Al igual que con la de Jorge Luis Borges, la obra de Luisa Valenzuela tuvo primero repercusión en el extranjero, recibiendo elogios de críticos y de figuras renombradísimas del ambiente literario. Susan Sontag la nombró como uno de las escritores a los que admiraba a nivel internacional. Y el propio Carlos Fuentes la coronó como la heredera de la literatura latinoamericana. Cortázar fue otro de los que se deshizo en elogios.
Este reconocimiento internacional a temprana edad no solo se debe a que pasó muchos años de su vida viviendo, trabajando y escribiendo en países muy distintos a la Argentina. También influyó que sus textos abordaran temas urticantes para los autoritarismos que ensombrecieron el panorama cultural y literario de nuestro país durante gran parte del siglo XX.
Pero no solo su compromiso a la hora de abordar ciertos temas o una pizca de ese humor que se hace necesario en las adversidades son signos que distinguen su obra. Su calidad narrativa ha sido elogiada innumerables veces por sus colegas de todo el mundo. Esto la llevó a obtener preciadísimos galardones literarios como en 2019 el de ser la primer mujer en ganar el Premio Carlos Fuentes. El jurado reconoció «genialidad, constancia, así como sentido lúdico y creativo». Y esto es solo un ejemplo reciente de las distinciones que han merecido la escritora y su obra.
Universidades de todo el globo han dedicado trabajos especializados y jornadas para estudiar, comentar y elogiar sus páginas, que hoy abarcan más de 30 libros de todos los géneros narrativos.
ULRICA: La reedición de El mañana nos permite pensar en ese aspecto especulativo que tiene la ficción, principalmente en aquella de tintes futuristas. En el momento de escribirla, ¿creíste que pasaría a verse tan actual, casi profética, en apenas 10 años?
LUISA VALENZUELA: No, en absoluto. Si lo intentara me iría pésimo, no tengo el don de clarividencia ni nada parecido. Todo lo contrario, lo que no quería era que la novela quedara pegada al presente y, como me demoré tanto en completarla, cada vez que la retomaba intentaba empujarla para más adelante, hacia un futuro distópico que esperaba no ocurriera jamás. Pero hay algo que no le podemos negar a la escritura de ficción, cuando se la practica como la practico yo, sin mapas, sin un derrotero prefijado, dejándose llevar por una trama que va surgiendo y el humor de los diversos personajes (que también van surgiendo). Es esas circunstancias afloran antenas que pescan algo de lo que flota en el aire sin que lo podamos entrever conscientemente.
U: Justamente, has manifestado en Carta de navegación de «El mañana» que, en un principio, cuando se editó por primera vez, no querías ni ver esa novela porque te costó mucho terminarla y, en ese momento, afrontabas una enfermedad. ¿Existe un proceso de reencuentro del autor con su obra? ¿Cómo fue volver a editarla y qué nuevas experiencias te trajo?
LV: Oh sí, agradezco en el alma a la editorial Interzona por la reedición, y justo en estos momentos. Confieso que la leí con avidez, en galeras, como si la hubiese escrito otra. Me sorprendió profundamente. Cuando apareció en 2010 yo apenas salía de una meningoencefalitis y no quise ni verla; después me explicaron que quizá el arresto domiciliario de la protagonista y sus alucinaciones prefiguraban mi enfermedad y mi internación domiciliaria. Sonaba razonable. Pero de 2015 a 2019 nos golpeó fuerte el neoliberalismo y al releer «El mañana» por primera vez después de su primera aparición entendí un trasfondo que no habría podido ver antes. Me resultó por demás inquietante.
U: Mucho de eso que mencionás se puede observar en Carta de navegación. Consideramos que es un recurso sumamente novedoso que nos permite asistir a los entretelones de la escritura. ¿Qué te animó a anexar esa especie de cuaderno de notas a la novela? ¿Por qué darle esa herramienta al lector que, a menudo, queda reservada para el autor?
LV: Diversas fueron las razones. Primero porque me interesa mucho la reflexión lateral que se va gestando a lo largo de la escritura de ficción. Como a muchos autores y autoras, me sorprende eso que va surgiendo como por cuenta propia, respondiendo al ritmo del lenguaje. Me pregunto cada tanto de dónde vienen las historias que pergeñamos como si hubieran estado escritas antes. Cada tanto voy conjeturando teorías que descarto y recompongo. Piensen en Clarice Lispector. O en Cortázar. En muchas de sus novelas aparece algún personaje (Perseo en «Los premios», Morelli en «Rayuela», Andrés Fava en «El examen») que reflexiona sobre el acto mismo de creación y su misterio. Y con esta novela mía, «El mañana», que atendiendo a su nombre sufrió mil postergaciones, marchas y contramarchas, me sorprendió encontrar –al explorar mis archivos para la reedición—cantidad de material descartado que me pareció interesante rescatar. Agradezco a Luciano Páez Souza que creyó en el Cuaderno y lo publicó con tanta elegancia.
U: La novela se anuncia como tu obra más profética y anticipatoria, pero vemos que existen, en la historia, ciertos límites que no se han traspasado. ¿Cómo ves el futuro de la literatura, más allá de la ficción, y con el auge de la llamada «cultura de la cancelación»? ¿Tenés una opinión formada sobre este tema?
LV: ¡Qué arma de doble filo es la cultura de cancelación! Casi todo lo que llega por las redes es desconfiable. Esta nueva modalidad permite a cualquiera censurar, erigirse en adalid de la justicia, moralizar a gusto. Me repugna, por más que me gustaría bloquear a pedófilos y a violadores seriales, y a quienes difunden el odio y las mentiras, a neonazis y demás caterva. Pero creo en la reflexión, en el diálogo, en la libertad de opiniones siempre y cuando se tome esa libertad con toda responsabilidad (la una no debería de ir nunca separada de la otra). Por eso mismo creo en un futuro positivo para la literatura que nos enseña a leer entre líneas, es decir, una continuación de lo que siempre fue y es. Y creo en el futuro de la palabra sincera, tarde temprano tanta palabra manipulada, tanto engaño y falsedad que circulan hoy en día arderán en sus propias hogueras. Veo que asoma lo moralista en mí, después de criticarlos tanto.
U: En toda tu obra se nota un compromiso con lo social y lo político. Escribiste sobre temas tabúes en su momento (como la transexualidad en Como en la guerra) o que eran prohibidos por los gobiernos autoritarios (me refiero a los cuentos de Aquí pasarán cosas o de Cambio de armas que tuviste que publicar en Estados Unidos). ¿Por qué elegís abordarlos?
LV: Una no elige. Una es elegida por la vibración del momento, por la necesidad a veces suicida de escribir sobre ciertos temas que nos carcomen. Alguna vez dije que escribo para moverle el piso al lector o a la lectora. Algo de eso habrá, pero es involuntario. «Temas que a otros les resultan incómodos». Qué frase, ¿no? Creo que es acertada y por eso me perturba. ¡Qué país el nuestro! Muchas veces prefiere mirar para otro lado, hacer borrón y cuenta nueva como solía decirse ante los juicios a los torturadores. Incomodar a otros más bien me resulta estimulante, lo que no quisiera es ponerlos en peligro con alguna lectura, por eso preferí no mostrar a nadie por estas amenazadas costas mi largo cuento «Cambio de armas» cuando lo escribí en 1977/8. El problema se presenta cuando lo que surge le resulta incómodo a quien lo está escribiendo. En esos casos y de manera algo inconsciente (en ambos sentidos de la palabra) recurro a un toque de humor, por más negro que sea. Como alivio para seguir adelante.
U: Además de esta novela, en algunos de tus ensayos, planteás el tema de la literatura de autoras. En estos tiempos, vemos un auge en Argentina y en todo el mundo de nuevas voces, principalmente en la narrativa. ¿Qué futuro le vaticinás a esta literatura y qué rumbos te gustaría que tomara?
LV: Aplaudo el rumbo que están tomando las escritoras de hoy: valientes, innovadoras. Espero que sigan así y avancen por esos caminos espinosos e imprescindibles. Gran cambio con las otras épocas, digamos fines del siglo pasado principios de este y antes, cuando se aplaudía una escritura de mujeres que lo único que hacían era invertir los términos de la cultura machista, como si fuera la gran cosa, sin aportar sangre propia. Creo que estamos viviendo un verdadero cambio de paradigma al respecto, también con la literatura que va surgiendo desde las disidencias.
U: Una pregunta que nos gusta hacer: ¿Qué libros tiene Luisa Valenzuela en su mesa de luz?
LV: Mi mesa de luz es muy amplia y para mejor la corona un estante, así que puedo tener un antiguo elenco estable de libros, uno más reciente, y aves de paso. El primero está conformado sobre todo por ejemplares de «Inodoro Pereyra» a los que acudo al voleo cuando me siento fuera de eje (sus juegos con el lenguaje me llenan de felicidad). Elenco estable más reciente: poesía. Me estoy acostumbrando a leerla a fondo, por fin. Ahí están Leopoldo «Teuco» Castilla, María Casiraghi, Graciela Perosio, Liliana Lukin, Alejandro Archain. Fuentes de encantamiento. Y después pasan por mi mesa de luz libros de toda índole, no necesariamente literarios. Estas noches circulan muchos de neurociencia porque terminé el otro día un libro ecléctico titulado «Interior día/Interior noche» y pretendo completar algo que fui escribiendo en simultáneo pero por otro carril: «Cerebraciones».