1.- Si alguna vez te dijeron en que consistía la poesía y como debías escribirla y nunca quedaste muy convencido de la explicación, Washington Cucurto es para ti. El entiende que se trata de lenguaje, y utiliza uno lleno de requiebres, de sonidos recojidos de la urbe, de los gritos y ruidos de la calle, del mundo que tiene a su alredor, y construye un conjunto de poemas que van contando una historia (la misma que luego se refleja en sus Novelas) la misma historia de una Buenos Aires multicultural, de una ciudad que ya no pertenece a los libros y que cambia tanto que la foto aquella de tu ùltimo viaje, ya no tien absolutamente nada que ver con el rostro que la ciudad tiene en el preciso momento, por ejemplo, en que esto escribo, y ese solo esfuerzo hace de Cucurto un renovador para muchos de sus lectores, o un impresentable en la opiniòn de no pocos de sus crìticos.
2.- Cuando estuve en Buenos Aires, La maquina de hacer paraguayitos, era uno de los libros que deseaba leer y nunca pude encontrar, en todos lados me decìan que estaba agotado, y entonces guiado por Luciana, recorrimos corrientes de arriba a bajo entre libreros de viejo y kioskos, entre sobrantes editoriales y vendedores de fortuna, pero tampoco pudimos hallar un ejemplar. Es curioso, en la misma calle en donde se inspiro el libro, el libro no podìa ser hallado, hasta que en la reciente feria del Libro, encontre un ejemplar editado por Sarita Cartonera, y ahora puedo contarles esto.
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Poemas y fragmentos de poemas extraidos de “La maquina…”:
“… Y no hay escala mejor para el amor,
que cuando las papayas florecen
sobre la hierba seca y dura
en el fondo de tu patio…
Ah, lejanos tiempos en Lima La Horrible
o atendiendo una ferretería
en la bellísima Panamá.
Me han amado y me han dejado:
como corresponde a todo lo bien amado… “
de, Y he contribuido al bienestar nacional…
“..llagas vio tù ùltimo amante en el lugar màs indecoroso de tu
cuerpo, en el montoncito de tierra que escondes vaya a saber
dónde, gallardas, del tamaño de una magnolia, la coqueteria
de una gardenia, azaleas brincan en la punta de mi panza,
en el ombligo de la buzarda enloquecedora de paraguayas,
azaleas azaleas azaleas, me dan comezón, me dan verguenza,
azaleas azaleas azaleas, bajo la sorna estival de la mañana,
en tu remerita via vai, via, vai pronuncian tus tetitas debajo
de tu remera…”
de, Tus tres primas libidinosas
“Mientras duermes
tu belleza sale a dar una vuelta
y ya no vuelve”
Macumba
“…Tù que el ùnico diez, el ùnico nueve,
te lo sacaste dibujando garabatos de saliva
en el tronco de tus educadores…”
de, Dìa tras dìa un trìo de mujeres
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Extracto de una entrevista…
Encontré en La Capital on line una entrevista en la que se cuenta el origen del poemario, los detalles brindados por Cucurto (su verdadero nombre es Santiago Vega) me parecieron interesantes, asì que decidí copiarsesla aquì:
¿Cómo apareció la idea de escribir sobre ese conventillo?
—“La máquina…” lo empecé a escribir cuando me comencé a relacionar con los primeros dominicanos y dominicanas que llegaron al país en la década del 90. Los conocí de casualidad; la novia que tenía era dominicana y ella me llevó un día a visitar a sus compatriotas. En ese conventillo me encontré con un submundo, donde vivía gente de Dominicana y de Perú.
—¿Qué era lo que te atraía?
—Era un lugar muy raro, con muchísimas piezas, con música muy fuerte, que la gente bailaba en las piezas y yo desconocía. Música centroamericana, y mucha cumbia también. Lo que más me llamaba la atención eran las tonadas, otras tonadas de voces, distintas de las que conocía, mezcladas con tonadas del porteño. Las palabras que aparecen en el poema se las escuché a ellos, las palabras mezcladas del lunfardo con las que ellos traen del Caribe. “Dominicano del demonio” es algo que siempre se dicen entre ellos, con dichos populares y del habla de su país que mezclan con palabras rioplatenses. Nunca decían “conventillo”, por ejemplo, sino “yotibenco”, en lunfardo. Y era muy raro que ellos lo pronunciaran, en sus voces se mezclaban el vos con el tú. Hacían esas combinaciones todo el tiempo. Era como otro lenguaje, que a mí me llamaba la atención. Empecé a escuchar eso y a transcribir lo que ellos decían.
—¿Por qué te pareció que se podía hacer poesía con ese lenguaje?
—Por la cosa barroca que hay en ellos. El caribeño es muy expresivo, habla mucho, grita cuando habla. Es como altisonante. Y en sus movimientos, su modo de caminar, su modo de bailar, es también muy expresivo. Eso me hizo pensar que podía haber una literatura que fuera así, exuberante, desmesurada.
—En tus poemas mencionás a poetas:Georges Perec, Enrique Lihn, Manuel del Cabral. ¿Son los que te gustan?
—Son los que me influenciaron. Cada uno me abrió un mundo. Bueno, lo experimental y la fantasía de Perec me llamaron la atención, me conectaron a otra cosa. No sabía que se podía escribir así. Las postales de Perec: “Me acuerdo que Alain Delon era dependiente de una carnicería”, “Me acuerdo que mi tía tenía un Citroën”. O las odas de Manuel del Cabral, sus poesías a la negritud. El propio Lezama. Martí, por supuesto. Nicolás Guillén. Leía todo eso y lo reescribía, de alguna manera.
—¿De ahí sale la idea del plagio como poética?
—Era como un juego. Inventar un personaje, un dominicano, Cucurto, que venía a traer otro tipo de cosas. Un juego de decir “a ver qué pasa con un muchacho que viene de un país remoto, sin tradición literaria”, aunque la tiene. Inventar una literatura, de alguna manera. O ni siquiera eso: una seudo literatura. Atreverse a tomar la literatura con libertad. Y que esa mala poesía, ese pastiche, sea generador de otra cosa, genere diálogo, genere intercambios. Eso me pasó siempre con los lectores. Siempre me dicen cosas de lo que escribo, buenas y malas. Me parece importante la literatura como comunicación.
—Hubo algún malentendido, como cuando te acusaron de racista.
—Sí, yo no trato de ofender a nadie, ni joder a nadie, sino simplemente dar una mirada siempre a través del entretenimiento, de la risa. Incluso las cosas más violentas, más feas que nos suceden, son contadas de otra manera. A veces la gente lo toma mal. Cuando un texto es muy jodón a veces se malinterpreta.
—¿Cucurto comenzó con un seudónimo o ya desde el principio tenías en claro que ibas a hacer con ese personaje?
—No. ¡Se fue dando! Nunca hubiese pensado ni siquiera que Cucurto escribiera un libro. Me lo puso la gente del ambiente. Y cuando me editaron “Zelarayán” fui a la casa de Ediciones del Diego, ya estaba el libro diseñado y decía “Washington Cucurto”. Entonces les dije “Che, yo me llamo Santiago, ¿por qué me ponen así? Me contestaron: “No, vos sos Cucurto, dejate de joder”. Cuando sale “La máquina…” Llach me pregunta “¿qué ponemos, Santiago Vega o Cucurto?”. Entonces le dije “no, Cucurto, por supuesto”. Y después fue creciendo solo. Como a mí también me dicen Cucurto, la gente cree que yo soy Cucurto. Pero no. Cucurto es un megalómano, un delirante. Va cambiando de libro en libro, porque tiene que encontrar algo para hacer: en el próximo libro, que es de cuentos, va a ser un curandero, el curandero del amor.