Conmigo no, Barone.
Hay una poética.
Obviamente, hay una poética. Comparada con la música popular, las letras de las cumbias colombianas, del vallenato colombiano, de los sones cubanos, las letras de samba de Río de Janeiro, que con cuatro frases muy populares dicen verdades poéticas existenciales. El rumbo de mi barco va hacia ahí.
1958
Marcos López nace en Gálvez, un pueblo de 10 mil habitantes de la provincia de Santa Fe
1978
Comienza a tomar fotografías
1982
Obtiene una beca de perfeccionamiento del Fondo Nacional de las Artes y se muda a Buenos Aires, donde realiza fotografías con Liliana Maresca
1987
Viaja a estudiar como becario a Cuba. Allí realiza documentales para cine y video
1993
Publica su primer libro, Retratos. Investigar con el color y desarrolla Pop latino, su serie más conocida
2012
La Fundación Konex le otorga el Premio Fotografía Quinquenio 2007/2011 y el Konex de Platino por su trayectoria
El futuro
Mientras exhibe en el Museo de Arte Contemporáneo Rosario, lanzará en la Feria del Libro de Buenos Aires Verdad/Consecuencia (Interzona), libro que reúne sus textos publicados en Facebook y un guión de teatro. También está filmando un documental sobre su barrio
Dirección de arte en la producción de fotos: Yanina Moroni