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María Inés Bedia sobre Quebranto | Presentación

Presentación Quebranto

 

El 1 de la mitad + 1

A Juan lo conocí en el 2016. Yo usaba campera de cuero negra y me anoté en su taller literario. Toqué timbre en un ph de la calle San Luís, por el Abasto, un lugar que hasta ese momento no imaginaba que iba a ser tan importante para mí, determinante, un lugar que cambiaría mi vida para siempre, un lugar fundacional: la cuna del Taller Eterno. Como Boca Predio donde se hacen las inferiores en Boca, en ese ph de la calle San Luís hicimos las inferiores gran parte de los alumnos y alumnas del Taller eterno, de ahí salimos, ahí nos formamos, ahí nos hicimos amigos, crecimos.

Aquel lunes de 2016 toqué timbre y me abrió Juan. Se presentó y le dije que me había recomendado su taller mi amiga Mariana Cahn: Ella hizo taller con Marina Kogan, le dije. Juan se quedó mudo unos instantes, me miró fijo a los ojos, parecía haberse convertido en una estatua y a los pocos segundos dijo: Marina. Y sonrió. Cerró la puerta y empezamos a caminar por el pasillo del ph hasta el fondo, por ese pasillo que caminaría después tantos y tantos lunes, como el túnel antes de salir a la cancha cada partido. Lunes de lluvia, de frío, de calor, de otoño, invierno, verano, de maldita primavera. Todos los lunes de ese año y de los siguientes, aunque fuera feriado, porque, como dice Juan: El Taller es lo más importante.

Aquel lunes, mientras caminábamos juntos ese pasillo por primera vez, le dije:

–Me encantó El campito, lo terminé de leer recién en el colectivo.

Juan me dijo: Gracias, y agregó: Igual yo no enseño lo que escribo.

Una frase que en ese momento me dejó pensando, pero que tiempo después me daría cuenta que esa fue la primera vez que el Juan escritor me mintió, porque como él siempre enseña: Un escritor nunca pierde la oportunidad de mentir.

Juan enseña lo que escribe y Quebranto es un buen ejemplo de eso.

Pero igual volvamos a aquel día, en 2016 cuando conocí a Juan con mi campera de cuero negra. Entramos al ph y me dijo que me sentara donde quisiera. Elegí la punta izquierda del sillón. Me senté y escuché que hablaban de separaciones y en un momento Juan dijo: “Cuando te separas es muy triste porque además dejas de ver a tu mascota, como me pasó con mi perro Ayax”. Y empezó a contra esa historia. Me generó mucho amor volver a encontrarme nombrado a Ayax en estas páginas de Quebranto, porque fue de las primeras historias que Juan me contó y saber quién era Ayax a través de su relato me hizo sentir testigo de su vida, rol que cumplen los amigos que siempre están cerca.

Aquel primer día (para mi) en el taller hicimos una ronda de presentación, yo dije que era de Boca, que tenía una hija, que era abogada, que trabajaba en Abuelas y que leía mucho desde muy chica pero que no escribía. Dije un montón de cosas. Juan me miró y me dijo: Qué bueno que sos de Boca, y además usas campera de cuero y te anotaste en un taller literario, seguro te estás por separar. (por supuesto me separé, pero esa es otra historia).

Juan nos había dado para leer un cuento de Felisberto Hernández, había que llevarlo leído para comentarlo después en el taller.  El cuento se llama: La mujer parecida a mí. Fue el primer cuento que leí en el Taller eterno, yo no conocía a Felisberto, pero desde ese día se convirtió en uno de mis escritores preferidos. Hoy lo releí y elegí un párrafo entre tantos que bien podrían estar en las páginas de Quebranto. (es un cuento sobre un hombre que empieza a tener la idea de que había sido caballo) “De pronto comprendí que en la punta del camino se encendía un resplandor. Tenía hambre, pero decidí no comer hasta llegar a la orilla de aquel resplandor. Sería un pueblo. Yo iba recogiendo el camino cada vez más despacio y el resplandor que estaba en la punta no llegaba nunca. Poco a poco me fui dando cuenta que ninguna de mis partes había desertado. Me venían alcanzando una por una; la que no tenía hambre tenía cansancio; pero habían llegado primero las que tenían dolores. Yo ya no sabía cómo engañarlas; les mostraba el recuerdo del dueño en el momento que las desensillaba; su sombra corta y chata se movía lentamente alrededor de todo mi cuerpo. Era a ese hombre a quien yo debía haber matado cuando era potro, cuando mis partes no estaban divididas, cuando yo, mi furia y mi voluntad éramos una sola cosa”

Juan en sus talleres enseña lo que escribe y también enseña lo que no escribe. Juan te enseña (y te obliga) a leer los géneros a los que quizás no les prestarías atención, hay que leerlos, te dice, no importan si no te gustan”, te enseña que cualquier historia puede convertirse en literatura si aprendemos a contarla, si somos fieles a la historia y no a los hechos tal cual pasaron, si la fidelidad es, como dice Piglia, al lenguaje, si no impostamos la voz, si la contamos sin buscar ser solemnes y nos pide que por favor no pretendamos que el vendedor de panchos de nuestra historia venda panchos con vehemencia. Juan te enseña a buscar el tres de Banfield. Dice que la escritura es como el álbum de figuritas donde, en un acto de justicia poética, los jugadores más famosos como el 10 de Boca, son figuritas que aparecen en muchos álbumes y que, sin embargo, son los jugadores periféricos, los desconocidos los que se convierten en las figuritas difíciles, como el 3 de Banfield o el 5 de Unión de Santa Fe. Entonces quedó como premisa del taller que cada uno tiene que buscar su tres de Banfield, es decir, buscar la originalidad, encontrar un tema, una palabra, algo que no sea muy común en la biblioteca y que cada persona en un ejercicio de creación artística busque y muestre a su 3 de Banfield. Juan te ayuda a buscar la voz propia, la frase donde podamos decir algo con la menor cantidad de palabras, donde no haya una de más, donde las que estén sean las únicas que podían estar, y no otras. La frase en la que narremos algo como si lo estuviéramos viviendo y mirando por primera vez. Cuando en su taller lees una frase que le gusta, te frena y la vuelve a leer él, a su ritmo, siempre parece que está tarareando una canción triste de Sui Generis Cualquiera de Viejas Locas. Lee la frase, parece que la saboreara, te mira y te dice: Ese es tu 3 de Banfield.

Una vez, con Juan y con nuestra amiga y también profe del taller Mechi Ferreiro, la alumna favorita, en honor a la literalidad y al fin de la metáfora fuimos a buscar al 3 de Banfield. Organizamos el “Torneo Metropolitano de escritura 3 de Banfield”, donde se leyeron varios textos y el ganador, que paradójicamente fue un hincha de Banfield, Edu, amigo y Pilar del taller, recibió un saludo a través de un video y una camiseta de Banfield firmada por Marcos “Peca” Galarza, el que jugaba en ese momento de 3 en Banfield, que por supuesto no entendía nada acerca de nuestro torneo pero que muy generosamente dijo a todo que sí. Ese día es uno de los inolvidables del taller, de esos que atesoramos, como así también el Concurso Tres Tristes Textos, El concurso de fotografía Acción y Materia, la noche eterna, la vez que salimos a cacerolear junto a los vecinos del Abasto contra la reforma previsional del macrismo, y nunca me cansaría de contar anécdotas. Porque Juan te enseña que todo eso también es un Taller literario.

Pero sobre todo te enseña a amar a la literatura. Un día agarró Pedro Páramo y empezó a leer oración por oración desafiándonos a encontrarle algún error, alguna palabra de más, alguna oración fuera de registro. Por supuesto, no pudimos. Ese día Juan dijo que a cualquier escritor se lo puede corregir en el Taller eterno, menos a Rulfo. Y todos los que amamos la literatura sólo pensábamos en llegar a nuestras casas para leer o releer a Rulfo.

Con Juan enseguida nos hicimos amigos. Empezó siendo mi profesor y al poco tiempo ya era mi amigo, amigo y profesor, pero sobre todo amigo. Bastantes años después me propuso que diéramos un taller juntos. Yo le dije que sí, sin estar segura de poder hacerlo, porque sabía que, si le decía que no, me iba a terminar convenciendo, con esa alma eterna de vendedor ambulante que tiene, con la que siempre te va a convencer de cualquier idea que se le haya cruzado por la cabeza, te va a decir que no reprimas tus deseos y vas a terminar llevándote siempre sus objetos maravillosos porque aunque no te habías dado cuenta, era justo lo que necesitabas.

 

Entonces le propuse que diéramos un taller sobre escritura autobiográfica, sobre autoficción, y en chiste le dije que podía llamarse: No soy vos, soy yo. Y así se llamó. Y después también le propuse que el siguiente se llamara Perdón soy esto. Otra vez también le propuse que sólo leyéramos a autores que se llamaran Juan o Inés y eso hicimos el mes siguiente. Porque todo lo que le digo a Juan como chiste siempre toma la forma de algo real. Juan convierte cualquier idea en un proyecto, y siempre te incluye, porque las ideas aparecen en su cabeza, pero enseguida pasan a ser de todos los que quiere. Juan además se divierte dando taller y desarma de manera admirable a cualquiera que piense que la literatura es sólo para un grupo selecto de iluminados.

Mi amigo Juan es la persona más generosa que conozco. Pero no lo digo porque sea mi amigo, lo digo porque es así. A Juan lo vi darle lo que no tiene a los demás, sin importar cómo se arregla después él o cómo llega a fin de mes. Durante todos estos años de amistad me presentó a todos los escritores que admiro como I y Federico y me dio la posibilidad de que compartiera espacios con ellos y de que les hiciera todas esas preguntas que atesoro después de leer sus libros. A Juan lo vi llevar a su sobrino Maxi por primera vez a la Bombonera, siguiendo la tradición familiar. Un día, en plena pandemia vino hasta mi casa un día de lluvia y me regaló junto a nuestra amiga Mechi, unos walkie takie, para que pudiéramos estar comunicados también en esos días que se empujaban en desorden.

Y un día me dijo, en un recreo del taller: Voy a escribir el libro más triste del mundo y lo que yo vi fue como puso en funcionamiento una maquinaria, una Máquina Excavadora de tristeza.

Si pensamos la tristeza como a un país, Juan en Quebranto nos muestra todos sus accidentes geográficos.

La gente llora cuando Juan lee Serenata. A mí me hace llorar la parte en la que mientras la madre vivía sus últimas horas, la selección argentina le ganaba a países bajos y pasaba a semifinales. Cuando Messi hace el icónico topo Gigio, Juan le dice a su mamá: Mira mami, como Román. Como Juan Román Riquelme.

Fue inevitable para mí recordar la vez que Juan me dijo, cuando yo estaba muy triste porque Boca había perdido un partido: Sos igual a mi mamá. Y me pasó su teléfono porque sabía que sólo ella podía entender del mismo modo mi dolor. Ese día conocí a Celina. Le mandé un audio diciéndole que era Inés, la amiga de su hijo, y que estaba tan triste que no podía levantarme de la cama.

Celina me respondió:

“Estoy triste. Igual, seguimos primeros. Es así. Perdimos y sin embargo la Bombonera es una fiesta. Una mierda ese árbitro, cobraba todas las jugadas que no habían existido. Los de Riber, como son tan gallinas, se tiraban por cualquier cosa, una mierda. Pero bueno, el fútbol es así: da revancha. ¿Sabes lo que me molesta más? La mierda de los pendejos, quienes sean, que están gritando en la calle con bombos y cornetas. Te juro que saldría al balcón y los putearía. Sabés qué Inés, te quiero decir una cosa, de esto que te pasa nunca te vas a curar. Yo tengo setenta y dos años y me sigue pasando. El lunes si pierde Boca no quiero escuchar que nadie hable, no puedo hacer nada, cuando uno es bostero de alma, no se cura. Te entiendo perfectamente, pero tenés que saber que de esto no te vas a curar. Nosotras somos bosteras de alma y la sufrimos, qué vamos a hacer, la sufrimos, porque Boca es así. Tené paciencia, Inés. Boca te hace sufrir, pero el que es de Boca la camiseta no la cambia jamás. Y yo también soy fanática de Riquelme, Inés. En la computadora de fondo de pantalla lo tengo a Riquelme. Cada vez que tiran un tiro libre pienso: por qué no estará Román para ponerla en el ángulo, pero qué vamos a hacer, no juega más. Román para mí era el más grande. Tené fe que Boca va a demostrar. Viví tu vida tranquila, no te preocupes por algo que todavía no pasó. Yo no te conozco, pero te mando un beso, comé, hace tu vida y cuídate. Cuando llegue el momento, Dios dirá”

Juan Diego en Quebranto hizo lo mismo que el narrador de Serenata cuando nos cuenta que de chico sueña que su madre se muere y le dicen que así le alargó la vida. Juan le alarga la vida a Celina en estas páginas, el hijo de la maestra vuelve a narrar a su madre y, como a su taller literario, la vuelve eterna. Taller eterno, Celina eterna. Celina, igual que la Bombonera, late, Celina late en estas páginas. Debe andar dando vueltas por acá, en forma de mariposa.

Cuando Juan me dijo que iba a escribir el libro más triste del mundo le creí, pero siempre supe de qué tipo de tristeza me hablaba.

Lo que hizo Juan tiene que ver con el doble efecto de la tristeza que podría ser pensado así: imaginar a la tristeza como a una maquinaria, entonces, 1) por un lado, esa máquina excavadora funciona como motor para la escritura, donde la sensibilidad se pone al servicio de la inteligencia; 2) y a la vez, por otro lado,  la escritura y toda la secuencia de la escritura: la producción convertida en libro, que implica a su vez después la lectura por parte de otros, funcionan como vehículo para atravesar las tristezas.

En este sentido pienso en la práctica de la tristeza, que no es lo mismo que el estado de tristeza. En la práctica de la tristeza aparece la presencia del cuerpo, el cuerpo que escribe y convierte en arte las cosas (malas) que nos pasaron, y por otro lado, y de este modo la escritura o un libro como Quebranto pueden invitar a llorar (como dice I Acevedo en el prólogo) sin hacer apología de la tristeza, porque la tristeza acá es máquina y no estado. El estado de tristeza es justamente lo contrario, quedarse ahí, enquistado, paralizado, lo que no invita. Incluso a veces y sobre todo en este momento el Estado, con mayúscula, es muchas veces es lo que no se mueve, lo que siempre se repite del mismo modo. En cambio, si pensamos a la tristeza como maquinaria, esto implica ponerla en funcionamiento del deseo y de la invitación a convertir esa tristeza en palabras, en palabras gigantescas como Quebranto que hasta que apareció este libro creímos que era eso, una suma de letras que formaban una palabra enorme: Quebranto, pero que, con este libro, y gracias a la maquinaria de la tristeza, siguió creciendo y creciendo, hasta no poder crecer más y entonces se convirtió en oraciones, en libro eterno. En libro que como efecto de la misma maquinaria de la tristeza, nos conmueve.

Y pienso también en la palabra Quebranto. Quebranto es desaliento, falta de fuerza, Pérdida o daños grandes. Una pena es algo que de por sí ya es mucho, pero acá, en Quebranto la pena es extraordinaria por la pérdida de los que más amamos.

Pienso en una cita sobre la tristeza de un libro que se llama Entre los rotos de la mexicana Alaíde Ventura Medina: “una vez que se secan las lágrimas, los ojos parecen listos para mirarlo todo distinto, como si fuera la primera vez. No hay primeras veces. Tan solo la repetición infinita del mismo episodio incomprensible. Con lágrimas no se forman ríos, sino pantanos. Acostúmbrate al llanto”.

Los anteriores libros de Juan Diego junto con Quebranto, tal como una constelación, alcanzan la altura de La eternidad, escribe I Acevedo.

En este libro aparecen sus padres, sus hermanas, sus sobrinos, su familia. Aparece su amiga Marina, aparece Boca, el Barrio, Villa Celina, el tanque, la escuela, el rock barrial, sus amigos de la infancia y de la adolescencia. Aparece un vendedor ambulante. Aparecen también sus lecturas, las lecturas tristes y las demás. Y Juan mete a su amiga Marina en la ronda de los amigos de Celina, porque “aunque ellos no la conocían, en el barrio aprendimos a no dejar a nadie tirado ni colgado” escribe. Non lasciarlo solo le dice su abuelo a su amigo en La aventura de la oscuridad. Y eso es lo que Juan mejor hace, Juan nunca te deja solo, sola. Juan está siempre, en las buenas y en las malas, como la hinchada más fiel, como el 1 de la mitad más uno. Aunque él intente buscar por ahí ese uno mítico de la mitad más uno, no tiene sentido amigo, no busques más, sos el 1 de la mitad más 1. Sos vos. Que lindo que seas mi amigo.

A esta altura con Juan jugamos de memoria, como el mejor doble 5 de cualquier equipo. Si él me dice que se suma alguien al taller, sabe que yo le voy a preguntar de qué cuadro es. Si yo le digo que me encantó un libro sé que me va a decir: seguro que es de Zambra, y daaaale con Zambra, y sé también que me va a preguntar: ¿Te vas a sacar la nacionalidad Chilena? ¿Vas a dejar el taller eterno conmigo para dar un taller con Zambra en la Isla de Pascua? ¡Acordate que los perros chilenos lo mordieron al mono navarro Montoya!

Y yo le voy a decir: ¡Qué pesado! Y nos vamos a reír, como desde el primer día, como siempre.

Una sola cosa amigo, un error que le encontré al libro donde se rompe profundamente el verosímil, sería imposible que yo le regalara un libro a Zambra y a Casas, siempre te lo regalaría primero a vos.

Mientras escribo esto en Los galgos suena: Cuando estés mal, cuando estés solo, cuando ya estés cansado de llorar, no te olvidés de mí porque sé que te puedo estimular. Tengo a Quebranto al lado mío, al lado del teclado en el escribo. Lo abrazo y me pongo contenta porque yo también, como Marina Kogan, tengo un amigo que es un héroe.

 

 

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