por TAMARA TENENBAUM
‘Electrónica’, de Enzo Maqueira
Empecé este libro con algún prejuicio: no soy muy de prenderme con los relatos sobre pibes de treinta y pico que toman merca y creen que descubrieron algo cuando afirman que la vida no es sólo coger con minas que no importan y drogarte todos los días. Pero la novela me tapa la boca desde la primera página: en principio, la protagonista es una mujer. No se trata de un detalle, porque creo que tiene efectos muy terapéuticos sobre la escritura: “la profesora” (cuyo nombre jamás conocemos) no es, al menos de forma lineal, una extensión del autor, y el autor no está enamorado de ella (y así, de sí mismo). La profesora no es una genia, no es especial, o más bien, es tan especial como cualquiera. Se cree especial, obvio, y eso es en parte lo que inscribe a la novela en esta incipiente tradición de autores que retratan a the “Me” generation. Pero la distancia irónica pero afectuosa, creo, está mucho más lograda en este caso que en otros.
La novela intercala una tercera con una segunda persona en la narración (“Tu terapeuta te llamó a tu casa, como antes, la casa donde vivías con tu mamá y tu papá, porque en la relación con tu terapeuta el mundo seguía siendo el mismo de siempre”); a mí, al menos, a medida que fui entrando en el texto, el recurso me fue generando un efecto casi físico. Quizás es una obviedad, pero sí, de a ratos se siente como si el narrado te estuviera echando en cara a vos, pasándote factura a vos, por esa vida ridícula que llevás, por esas aspiraciones infundadas que tenés. Entre eso y lo que decía antes, la protagonista femenina, creo que es la primera vez que me encuentro en uno de estos textos generacionales. Otro detalle bien capturado es la relación con la droga, la noche, el quilombo: no aparece solamente como una compulsión o una pertenencia, sino también como algo que hace de tu vida una vida interesante, que te sirve para ser como los rockeros o los escritores sin la necesidad de crear nada. Creo que son los que vivieron la noche de los '90s los primeros que tomaron conciencia de esto, que estaban los artistas y estaba toda esa gente que los rodeaba que se creía igual a ellos, pero no, no era, porque no hacía nada.
Terminé el libro en un ratito, me resultó muy atrapante: lo único que no me gustó fue el final, pero es una cuestión muy personal. No me gustan los finales que resuelven, que contestan preguntas que nadie hizo; hubiera preferido que la novela hiciera fade out a la vida, que terminara en un momento como cualquier otro. Creo que además le hubiera quedado bien, casi pensé que el autor compartiría mi gusto. Una presunción absurda, claro. Muy egocéntrica.