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"El don del crimen" de Marco Lucchesi

Poeta, ensayista, narrador y traductor, Marco Lucchesi es director de la Biblioteca Nacional de Brasil, activista de derechos humanos y conocedor de una veintena de lenguas, muchas de ellas aborígenes. Interzona publica El don del crimen -primer libro suyo que se da a conocer en Argentina-, un texto presentado como un folleto y panfleto anónimo acerca de un famoso crimen cometido en Rio de Janeiro a fines del siglo XIX Por Demian Paredes

Hiperactivo y productivo, el carioca Marco Lucchesi se destaca en un sinnúmero de roles y actividades: es poeta, narrador, ensayista, traductor y profesor, integra la Academia Brasileña de las Letras, de la cual fue presidente entre 2018 y 2021, y, actualmente –desde enero pasado–, es director de la Biblioteca Nacional. Editó revistas como Poesia Semper, Tempo Brasileño y Mosaico Italiano, y tiene una amplia actividad en materia de derechos humanos y compromisos sociales y cívicos: visita cárceles y comunidades indígenas. Además, es conocedor de una veintena de idiomas –la mitad de ellas, aborígenes–, y sus libros han sido traducidos a una quincena. Premiada, su obra incluye poemarios como Sphera (2003), Clio (2014) y Mal de amor (2022); ensayos: Teatro alquímico: diário de leituras (1999), Nove cartas sobre a Divina Comédia (2013) y Cultura da paz (2020); y aforismos: Arena Maris (2021) y Paisagem Lunar (2023), entre muchos otros más. La primera obra que se publica en Argentina de Marco Lucchesi es, ahora, El don del crimen, novela traducida por quien aquí escribe y publicada por la editorial Interzona. Es la primera novela que forma parte de la Trilogía de Rio de Janeiro. Un texto presentado como folleto o panfleto anónimo que revisita un caso policial y judicial que sobresalió en su época, hacia fines del siglo XIX, en simbiosis y paralelismos literarios con la vida, el tiempo histórico y la obra de Machado de Assis y su novela Dom Casmurro. Breve, aguda y heterogénea –una nouvelle–, los discursos y jergas se enfrentan y cruzan en El don del crimen, hay cálculos e interrogantes, y misterios, sin que falte la cruel ironía y el humor irreverente ante los usos y costumbres (los prejuicios e injusticias) de la época.

Ampliamente comentada, la obra de Marco Lucchesi convoca estudios multidisciplinarios, y en el país hermano se ha publicado una buena cantidad de volúmenes dedicados a estudiar y comentar su obra, siempre abierta y dialogante, y que se entrelaza con teorías, jergas e idiomas, sean las matemáticas o las filosofías de otros continentes y épocas históricas, como en Estética do Labirinto: a poética de Marco Lucchesi (2019). En las entrevistas que ha dado, en parte compiladas en el volumen colectivo Marco Lucchesi: poeta do diálogo (2022), se encuentran tan preciosas como precisas, breves definiciones en torno al arte, la cultura, la historia y la sociedad. De niño, bilingüe entre el portugués y el italiano, Lucchesi contó sobre sus “lecturas imprescindibles en el día a día”: “Acepto lo que mis ojos mensuran. La curiosidad y el hambre pantagruélica. ¡Todo! Libros muy antiguos, incunables, las redes sociales, el diario, el panfleto. Todo, menos la famosa receta de medicamentos. Las frases de (el profeta) Gentileza sobre el viaducto de Rio, los grafitis urbanos”. Y en otra entrevista: “soy un dominado por los idiomas. Es una característica familiar. Mi abuelo paterno salió del campo de concentración de Mauthausen porque aprendió rápidamente el alemán. Y otras lenguas. Gusto de todas. Cada lengua me fascina. Todas poseen un grado de belleza intransferible”.

Entre las varias líneas narrativas, las múltiples direcciones y dimensiones temporales en El don del crimen, se suma la “cuestión espacial”, la geografía de Rio de Janeiro, aspecto que vos mismo destacaste en varias entrevistas sobre este libro. ¿Cuál sería el “fundamento filosófico” que te llevó a encarar la novela de esta manera? Incluso, hay que recordar que al comienzo del libro no son las palabras, sino una imagen lo que hay: un mapa de la ciudad en el siglo XIX.

–La cuestión espacial, la cronotopia es un enlace muy singular. Fuente de cosas específicas, de un paisaje fundador. Cápsula de espacio-tiempo tan determinada cuanto determinante. El sentimiento de lo efímero, en su corte de eternidad, como quien fija, mirando, oyendo, un tiempo de rescate y asunción, frontera fuerte y débil, mal dibujada y de piedra. Las lecturas son muchas, que se añaden en un círculo. Puedo elegir las curvas cerradas del tiempo y entonces, la memoria que se puede lograr del futuro, aunque no se haga fácil. Y las pirámides temporales, los cielos de Blanqui, con su ferocidad, con esperanza, pero pequeña para cambiar un destino. Hay sobre todo una obsesión temporal, que evoca los muertos, muchas veces más vivos que los que se imaginan, y no lo son, vivos. Las teorías de traducir, comprender la historia y la microhistoria incluyen, por supuesto, muchas otras cuestiones que no se agotan aquí.

Por otra parte, junto a la geografía se trabaja con La eternidad por los astros, la duplicación y los sosias, la infinitud. Y la intertextualidad con Dom Casmurro, casi como si la tuya fuera una “hermana melliza” de esta, ¿o incluso una “siamesa”?

–Melliza. Siamesa. Doble. Doppelgänger. Cómo lograr la alteridad, bajo el lenguaje agresivo y sutil de las cosas que pasan y no se pierden. La literatura te ofrece el salto cuántico, la manera de registrar el sentimiento-idea, lo fugitivo que permanece y dura, como dijo Quevedo. Dos planes distintos (cruzados, o quizá más de dos planes-espejados): los molinos de la historia y el viento de la literatura. No conozco mejor ubicación: destello de las esquinas, donde me voy o me quedo patidifuso. Machado de Assis es la prueba o la motivación o el crimen del encuentro. El rostro perdido que me acusa en el espejo. Sin perdón.

Hay en El don del crimen una filosofía particular del tiempo, y un diálogo con el folletín con la “nota roja”, conmocionante, el caso policial del momento. Y además discursos diversos, y hasta parodiados, como el de los juzgados y bufetes de abogados (leguleyo). ¿Cómo surgió o se dio semejante amalgama?

–Es la idea de una totalidad perdida que nace, muere, por fin renace y no se agota, aunque se ofrezca inalcanzable. El folletín tiene su dimensión, fuerza y moldura. Cuadro sintético y modulación de timbres y colores. Casi la voz de un reto, canto o destino. La amalgama me vino como un pacto viajero, el deseo de no perder lo mínimo, las cosas que dejan o pierden la sinergia de su plan temporal. Lágrimas, pérdidas, dolores, rabias, locuras. Las formas vacías de los discursos graves, la inflación de palabras, rasgos éticos y crímenes verbales. Indudablemente la parte llama al todo, pero es sólo parcial, cuando oye los látigos del corazón de su perdida unidad. O de sus fantasmas.

¿Cómo continúa esta novela, primera de la Trilogía carioca con El bibliotecario del emperador y Adiós, Pirandello? ¿Podés comentar algo de estas dos novelas?

–La trilogía sigue, pero en libertad. Trilogía porque opera con la obsesión espacio-temporal, la historia y el cosmos, la parte y el todo. Y, bueno, siempre en Rio. O bibliotecário do Imperador ocurre en los finales del siglo XIX, y de la monarquía, la narrativa casi fiel de la biblioteca del emperador Pedro II, su cosmos, su abrigo. Y la muerte, suicida, de Inácio Raposo, a quien le fue destinada la guardia de los libros imperiales. Su muerte y la trama de los libros, de la república, de las armas, de la ética. Adeus, Pirandello, se desarrolla en 1927, cuando visitó Argentina, Uruguay y Brasil. Su amor por Marta Abba y su revolución del teatro, los espíritus y la psicografía, las muchas identidades, las nuestras, del autor, de los filtros de la historia y de la subjetividad es lo que hay. No son novelas históricas. Parten de un cuadro temporal y producen subversión.

¿Cómo ves la poesía en Brasil hoy? ¿Qué nuevos fenómenos que se estén dando podrías comentar?

–Hay muchas cosas importantes, nombres, autores, identidades. Pero sería sumamente difícil para mí decir A o B. Quizás Clarice y Guimarães, Drummond y Gullar. Que el futuro acuse el presente y lo traduzca ante nuestros ojos amanecidos.

Respecto a la traducción, labor que vos efectuaste con obras clásicas y autores como Umberto Eco, y actividad a la que le pusiste un freno ahora, ¿qué importancia le adjudicás a esta?

–Es como habitar dos mundos, o quizás un tercero que no existe todavía. Echar una mirada obsesiva e incompleta. Que no deja de buscar lo que acaba de encontrar. No satisfecho. Nunca. La palabra como ejercicio de la alteridad, una búsqueda total, inconclusa, desesperada y grave. Traduje a Barbu, del rumano, a Yunus Emre, del turco, y a muchos otros autores. Me parece una ópera sorda, una composición casi ciega, que trae un reto formidable y sin descanso.

Junto a lo docente, académico e institucional, como actualmente director de la Biblioteca Nacional, también sos activista, y desplegás todo tipo iniciativas en cárceles y comunidades. Al acordar esta entrevista me comentaste que estabas en la Amazonía profunda.

–Estuve con los yanomami, a casi mil kilómetros de Manaus, en la tierra Maruracá. Algo reciente que dejó una fuerte impresión en mí. Estudio algunas lenguas originarias como el ñeengatu y el guaraní. Terminamos la era de las locuras de los últimos seis años, y nuestra tarea actual es la reconstrucción de los valores democráticos. Hay mucho que hacer, y tenemos prisa. Y ahora me voy por unos pocos días a China. De la Amazonía a Macau. Una manera de sobrevivir. Y lograr una hoja suficiente para escribir nuestras ideas, sueños, esperanzas.

 

>Dos capítulos de El don del crimen, de Marco Lucchesi

UNA EPIDEMIA CRIMINAL

4

Todo crimen desemboca en una confusión de glóbulos rojos. No hay sangre en O primo Basílio. Pero fue por un tris. Un secreto desordenado. Una carta. Y la muerte de Luísa, aséptica, funcional. Si no hubo derramamiento de sangre, la historia se mostraba ruda a los ojos de Machado. Como si, por equivocación, la lógica del exceso volviera más nítida la trama. Y más espesa. Para una gama de escritores, importaba enumerar los hilos de los que se compone un lienzo de batista o un trapo de cocina. El éxito de la página, insiste Machado, no debería reposar en lo voluminoso de las informaciones, casi siempre vulgares o degradantes, sino en la precisión sutil con la que se muestran las ideas. El peligro del movimiento realista es que haya quien suponga que el trazo grueso es el trazo exacto, concluyó Machado y sin mayores vueltas.

Debo abordar la escena del crimen, y las pruebas periciales no dejan dudas acerca de la brutalidad de los golpes.

Un cuerpo yace en el suelo, en decúbito dorsal, al norte de la puerta, que da a la entrada del corredor, por donde escurre un hilo de sangre venoso y arterial. Si la corriente sanguínea forma diseños bizarros, el cuarto evoca el pasaje de Moisés por el mar Rojo. De la yugular proviene la corriente –vena francamente abierta, al paso que la carótida primitiva permanece intacta–. Al sur de la mesa, y a lo largo de la planicie de parqué, un banco de arena en el cual brillan gotas de sangre mayores sobre un fondo violáceo. Ferroso. Difuso. Un ocaso en llamas consume el papel de la pared, salpicado de rojo. Al este, sobre la toalla de croché del sofá, una constelación de grumos, tendiendo hacia el rosa. Al oeste, en lo alto del escritorio, junto a las cercanías de la ventana, se encuentra abierta una cartera de cuero de Rusia además de un bisturí –la hoja y el mango ensangrentados–.

¿Será necesario detener la sangre y la escena del crimen, para no dar el número exacto de glóbulos rojos o de los hilos de los que se compone un trapo de cocina –menudencias de una imaginación mórbida y al mismo tiempo escasa–?

Un trapo de cocina sería muy bienvenido, además, para volver más ligera la narrativa, removiendo el mar de sangre, después del trabajo de la pericia.

El fiscal pide la condena del reo, con las penas de grado máximo del artículo 193 del código criminal.

 

5

Machado de Assis vive encerrado en las páginas del Diário de Rio de Janeiro, en medio del barullo de la calle de Ouvidor. Escribe de la primera a la última línea. Ocupa todos los espacios posibles, transcribiendo noticias, firmadas o no, creando siglas, folletines, editoriales. Lo tienta dejar el Diário para asumir el puesto de primer oficial en la Secretaría de Agricultura prometido por Afonso Celso, después de la intermediación de Quintino. El salario es modesto y hay exceso de trabajo: nunca hubo empleo que viniese más a propósito. Era cuestión de tiempo. Entretanto, Machado prepara la edición del día 13 de noviembre de 1866. Marca, entre otras, la noticia del Marqués de Caxias, designado comandante de las fuerzas armadas, en el momento más difícil de la Guerra de Paraguay. La decisión vino del Emperador y no le queda a Zacarias otra alternativa sino la de tragarse la presencia del viejo enemigo. Machado aplaude el decreto 3.725, que concede la libertad a los esclavos convocados por el Ejército, extendido a las mujeres, si estuviesen casados. No deja, con todo, de hacer publicidad de su pieza Os deuses de casaca, en consonancia con la moda del teatro de aficionados, una fiebre que se extendía en los salones fluminenses.

Se ocupa incluso de los obituarios. Entre las notas de fallecimientos, una de ellas le salta a los ojos por la concisión: la misa del séptimo día de Helena de Augusta da Silva: tendrá lugar mañana, 13 del corriente, a las ocho y media horas, en la iglesia de São Francisco de Paula, para la cual son invitadas todas las personas con amistad y conocimiento de la misma finada. El anuncio no trae, como es habitual, un poema de amor, un ramo de saudades, que hijos y maridos mandaban a publicar en la ocasión. Se ahorraba con eso un puñado de figuras saturadas, como en el entierro de Brás Cubas, cuando, bajo la lluvia fina, alguien dice que la naturaleza parecía estar llorando la pérdida irreparable.

La frialdad de la invitación suena extraña. Y, en tanto, la brevedad se aclaraba con otra información, publicada por el Diário, alrededor del día 8 o 9 de noviembre: a las siete y media de la noche, el doctor José Mariano da Silva, residente en la calle de los Borbonos, daba muerte a su esposa, doña Helena Augusta. Poco después, se presentó al oficial del estado mayor del cuerpo de policía, declarando que cometiera aquel atentado.

Se propagaba una epidemia de crímenes pasionales dentro del frágil corazón del imperio. A la misma hora en que moría Helena, el doctor Cerqueira Lima asesinaba a su esposa, con cuatro tiros de revólver, no muy lejos, en la calle de la Emperatriz. La lista de esa práctica podría crecer aquí y sin mayor provecho que el de ampliarla inútilmente con un haz de nombres. Parcelas abstractas de humanidad. Sin rostro. Sin densidad física.

 

Machado reconoce en los dos casos la manifestación cruel de la locura. Siente una atracción indefinida por el caso de Helena, como si quisiera profundizar en las circunstancias que llevaron al homicidio. Descubrir la fina capa, posiblemente existente, entre las mallas de la justicia y los debates de la medicina. ¿No sería este el caso, finalmente, de que se amplíe, como dice luego, el territorio de la locura?

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