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“Me molesta la sobreactuación del escritor que dice soy escritor y yo soy kirchnerista”

Hernán Vanoli habla de su novela Pinamar (Interzona)

Diciembre de 2001 sigue supurando y la literatura da cuenta de eso. En el año que cierra la década, Hernán Vanoli publica la novela Pinamar en la que entrelaza los dos tiempos (2001 y 2010) en la figura de dos hermanos que viven el eco del estallido.

2001. Lucio, un adolescente tardío, viaja junto a la familia a Pinamar, el balneario en que los padres intentan esconder bajo la alfombra la debacle económica –“no somos pobres”, repite casi monomaníaca la madre–. Estando allí mantiene un diario que espera enviarle a su hermano Stany, que se fue a vivir a México, donde cuenta las experiencias de las crisis: la interna, que marca el final de la adolescencia, y la externa, que marca el fin del proceso que se iniciara en 1989.

2010. Diez años más tarde, la desaparición de Lucio y su mujer en una ruta provincial que provoca en los medios cualquier tipo de hipótesis, hasta las más absurdas como la abducción extraterrestre (cualquier semejanza con el caso Pomar no es mera coincidencia), lleva a que Stany regrese a la ciudad y, mientras lee aquel diario olvidado del hermano, intenta encontrarlo.

Esta semana hablamos con Hernán Vanoli sobre su novela:

—La primera pregunta que surge de la lectura tiene que ver con el momento en que se sitúa la novela: ¿el 2001 será el tema de la generación que anude literatura y política?

—La experiencia más fuerte de la política de mi generación tuvo que ver con lo que fue 2001. Ahora pasó bastante tiempo, las condiciones son diferentes y creo que la generación más joven ya no está tan marcada por eso. Hay una gran ruptura porque los veinteañeros que terminábamos la adolescencia en 2001, lo vivimos como un despertar a la política; en cambio, para los que tenían 15 o 16 años era el peor momento de sus vidas. Vivían un clima muy denso, estaba todo muy mal, muy complicado. No lo vivieron con el sentimiento angustioso pero también festivo con el que lo vivió alguna zona de mi generación.

—Pero a través de Lucio, un personaje que se podría estirar hasta el estereotipo, parecería que se sostiene el desencanto político.

—Algunas personas me dijeron que Lucio era muy estereotipado. Yo no quise hacer un personaje real, ni quise hacer un personaje que fuera verosímil. Me interesaba hacer una especie de monstruo de un estrato social bastante favorecido con trayectoria social ascendente –porque son todas historias sociales ascendentes que se dan en generaciones muy cortas– y, en ese sentido, depende del nivel de lectura que le pongas. Vos me decís que hay un desencanto: sí, pero es porque es algo que no se puede terminar de hablar, es algo que aparece todo el tiempo. Como un trauma que aparece, aparece, y aparece. Hace poco, cuando hicieron los institucionales en la TV Pública sobre el Bicentenario, el 2001 era un momento muy fuerte. Por cuestiones de trabajo viajé a Chaco y a otras provincias donde se hacía una exposición sobre la historia argentina en espacios públicos y el 2001 tenía un lugar importante. Siempre está apareciendo y, generalmente, cuando se quieren hacer justificaciones dicen “¿qué querés, que volvamos a 2001?”. Es algo que sigue funcionando socialmente, si bien se va resignificando.

—¿Por qué Lucio lee la biografía de Santucho?

—Me gusta mucho el género biografía y la biografía de Santucho escrita por María Seoane es muy buena. No es un libro para leer en verano. Hay una cuestión con el verano: qué nos pasa con irnos de vacaciones, qué nos pasa en verano, qué es esa obligación de descansar. El tipo está arrebatado por todo lo que está pasando y para colmo se pone a leer ese libro, todo exagerado, recalentando, sobreexpuesto. Además en ese clima particular del verano de 2002, después de diciembre de 2001. Se genera un efecto extemporáneo al leer la vida de un líder de la lucha armada de la década del setenta, pero a la vez es muy contemporáneo porque hay toda una serie de cuestiones, de problemas, e incluso de personajes, que si uno se pone a rastrear las biografías periodísticas sobre las figuras políticas de los setenta, se arma un mapa de relaciones que tal vez no las tenía en otra época, porque no había sido socializado. Hay personas, nombres que circulan y que uno los toma como algo natural, que tienen una historia importante que no se enseña en la escuela. Uno puede estudiar la historia más reciente en la facultad dependiendo del interés que tenga y la carrera que haga. Parece que hay un blanco en todo lo que es la historia de los setenta, que la literatura por su parte a contribuido muy poco a pensar. La sociedad te pone en el lugar de autodidacta. Era interesante jugar con esa idea de lo extemporáneo y lo terriblemente contemporáneo. La biografía de Santucho escrita por María Seoane me produce sentimientos muy fuertes y me parece que el personaje me lo pedía, me llevó a eso.

—Otra tema que se desarrolla en la novela es la crítica a los medios. De hecho introducís el caso Pomar en la trama como si le hubiera sucedido a Lucio y es lo que hace que su hermano Stany viaje de México para averiguar la verdad.

—Lo de los medios tiene que ver con el tipo de institucionalidad que se agrieta en cada momento. En 2001 se agrietó la institucionalidad estatal, que después se recompuso. En 2010, la que está resquebrajada es la institucionalidad de los medios, la verosimilitud pública de los medios, y, en ese sentido, tal vez de una manera un poco ambiciosa y un poco torpe, quería captar el ciclo 2001-2010. Sentía que poner las dos cosas en tensión era un desafío.

—En algunas entrevistas hablaste –o te hablaron– de una cierta literatura kirchnerista. ¿La historia que narrás en Pinamar se puede vincular a el kirchnerismo?

—El derrotero en 2010 está bastante vinculado al kirchnerismo. Es una zona sin lugar a dudas favorecida por el kirchnerismo, lo que no significa que sea la única. Pero, con respecto a la categoría de literatura kirchnerista, todavía no tiene entidad. Uno puede ser simpatizante o no del gobierno –y me parece que el campo cultural es bastante afín–, pero la idea de literatura kirchnerista no me termina de convencer. Todavía se está escribiendo. Lo que siento es que la gran mayoría de la gente que lee, que participa o interviene en la literatura –uno tendría que pensarlo sociológicamente– es proclive o entra en probabilidades de ser kirchnerista. Luego, en el interior, es heterogéneo. Pero a mí me hinchan las bolas los escritores que se ponen a opinar sobre política. Eso se ve en las prácticas de cada uno, en la opción a la hora de votar y en el desempeño profesional: hasta qué punto uno apoya un modelo de intervención estatal. Me molesta la cosa ampulosa del escritor kirchnerista, es empobrecedora.

—¿A qué te referís con un escritor que opina de política?

—El que dice “yo soy kirchnerista”. Está bien que lo diga, pero convertir eso en una manera de ser un escritor comprometido, atrasa, no va más. Diferente es la literatura kirchnerista que considero que se está escribiendo, que es interesante y que tiene que ver con contar el proceso desde adentro. Hay cosas que leo, cosas que me llegan, que todavía no salieron a la luz y que son muy interesantes, que enriquecen la discusión. Aportan mucho más que pararse y decir “soy kirchnerista”.

—Volviendo a la novela, en la parte que protagoniza Stany cuando viaja a la Argentina no hay referencia explícita al kirchnerismo. Nunca se la menciona a Cristina; tampoco a Kirchner. Se da cuenta de cierto ambiente, de la sociedad, pero no de cuestiones políticas.

—El kirchnerismo aparece fantasmáticamente pero no se habla referencialmente porque es un fenómeno que está muy hablado. Todo el tiempo se habla del kirchnerismo. El kirchnerismo se destaca por producir una masa de discurso permanente habilitado por el uso de las tecnologías, pero no sé si literariamente se puede aportar algo interesante hablando del kirchnerismo de manera directa, salvo que una idea desde adentro, una idea de militancia, de participación en el Estado. Eso es muy interesante, pero un discurso desde afuera como el que se mantiene en mi novela con respecto al kirchnerismo, hubiera sido un poco banal enunciarlo directamente.

—Unos meses atrás, junto con Diego Vecino escribieron un artículo para la revista Kranear en el que expresaban que la obra de un escritor no se circunscribe al libro. ¿Podrías extenderte sobre el tema?

—Era un artículo sobre literatura y kirchnerismo, literatura y peronismo. Nosotros tenemos una manera sociológica de pensar la dinámica del campo literario. Yo no comparto para nada la idea de que el autor debe hablar sólo a través de sus libros. A veces las intervenciones públicas tienen que ver con una toma de posición en un espectro de lo posible de lo que vendría a ser un campo y tiene que ver también con la manera en la que el autor se relaciona con la circulación y la distribución social de sus libros, a través de las intervenciones, a través de dónde elige y dónde no elige publicar, a través de una serie de prácticas y una ética que van más allá de publicar el libro y desentenderse de lo que uno hace. Nosotros planteamos que los movimientos que fueron más peronistas, en el sentido que fueron más democratizadores, y que más apostaron a transformar este campo de producción restringida que es la literatura y a ampliar este pequeño mundo, esta pequeña sociabilidad, muchas veces pasaron por emprendimientos que fueron editoriales, políticos y literarios al mismo tiempo. Esa es la idea y el rastreo que armamos mirando para adelante, cómo puede seguir desarrollándose la cosa.

—¿Por eso has participado en La Tercera o en Hacia el bicentenario? ¿El compromiso de un escritor lo empuja a formar parte de movimientos colectivos?

—Las cosas pasan tan rápido que uno nunca termina de acomodarse a lo que sucede. Estuvo bueno participar en blogs. En un momento fue una manera de pensar cosas. De hecho hay muchísimos blogs que leo con asiduidad y son muy activos y tienen muy buenas ideas. Yo ahora estoy trabajando en la revistaCrisis y lo estoy canalizando por ahí. Pero como para explicarme bien: a mí me molesta la sobreactuación ampulosa del escritor que dice “yo soy escritor y yo soy kirchnerista”. Porque ¿quién es un escritor? Un escritor no es nadie: es una persona más que tiene una manera de canalizar su ansiedad, su angustia y su líbido a través de escribir. Hay que ir en contra de esa posición cristalizada del yo escritor, de esto: la literatura, de esto: la tradición. Todo eso me molesta. Ahora estoy leyendo muy poca literatura, tampoco tengo ganas de leer más literatura. O sea: me interesan otras cosas, me interesa leer ensayos, cosas en internet, investigaciones periodísticas, algunas cosas de divulgación científica. No significa que no pueda volver en algún momento, pero toda la construcción del yo-escritor, yo-literato, no me cierra del todo.

—¿Por qué escribís, entonces?

—Es una buena pregunta… Escribo porque me produce mucho placer, porque me ayuda a pensar –siento que me hace un poco menos estúpido–, y porque es la manera de comunicarme y plantearme algún tipo de debate. Cuando uno escribe tiene una confianza en el poder de la palabra escrita, en el poder de la cultura escrita.

—Pero vos discutís la figura del escritor, no la literatura.

—Bueno, pero están muy relacionadas. Es como un combo: la literatura como algo importante, trascendente, y el escritor que la encarna. Me interesa pensar la literatura como un ecosistema cultural, un sistema de relaciones entre agentes que está mediado por la palabra escrita y por una tradición que ayuda a pensar y que para mí es superior, entre comillas, al resto de las disciplinas artísticas. Es la que más me interesa, si bien tampoco desdeño a las otras. Me interesa mucho la docencia, también. Estoy dando un taller de escritura con Diego Vecino que está orientado más a lo que conceptual que a lo específicamente literario: pensar a la literatura y la escritura en una dimensión un poco más íntegra y práctica. Cómo solucionar o resolver problemas, pero pensándolos como proyectos, no como un cuento que quiero escribir para demostrar que escribo bien. Pensándolo como un proyecto que de intervención estética, intelectual, vital.