Por Damian Huergo
En el lenguaje –que erige una obra literaria– siempre se trasluce un territorio. Este puede ser una adaptación de lo real o una invención que ensancha las dimensiones de la percepción. En la última década, el escritor y traductor Marcelo Cohen optó por la segunda alternativa: crear un espacio futurista, compuesto por una red de islas autónomas e interdependientes, con climas, geografías y sociabilidades diversas, que funciona –en sus palabras– como “el mundo de las posibilidades de nuestro mundo”. Desde el libro de relatos Los acuáticos en adelante lo llama Delta Panorámico. Como si fuese un antropólogo con vista al futuro o un explorador atemporal, Cohen lo recorre por su expansión ilimitada y lo multiplica al infinito mediante un léxico ingenioso, musical y delirante. En Gongue, la última novela breve de Cohen, una parte del Delta Panorámico está bajo el agua. Gabelio Támper es contratado como vigía para custodiar los bienes de su jefe de posibles saqueadores. Desde la cima de una montaña de basura, junto a un caballo de seis patas producto de la evolución biotécnica, controla los movimientos del agua como si estuviera al acecho de un ser vivo. Todo lo observa. Su ojo visual, ejecutando una mirada abarcadora, es la fiel representación del nombre del escenario. En esta nueva entrega de la saga del Delta, lo panorámico deja de ser un eufemismo para reconocer su cualidad panóptica. Támper, heredero de un linaje servicial, lo ejerce a conciencia. Con la única compañía de un gong –que llama Gongue, legado de su padre para custodiar el orden social de la isla–, desarrolla una labor pasiva, de espera, con sabiduría oriental; como si sus acciones correspondieran a un guión escrito por Kafka y –luego– filmado por Kim Ki Duk.
Cohen, en su proyecto del Delta Panorámico, invierte la habitual fórmula de creación literaria. En lugar de obtener el lenguaje de un territorio específico –como si fuese un recurso natural–, es el sistema lingüístico creado por el autor el que cimienta un espacio paralelo, alegórico. En Gongue redobla la apuesta. El monólogo de Támper –repleto de neologismos y silencios– se vuelve político y contracultural. Sus frases quiebran el método de abstracción y representación con el cual leemos, logrando agujerear –además– el sistema lingüístico con el que hablamos y somos hablados.