En el principio estuvo Jorge Luis Borges, que compiló un libro de Prólogos con un prólogo de prólogos (1975) y escribió algunas reseñas de libros imaginarios, entre ellas “El acercamiento a Almotásim” (publicada originalmente en 1935, después recogida en Historia de la eternidad, de 1936, en El jardín de los senderos que se bifurcan, de 1941, y también en Ficciones, de 1944) y “Examen de la obra de Herbert Quain (que apareció en 1941 en El jardín... y en 1944 en Ficciones). El gesto fue después reiterado por el escritor polaco Stanislaw Lem, primero en una colección titulada Vacío perfecto (1971) y después en Magnitud imaginaria (1973), un compilado de prólogos a libros imaginarios. No fueron los únicos escritores en incurrir en este artificio, y una lista completa debería tener en cuenta todo lo que se ha escrito sobre libros inexistentes como el Necronomicon, aludido por HP Lovecraft, El rey de amarillo, por Robert W Chalmers, La langosta se ha posado, por Philip K Dick, The Navidson Record, citado y comentado por Mark Z Danielewski en la monumental La casa de hojas, y los múltiples libros del escritor ficticio Benno von Archimboldi aludidos en 2666, de Roberto Bolaño.
El escritor argentino Ariel Idez (1977), finalmente, le ha dado otra vuelta de tuerca al procedimiento. Su libro Elogio de la pérdida, publicado el año pasado por la editorial porteña Interzona y disponible en algunas librerías de Montevideo, propone una colección no de reseñas ni de prólogos sino de presentaciones de libros imaginarios. Es decir: los textos que un autor ficticio (de quien no se nos da el nombre) ha leído o improvisado en distintos eventos de presentación.
Idez publicó hasta la fecha un ensayo (Literal. La vanguardia intrigante, de 2010), dos libros de cuentos (No vas a ser astronauta, de 2010, y Luz y fuerza, de 2014) y una novela, La última de César Aira (2013), sin duda entre las más interesantes de la literatura argentina reciente.
Elogio de la pérdida comienza, entonces, con la presentación de un libro que recopila presentaciones. Además de que se trata de un recurso más o menos obligatorio para cumplir con las pautas del artificio elegido (es evidente el guiño a Prólogos con un prólogo de prólogos, referencia hecha explícita al aludir en dos ocasiones a Borges), el texto resulta ser además una lectura lúcida e hilarante del careteo generalizado en la escena literaria (Idez se refiere a la argentina, pero, salvo por su alusión a la proliferación de editoriales independientes y alternativas, lo mismo podría decirse del medio uruguayo), con su lógica de elogios, hipérboles, lobby y la recurrente voluntad de figurar donde sea. Pero -y esto vale para todos los textos que siguen a este prólogo o “presentación”- Idez también se las arregla para que su discurso de presentación funcione como un relato: se nos cuenta de un escritor que se especializó en presentaciones y logró alcanzar una fama importante como presentador, a costa de sacrificar su propia obra; tras fracasar en la escritura de poemas, cuentos y novelas, el presentador, entonces, encuentra que lo único que tiene para ofrecer es una selección de sus presentaciones, y señala que “hemos intentado con el editor reunir diversos tipos o modelos de presentaciones de los que hemos extraído sus mejores exponentes: presentaciones cortas y potentes, presentaciones largas y digresivas, presentaciones chistosas, presentaciones benévolas y presentaciones agresivas” (página 15). Ese cometido -ofrecer algo así como “El arte de la presentación”-, de hecho, queda logrado a la perfección
Presente imaginario
Sin duda que el lector cierra Elogio de la pérdida convencido de la inteligencia y el ingenio de Idez, pero hay más en este libro. Y eso, quizá, porque aparece también un fondo narrativo en cada una de las presentaciones, además del despliegue y desarrollo de esas observaciones sobre la escena literaria ya esbozadas en el texto introductorio. Vale la pena destacar, entonces, “Taller literario volumen 22”, una de las presentaciones “agresivas”, digamos, en la que el presentador termina por exponer un complot o escrache en plan situacionista, a cargo de un grupo de escritores que denuncia a una editorial ficticia (pero quien conozca la escena bonaerense sabrá cuál es el correlato real) especializada en publicar lujosamente los libros de cualquiera que pueda pagarlos. Idez logra que la revelación del propósito verdadero del presentador y el libro presentado se incorpore a una lógica narrativa: el lector accede al relato subyacente al discurso que ha leído y termina de leer la presentación como si leyera un cuento. Es, por supuesto, la lección a aprender de los textos de Borges ya mencionados, que funcionan a la vez como reseñas y cuentos (“Pierre Menard, autor del Quijote”, también de Ficciones, podría ser el mejor ejemplo de ese funcionamiento doble), pero el aporte de Idez (además de la atenta modulación implícita en pasar de reseñas a presentaciones) es que todos los textos del libro se ensamblan en un relato más abarcativo.
Otro recurso para lograr esto es acaso más predecible: algunas de las presentaciones mencionan otros de los libros cuyas presentaciones son compiladas en Elogio de la pérdida. Así, el recién aludido “Taller literario volumen 22” incorpora a Matías Fernando, autor ficticio cuyo libro Cómo me llamo es presentado más atrás. Elogio de la pérdida, por cierto, es además del título del libro “real” de Idez el de otro de los libros presentados, un manual de autoayuda de pacotilla cuya presentación hiperbólica ofrece quizá el texto más redondo del libro (aunque no necesariamente el más interesante).
Puestos a buscar qué presentaciones funcionan mejor como relatos, sin duda la más lograda en ese sentido es “El dinero para mí no es un problema”, que incorpora el relato de cómo fue contratado el presentador para hablar del libro a presentar, escrito por un multimillonario.
Por la izquierda, el atribuido a Idez, por otra parte, es llamativo en tanto ofrece una suerte de versión o cover (en el sentido musical del término, que aparece además en otra de las presentaciones, la del libro Covers, justamente, del autor ficticio Ariel Medina) de El discurso vacío, de Mario Levrero, escritor aludido también en otro de los textos (la presentación de Propiedad horizontal/acecho, de Mariano Luro) con una cita jugosa que valdría la pena verificar (algo así como que la mejor forma de armar una carrera literaria sólida es “si tenés suerte, que te vaya mal hasta los 30”). El libro de Idez -el ficticio, no el que está siendo reseñado acá- es apenas un experimento de escritura con la mano izquierda (no lo sé, pero sería muy gracioso que Ariel Idez, en la vida real, fuera zurdo) como manera de aprender a escribir (quizá para potenciar el hemisferio derecho del cerebro o lo que fuese) con la mano izquierda; se trata, entonces, de un libro “sin conflictos ni personajes, ni trama ni más peripecia que la letra con la que está escrito” (página 91), del mismo modo en que Levrero se había propuesto escribir El discurso vacío apenas como terapia grafológica, tratando de no pensar en trama ni asunto ni tema sino, básicamente, pensando en nada. El libro ficticio de Idez, entonces, parece un cover o versión del “real” de Levrero; la presentación que alude al libro de covers de Ariel Medina, para más notoria perfección del mecanismo, oportunamente termina con una referencia (doble) a Borges: “el cover de ‘Pierre Menard, autor del Quijote’, reproducido sin cambiar ni un punto ni una coma, leído en el contexto de este libro es otro ejemplo de la felicidad que la literatura conceptual de este hipotético mundo posible puede depararnos”.
Es interesante lo de “literatura conceptual”, por cierto, no sólo en tanto ofrece una notoria lectura de Elogio de la pérdida (ahora me refiero al libro “real” del Ariel Idez igualmente “real”), sino que, además, resignifica la obra previa de Idez (y en la ya mencionada presentación de Propiedad horizontal/acecho se habla de las consecuencias que puede tener una novela primeriza muy exitosa y las expectativas que esto genera) y nos lleva a leer todavía más claramente en La última de César Aira un juego que trasciende la trama y los personajes para lograr que el libro sea (siga siendo) efectivamente la última novela de César Aira, lo que es lo mismo que decir que los libros que Aira publicó después del de Idez han visto su sentido atenuado o adelgazado en virtud de la novela del último; o, dicho de otro modo, que la exposición de un mecanismo posible para esa serie novelística, desde la ficción de otro escritor, termina por socavarla. Quizá, en última instancia, el cometido de la “literatura conceptual” en el sentido en que la maneja Idez sea, precisamente, intervenir sobre el medio literario de un modo más sutil, más directo y más efectivo que el implícito en una reseña (o una presentación); después de Elogio de la pérdida, en cualquier caso, ya pierden buena parte de su sentido las presentaciones de libros.
Cuenta Richard Ellman que James Joyce sentía que el tema central de cada capítulo de Ulises (aludido, por cierto, en la página 29 del libro de Idez) perdía -por mucho tiempo- todo interés para él, ya fuese la música (el capítulo de las sirenas), la política (el del cíclope) o la literatura (el de la biblioteca). Era como si esa escritura finalizada dejara tras de sí un campo devastado, cubierto por las cenizas. Eso, más o menos, es lo mismo que hace el libro de Ariel Idez con las presentaciones de libros.