Por Nahuel Aguirre
El escenario es el lugar en donde por lo general se concibe la danza, sin embargo hace ya algunos años, la calle se ha convertido en un espacio de experimentación para el movimiento. El contexto que ofrece la ciudad influye en intervenciones artísticas en donde la danza sirve como canal de comunicación entre lo urbano y los transeúntes. Balletin Dance tuvo la oportunidad de encontrarse con algunos gestores de la danza en la calle, investigadores y bailarines que ponen el cuerpo dentro del ejido urbano
Intervenir la calle en nuestro país, se remonta a la década del ‘80 cuando la recuperación de la democracia y -por ende- de la expresión en espacios públicos, daba origen a grupos alternativos de teatro como La Organización Negra (1984-1992), integrado en ese momento por estudiantes de teatro inspirados en La Fura del Baus y movimientos de la época. Quienes se legitimaron luego de haber intervenido el obelisco y otros espacios más centrales de Buenos Aires, llevando luego la esencia de la calle al escenario de teatros como el San Martin. Estas performances fueron de alguna forma el antecedente de espectáculos como Fuerza Bruta o De la Guarda.
La docente y actriz, María Laura González, quien centra sus investigaciones en la relación calle-arte analizó las performances del grupo en su reciente libro La Organización Negra. “La Organización Negra comienza su recorrido en performances urbanas. De ellas no hay registro. Sin embargo, gracias a entrevistas y anécdotas pude recuperar algo de ese pasado. Es importante pensar que ellos tenían como motor de estas actuaciones a la ciudad”.
Lo importante de las intervenciones urbanas y de grupos como La Organización Negra, está en su capacidad de poder tomar arquitecturas y situaciones para dar nuevos significados. Este sería un punto clave según explicó González: “Hay algo importante en las intervenciones, pensar que la obra interviene el espacio. ¿Qué dialogo mantiene la obra con el espacio? Esa obra ¿puede ser realizada en cualquier lado o está pensada para ese lugar? ¿Cómo aportarle movimiento desde lo arquitectónico, las geometrías y coordenadas? ¿Cómo ese lugar termina por afectar al cuerpo?”. Si esto es pensado así, cuando la intervención aparece e interrumpe la cotidianeidad deja impresiones estéticas y/o físicas en quien la ve. Según las anécdotas plasmadas en su libro, La Organización Negra creaba sensaciones corporales en quien los veía.
El cuerpo termina siendo un vehículo entre la calle y el espectador. Por eso es importante saber leer si a la obra le interesa dialogar con el espacio. Según Malala González, haber visto una performance o haber sido atravesado con este tipo de experiencias efímeras (al igual que al acceder a un espacio histórico), evoca en el cuerpo ciertos recuerdos sensoriales.
Este modus operando es conocido por la publicidad y la performance, dos ramas de la comunicación que generalmente conocen bien el funcionamiento de ese proceso y de cómo elaborar su mensaje para que impacte sobre quien lo reciba. Alejandra Machuca, licenciada de las artes del movimiento de la Universidad Nacional de las Artes (UNA), en sus investigaciones sobre performance y la danza en la calle, recata que el bailarín debe tener en claro esto si realiza una intervención: “Estrategias para poder aplicarlas al contexto calle. Llenarse de la información necesaria para poder trabajar sobre ciertos tejidos urbanos y qué tipos de formatos (en cuanto a técnicas) se necesitan”. Este tipo de herramientas es útil para tener resultados positivos dependiendo de lo que uno quiere comunicar, hacer, reaccionar o provocar.
Por otro lado, la calle sirve de entrenamiento sensorial y colectivo para el bailarín, quien suele tener una formación individualista e introspectiva. Según Machuca, “te lleva a estar todo el tiempo atento porque no hay nada dispuesto para ti. Te dispone a una tensión amplísima, al menos a saber que tu atención debe variar dependiendo del espacio y cómo podes reaccionar ante las cosas que suceden”.
En cuanto a lo colectivo, “esta experiencia directa con la calle, da al bailarín la sensación de que somos un conjunto de personas en movimiento. Políticamente esto también es muy fuerte porque plantea algunas preguntas: ¿Quién sos? ¿Qué lugar ocupa la danza? ¿Qué hace un bailarín en la calle? ¿Qué ofrece y produce? ¿Qué tensiones produce?”.
La ciudad ha cambiado en estos treinta y cinco años, ya no es la misma. Los espacios públicos y la forma de expresión -en ellos- mediante artes como la danza, es más libre. Como consecuencia, hoy se cuentan varios festivales al aire libre, en diferentes ciudades de nuestro país, de los que se destaca Ciudanza, organizado anualmente por el gobierno de la ciudad de Buenos Aires en marzo (con dirección de Brenda Angiel y Silvia Gómez Giusto).
“Teníamos ganas de hacer un encuentro y llevar escenarios a la calle. Llevar más público a la danza, problemática típica del sector”, dice Constanza Copello quien junto a Yanina Rodolico, Iván Haidar, Moira Hidalgo, Jorgelina Mongan, Laura Colagreco y Mariana Saenz organizan Danzafuera en la ciudad de La Plata, desde 2013. Este festival que lleva obras a parques y plazas (en 2015 pudieron añadir intervenciones en la peatonal capitalina), intenta contar con una buena diversidad de propuestas, performáticas o escénicas.
Al igual que las demás entrevistadas, Copello enfatizó la importancia de esta influencia bailarín-calle: “Es muy rica la interacción con el espacio. Generar otro tipo de reacción entre público y artista. La calle da cosas que desafían a lo coreográfico. En un escenario estás protegido. En la calle tienes que estar disponible ya que estás expuesto”.
La bailarina Marcia Medina, trabaja hace un par de años con la improvisación en la calles en Mar del Plata, mediante el ciclo Poner el Cuerpo. Cómo el espacio y los demás cuerpos se atraviesan, en tiempo real, con cuerpos reales y en un contexto cotidiano. De sus experiencias señala algunos aspectos de los gestos cotidianos: “Me llama la atención la presencia física de los transeúntes, pero que no es completa. El cuerpo está en la calle y otra parte de ellos en el celular, por ejemplo. Esto genera una relación cabeza-ombligo que las cervicales sienten. Esa configuración corporal es la que predomina. Yo utilizo mi cuerpo para hacer foco a estas cuestiones”.
No está demás decir que las intervenciones acercan el cuerpo como hecho artístico a un público que por lo general no está acostumbrado a ser espectador de otro tipo de información y ruido, como plantea González. “Hoy la publicidad termina saturando los sentidos y tomarse un tiempo para disfrutar otro tipo de acciones efímeras que rompan con lo cotidiano tiene mucho valor”.
Estas intervenciones no son solamente llevar un espectáculo a espacios fuera del teatro, sino que se trata de interactuar con el contexto. Saber apropiarse de la ciudad, de los materiales heterogéneos que cada urbe brinda. Hay poéticas que surgen, como discursos que necesitan salir desde las entrañas mismas de la propia ciudad. Y el cuerpo es el canal para expresarse, para ofrecer estéticas, desafiar, cuestionar. En fin, moverse.