Por María Cecilia Graña
En El Mañana, publicada inicialmente en 2010, un grupo de escritoras, afirmando su autoría, se reúnen en el barco que da título a la novela y de allí se verán raptadas y confinadas en sus domicilios. El tema de la censura y la represión policial o parapolicial, ya tratada por la autora anteriormente, se presenta con un cierto sarcasmo porque mientras fuerzas arbitrarias y ocultas tratan a las narradoras y poetas como terroristas y las hacen desaparecer de la vida social y cultural, se deja suponer, a la vez, que el exceso de poder censorial (ojalá fuera “sensorial”) podría, incluso, haber nacido por pereza de las fuerzas oscuras que, para simplificar su tarea, habrían hecho pasar a las escritoras como terroristas para no tener que buscar a guerrilleros de verdad. Pero, aunque nunca se explica el porqué de tal acción represiva, tampoco se puede olvidar que ese grupo de autoras, reunidas en este barco que da título a la novela para celebrar su lucha contra cualquier voz autoritaria que proponga/imponga una representación ejemplar de la realidad, son “guerrilleras de la palabra” al no querer ser “reguladas” sino que, más bien, quieren salir a lo público con máscaras y vestidos peligrosos.
Valenzuela no quiere eliminar la asimetría entre los sexos sino que quiere imponer en la escritura SU lado asimétrico e intenta hacerlo emerger con todo su desorden, su deseo, su sentido del humor, erotismo e ironía. En pocas palabras, si el sujeto de la filosofía occidental, el “género humano”, fue siempre concebido como neutro, en una negación ascética del cuerpo (excluyendo a la mujer ligada biológicamente a una función reproductiva), Luisa Valenzuela impone el cuerpo femenino como sujeto de la redacción del texto. Desde siempre esta autora nos habla de un ser que escribe con el cuerpo y en el que hay que respetar el deseo que, a pesar de ser inefable, afortunadamente logra liberarse por las grietas, los lapsus, los silencios del texto para descubrir y des-cubrir ese lado oscuro, ese lobo que Caperucita lleva dentro. El lenguaje, pues, es una gran máscara con la cual el escritor –consciente o inconscientemente– oculta y revela, y la autora se vuelve, así, una Reina Pescadora que, con su lanza o su red, trata de cazarlo vivo.
No en vano la autora ha definido El Mañana como un thriller del lenguaje pero también como su ars poetica; en efecto, aquí se reúnen y condensan y se llevan hasta sus últimas consecuencias las reflexiones sobre la literatura que Luisa ha desarrollado toda la vida. El Mañana evidencia muchos de los mecanismos compositivos que caracterizan su obra (baste recordar su anómalo e inclasificable cuento “Pantera ocular”, Donde viven las águilas 1983), y que aquí quieren privilegiar una especulación sobre la posibilidad de acercarse al lenguaje desde lo femenino.
Su ars poetica se evidencia, pues, en la voluntad que sostiene el principio compositivo de sus novelas y cuentos: la voluntad de transgredir límites, el querer ir siempre más allá. No es casual que en la conclusión (o casi) de El Mañana, Elisa descubra la causa más plausible de su desaparición obligada del mundo de las letras y de la vida social: “porque en lugar de embarcarse en el mañana toda escritora que se precie debe embarcarse en el ayer y escribir novelas románticas” –imposición que ninguna de sus colegas habría aceptado.
Esa visión de abolir toda linde acarrea consigo una conjunción y disolución heterogénea de géneros literarios pues en la novela, el diario – escrito por Elisa Algañaraz, que va narrando lo que fue presente con una escansión del tiempo en días de la semana y que contrasta con el tiempo detenido creciendo y dilatándose durante su internación obligada para, incluso, transformarse en una enfermedad, la del “destiempo”– se mezcla con la novela histórica –la de Juana Azurduy– y con la novela villera final; y estos géneros se entrelazan con la spy story de Esteban y Omér entramándose con la fantapolítica. Asimismo se produce una diseminación de elementos, como esa multiplicación de identidades de Elisa, Juana, Melisa, en la que se mezclan lo propio con lo ajeno; y en la que entran en conflicto narradora y protagonista. Por lo tanto, la escritura se vuelve una travesía incesante en busca de una forma nueva.
El jueves 17 de diciembre, pues,fueron presentados El Mañana y Carta de navegación por críticos y escritores de excepción: Noé Jitrik habló de la novela como una articulación de hechos y personajes que funcionan en la medida en que se van acercando al enigma que tendría que dar una respuesta al porqué 18 escritoras, que celebraban en el barco “El Mañana” su liberación del poder patriarcal, son raptadas y confinadas por fuerzas represivas. Pero el enigma perdura y trasciende la narración que incorpora, además, motivos de gran linaje literario, como las tres puertas frente a las cuales se enfrenta la protagonista, Elisa Algarañaz, para decidir cuál de ellas constituye su salvación. Jitrik subrayó también cómo la mirada femenina observa lo masculino expresando su deseo sin tapujos, algo que se refuerza por la naturalidad del lenguaje de esta novela destinada a atrapar al lector.
La poeta y narradora María Casiraghi notó que la novela seduce por la multiplicidad de enigmas y abordajes que brinda, de allí que la trama no sea una historia sino una espiral por la que se va elevando la vida;la creación femenina se vuelve una amenaza para el mundo visible porque es portadora de lo invisible, de lo secreto. Casiraghi, que nota en Valenzuela un lenguaje femenino que quiere integrar, subrayó además la importancia de los hombres de la novela, y no pudo dejar de asociar la experiencia de las escritoras con la de los desaparecidos durante la Guerra Sucia argentina.
La novelista Elsa Osorio hace años que lleva dialogando con esta novela, y ahora lo ha hecho con Carta de navegación. La novela le es inquietantemente afín, porque con ella comparte contradicciones, y ella le quita toda certeza al punto de diluir el límite que separa el autor del lector. Osorio, mezclando realidad y ficción, habló de sí misma como una de las dieciocho escritoras que estaban en “El Mañana”. Recordó también cómo este texto sobre un confinamiento forzado anticipó un hecho biográfico, pues Valenzuela después de publicarla enfermó gravemente de una meningitis viral y se vio obligada a una larga internación domiciliaria. Osorio notó cómo el cuento “La errante” (Tres por cinco, 2008) –escrito, por otra parte, durante la conflictiva redacción de El mañana– anticipa diversos aspectos de esta novela, la cual, al volverse a leer en el 2020, diez años después de su publicación, y notar por segunda vez en la realidad los signos que ya estaban en la escritura, vuelven a ésta premonitoriamente perturbante.
Luisa Valenzuela recordó que los siete años de redacción de esta novela con numerosas interrupciones, dieron lugar a una serie de textos que fueron dejados de lado de la línea narrativa principal: cada vez que Luisa trataba de retomar su texto iba redactando muchos otros –“islas flotantes”, “atolones”– que ahora han confluido en esta Carta de navegación:“Tras husmear con asombro en mis archivos me lanzo al rescate de diversas señalizaciones engañosas, escollos sorteados, sugerentes atolones que no lograron su lugar en la novela. Los dejo consignados aquí como una hoja de ruta desquiciada. Una carta de navegación hecha de descartes.”
Si el libro narra, Carta de Navegación reflexiona sobre él y sobre lo que se va escribiendo: “¿Cuál es la naturaleza del significado?, ¿qué significa la palabra ‘significado’?, ¿cuál es la razón por la cual las expresiones tienen los significados que tienen y no otro?, y ¿por qué?”.
Sin duda también se reflexiona sobre el concepto de narrador, sobre la pérdida del rumbo narrativo y a veces el texto se vuelve análogo a una urdimbre que hace recordar los hilos tensos que aparecen en el cuento “La araña” de Julio Cortázar, mientras se acentúa la reflexión sobre el tiempo, tema privilegiado en Carlos Fuentes: “¿Cuándo empieza el futuro?” (recordemos que estos dos autores la escritora los trata en su ensayo Cortázar- Fuentes. Entrecruzamientos. Fuentes- Cortázar, Alfaguara 2014).
Por otra parte, este “metatexto” introduce un concepto, el de la “Zona”, la ignota central de la que llegan las historias, y desde donde se dicta prácticamente la dirección del entramado de palabras. En Carta…, como en la novela, a causa de las limitaciones a las que se ve sometida su protagonista, se renueva una visión de la escritura que hasta ahora fundamentalmente estaba regida por la mano; la escritura fue siempre vista por Valenzuela como algo material que sigue el movimiento de la mano que a su vez sigue el movimiento del cuerpo y sus pulsaciones. Pero durante el confinamiento, al no poder disponer de lápiz y papel, la protagonista de El Mañana tiene que consignar lo que está pensando e imaginando en una vieja computadora de la que las fuerzas opresivas borran cada semana todo lo que ha sido escrito. Con a la ayuda de Omér/Omar, ángel protector y amante providencial, inclasificable “tomate cúbico” como la novela misma, la escritura estará a salvo en un artilugio llamado “Don Segundo Sombra”. La protagonista, que logra huir y refugiarse en la villa miseria “Indemnización”, por momentos también ejercita su libre albedrío al evadir la trama del narrador escapando por una puerta no pensada. De este modo, gracias a Carta de Navegación descubrimos como Narrador y Protagonista, ambas escritoras, compiten por controlar el desarrollo de la trama. Quizás por eso el destino de Elisa sea diverso al del de las restantes diecisiete escritoras confinadas.
Entre el público invitado, Florinda Goldberg estableció una analogía entre El Mañana y una novela de formación, visto que la protagonista tiene que pasar por una serie de pruebas para llegar a un encuentro más verdadero consigo misma. Esta analogía puede ser un instrumento interesante para estudios ulteriores sobre este texto. Quizás no casualmente, en la novela se mencione una y otra vez a Don Segundo Sombra, el bildungsroman argentino por excelencia.
En realidad, la novela de formación constituye un recorrido y, en efecto, en El Mañana se advierte una trayectoria: la de la forzadamente estática y confinada Elisa hasta llegar al de la asilada Melisa en la villa miseria para, de allí, reinstalarse en el mundo con su verdadero nombre; es que luego de una errancia y de una experiencia se llega a un saber. Por lo tanto, la novela del confinamiento, paradójicamente, encarna la escritura en movimiento, como la quería Felisberto Hernández, en la que vivir y escribir se juegan hasta su última consecuencia: encontrar el sentido.