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¿Qué vería si espío lo que hacen los demás ante mi ausencia total? Una novela intenta responder una pregunta de todos

“El escritor comido”, del destacado autor argentino Sergio Bizzio, se trata de una novela con tintes de drama y de thriller que, sobre todo, abre interrogantes sobre el narcisismo y la curiosidad de las personas ante su propia muerte. Por Daniel Divinsky

“Y entonces fue que me comieron” es el cuento de canibalismo más corto que existe y su probable autor es el guatemalteco Augusto Monterroso, afincado largamente en México, creador también de “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”, modelo de brevedad narrativa.

La antropofagia como concepto cultural en Latinoamérica se originó en el Brasil, con el surgimiento del modernismo, a partir de la Semana de Arte Moderno que tuvo lugar en 1922. Oswald de Andrade, poeta, dramaturgo y ensayista, publicó en 1928 el Manifiesto Antropófago “compuesto de diversas metáforas y simbolismos”. Así como en los rituales del canibalismo “se creía que después de engullir la carne de una persona el caníbal recibiría todo el poder, los conocimientos y las habilidades del devorado”, en materia cultural se trataría de incorporar de ese modo las culturas no brasileñas para asimilarlas en el arte nacional.

Como su título casi lo denota, El escritor comido, de Sergio Bizzio, la novela de la que hablaré hoy, relata un caso muy particular de antropofagia “en cuotas”, en este caso, por amor.

Sin pretender compararlo, recuerdo que existe un minicuento de Beatriz Guido incluido en uno de los pocos números que llegó a publicar la revista humorística Cuatro patas, fundada por Carlos del Peral -Carlos Peralta- cuando Landrú lo despidió de Tía Vicenta por motivos políticos, que reflejaba con humor negro ese canibalismo “en cuotas”. Decía más o menos esto:

Al cruzar una barrera ferroviaria el auto que conducía a una dama integrante de la Sociedad Protectora de Animales, la señora vio que el guardabarreras tenía junto a su casilla un chanchito con una pata de palo. Cuando se bajó para elogiar a ese hombre, este le aclaró: “No, señora, es que nos lo estamos comiendo de a poco”.

Esto es lo que le termina sucediendo a Mauro Saupol, personaje central de la novela de Bizzio: un escritor brasileño muy exitoso y riquísimo, casado con una belleza local, luego de que, después de un accidente del pequeño avión que lo transportaba, del que resulta ileso, se refugia en la selva con la expectativa de ver qué le pasa al mundo sin su presencia.

El protagonista se asemeja un poco al inefable Paulo Coelho y la historia tiene, al menos, un antecedente literario: el cuento “Wakefield”, de Nathaniel Hawthorne, cuyo protagonista se oculta en una buhardilla desde la que ve la puerta de su casa para calibrar lo que provoca su ausencia. Según Borges, este es el mejor cuento que se haya escrito nunca…

La nueva edición de El escritor comido apareció hace pocos meses, publicada por la siempre audaz editorial Interzona, pero como la primera, con el mismo sello, es de 2010, califica para esta columna. Sergio Bizzio nació en Ramallo en 1956 y además de novelista es guionista cinematográfico y músico. También dirigió varias películas: la más conocida, Animalada, aborda un tema que podría calificarse de “extremo”.

Hace veinte años publicó Rabia, una obra consagratoria traducida a varios idiomas, que fue llevada al cine y, más recientemente, adaptada al teatro y estrenada en Madrid con dirección de Claudio Tolcachir. Allí también hay un “observador escondido”, con consecuencias menos trágicas: un albañil mata a su capataz y se refugia en un rincón del caserón en el que su novia trabaja como mucama.

En una entrevista que le hizo Carlos Aletto con motivo de la reedición de El escritor…, Bizzio se refiere a la actitud de Saupol como “el colmo del narcisismo” y dice, (perdóneseme la extensión de la cita), que él “construyó sus libros a partir del saqueo de obras ajenas (…) Así que me gustó la idea de contar su historia con el mismo procedimiento, robando (…) grandes textos de la literatura universal (…) narrar la vida del vampiro haciendo vampirismo”. Y menciona entre las fuentes “saqueadas” El corazón de las tinieblas, de Conrad y Muerte en Venecia, de Thomas Mann.

Precisamente el quinto y último capítulo, que transcurre en Venecia, debilita a mi juicio la fuerza que tiene toda la narración, en la medida en que el “pacto de credibilidad” establecido con el lector, que se mantiene en los cuatro primeros resulta un poco violentado por la inclusión de unos poco creíbles adolescentes rusos que cometen tropelías en la ciudad de los canales, mientras Saupol muere en la playa del Lido.

Es muy destacable lo que señala Aletto en su entrevista, en el sentido de que hay cambios de género de un capítulo a otro. Bizzio lo confirma: hay “comedia de enredos, novela indigenista, de aventuras, thriller, drama onírico”. De todo “como en botica”, como se decía otrora.

En resumen: una lectura entretenida, con fuerte contenido satírico, apropiada para alejarse del canibalismo puro y duro que propone la realidad argentina de este momento, en la que los comidos, somos siempre los mismos. Obra de un escritor con “irreverencia y cintura para correr los límites del verosímil”.

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