Por: Matías Méndez Especial para Infobae //
Una docente aburrida de su profesión y cansada de la vida monótona con su pareja, un periodista que parece ser el sueño de toda madre. La mujer inicia una relación con un alumno varios años menor que ella. Ocurre en Buenos Aires en el seno de la clase media ilustrada que se deslumbra con las fiestas electrónicas y el consumo de drogas sintéticas. Esa puede ser una forma de resumir "Electrónica", la novela de Enzo Maqueira que publicó hace algunos meses Interzona. Pero hay otra manera de hablar de ese texto y sería la adecuada: es una mirada demoledora y autocrítica sobre la generación y la clase universitaria a la que el propio autor pertenece, la que está entre los 30 y los 40 años y que según el escritor tuvo el mandato de "ser feliz".
Maqueira visitó recientemente la redacción de Infobae y se prestó a un diálogo en la que analizó a su generación, criticó el individualismo que detecta en la sociedad moderna, y reflexionó sobre cómo el VIH marcó a quienes nacieron a fines de los 70.
-Una primera sensación sobre su novela: toma una historia pequeña, una profesora que se enamora de un alumno bastante menor que ella y a partir de ahí hace una profunda reflexión generacional ¿Ese fue el objetivo?
Fue tal cual: la idea fue empezar de algo particular, casi catárquico y que tenía que ver con el final de mi adolescencia. La profesora tiene la misma edad que yo y atravesó procesos similares. En ese personaje puse el duelo de mi adolescencia perdida. Quería contar una mujer más grande que tenía relaciones con un alumno, y que el pibe más chico se aburrió en un momento porque todo chico de esa edad se aburre y quiere ver otras cosas pero para ella significaba el derrumbe de su adolescencia y cuándo empieza a hacer el racconto de su adolescencia perdida se da cuenta que hay dos mundos que ella viene viendo dentro de su juventud: por un lado el de los 90 con Estados Unidos como faro emblema de todo lo que hay que aspirar y Miami como lugar a alcanzar y de 2003 para acá, el cambio de época, retórica y discurso desde el poder que termina impregnando a la sociedad. Mientras hace el duelo por esa adolescencia que pierde y por ese amor se va dando cuenta que quedó pedaleando en el aire entre dos mundos, el del menemismo y el kirchnerismo.
-Sin embargo, y a pesar de los dos mundos, hay en la protagonista un vacío de sentido que está presente en ambas épocas.
Siempre digo que el mandato de nuestra generación, los que andamos por los treinta y pico, no fue el de nuestros abuelos inmigrantes, no fue el de nuestros padres, que fue "Casate, formá una familia, estudiá y progresá". No fue el "estudiá o trabajá" de nuestros hermanos mayores. El mío y el de muchos de mis contemporáneos fue "sé feliz", la búsqueda de la felicidad. Eso es algo muy de los 90 que viene con la era de acuario y la new age. Ya no buscar el compromiso social o político sino el "yo tengo que estar feliz". A priori suena buenísimo, pero eso genera problemas: primero, por el egoísmo que suele encerrar eso y, segundo, por la imposibilidad de alcanzar la felicidad, la insatisfacción.
-¿Esto lleva a romper el lazo social a partir de que es imposible la felicidad?
Tratar de aspirar a la felicidad es como ir pedaleando hacia el arco iris. Lo que tiene gracia es andar en la bicicleta, no alcanzar algún estado de extrema felicidad. Lo que le pasa a la profesora es que tuvo ese mandato de ser feliz. Ella va a buscar la felicidad y no la encuentra, y en un momento de su vida trata de buscarla en las fiestas, la noche, la música electrónica y el consumo de drogas, sobre todo el éxtasis, que es conocida como la droga del amor y la paz. La felicidad la encuentra por momentos y después se le va de las manos: termina la noche y se acaba la felicidad y sobreviene el bajón.
-¿Es una decisión ideológica que la protagonista sea una mujer?
Sí, mi primera versión era un profesor universitario con una alumna, pero cuándo terminé de escribirla me di cuenta que había escrito "Lolita" otra vez, o que había hecho una adaptación de "Ese oscuro objeto del deseo" de Buñuel, lo cual podría ser interesante porque no dejaba de ser una mirada subjetiva desde otro lado, pero me parecía que estaba abonando aún más al machismo imperante y a este patriarcado donde está muy bien visto que un hombre grande esté con una chica pero al revés no tanto. No quería aportar un grano de arena más a ese machismo y, por otro lado, creo que el mundo está en tren de cambiar y sobre todo en Argentina, en donde en los últimos años estamos tratando de cambiar eso. Ya no es gracioso el humor de Olmedo y Porcel como lo era en su momento, o el humor de "Rompeportones". Ya no resulta gracioso la mujer objeto o el hombre grande que está con la bruja en su casa y se va por ahí a buscarse una nena para entretenerse. Fue una decisión política mostrar el otro lado, contar la misma historia pero desde una mujer que se permite tranquilamente separar sexo de amor, que se permite tener relaciones con un alumno y no se hace una historia moral al respecto, simplemente se lo permite como se lo permitieron siempre a los hombres. Se lo permite y sus problemas pasan por otro lado.
-¿Armar a la profesor implicó meterse en la cabeza femenina?
Partí de una hipótesis y estoy contento que se comprobó y se convirtió en teoría, por supuesto esto no es científico: no hay tales diferencias entre hombres y mujeres como está extendido socialmente. Eso que los hombres podemos separar sexo de amor y las mujeres no, si tienen sexo se enamoran. Mentira. Para mí eso era una cuestión de discurso cultural dominante machista pero no algo real. Ese humor stand up que se basa en cómo son las mujeres y cómo son los hombres es una pavada. Partí de la hipótesis de que hombres y mujeres pensamos igual, sentimos más o menos igual, lo que hay sí son individuos que tenemos acercamientos o alejamientos a partir de circunstancias de nuestra vida. Construí el personaje femenino a partir de lo que me pasaba a mí, de lo que pensaba yo y de lo que me había emocionado o me había pegado mal o bien. Sí, por supuesto, tuve que atender a unas cuestiones mínimas de cómo podía reaccionar en determinados momentos una mujer distinto de un hombre pero tiene más que ver con cuestiones biológicas, con cuestiones anatómicas, más que con cuestiones emocionales. Son muchas las mujeres que se me acercan para decirme "me encanta cómo te metiste en la cabeza de una mujer, nos interpretaste". Yo no interpreté a ninguna mujer, hice un examen de conciencia, una reflexión y puse mis emociones en el papel.
-¿El sistema arma la fiesta electrónica para ofrecer esa felicidad que se busca? ¿Inventó un género de música, una droga y boliches con una determinada estética con ese fin?
No sé si fue "el sistema" el que lo inventó, por lo general lo inventa gente por fuera y después el sistema se lo apropia, que es peor incluso. Es más triste. Uno lee "Un mundo feliz" de Aldous Huxley y ya estaba eso ahí. Esa sensación de que el futuro iba a ser esto, una vida que no nos satisface del todo, que no nos conforma y que tiene sus vías de escape a través, en este caso, de la fiesta y del consumo de drogas pero también a través de Facebook o del turismo o cualquiera de estos paréntesis ilusorios que tenemos en nuestra vida. Se sabía que iba a ser y fue. En parte, todas las épocas lo tuvieron pero cada vez se va haciendo cada vez peor, más evidente de qué se trata. Equiparo a las fiestas electrónicas, que en Argentina empiezan en los 90, con lo que fue en su momento el surgimiento del rock que surge como un movimiento contracultural, que tiene un ideal de rebeldía. Como el movimiento hippie en los 60, la electrónica tiene un ideal de amor libre, de paz y de felicidad. La diferencia es que el rock tardó un poco más y la electrónica inmediatamente fue cooptada por el mercado. No nace con las marcas pero las marcas enseguida se dan cuenta de eso. Desligarse del mercado es muy difícil, el sistema es el mercado, uno dice el sistema pero es el mercado.
-¿Por eso las fiestas electrónicas aparecen en la novela?
El tema de las fiestas electrónicas era necesario en esta novela porque están construyendo una nueva forma de entender la juventud. Hoy la juventud no está tan ligada al rock como hace unos años. Soy profesor en una universidad y todos mis alumnos escuchan electrónica, van a fiestas electrónicas y eso define un tipo de persona distinta al que definía al rockero y es una experiencia por la que estamos atravesando varios, no sólo los jóvenes, son varias generaciones que van atravesando la lógica de las fiestas electrónicas y eso está dejando una huella social que vamos a entender muy lentamente como terminamos de entender el rock hoy con Capusotto, que hace humor desde ahí, por ejemplo.
-¿El consumo de electrónica es un consumo de clase media como se desprende de la novela?
En Argentina comienza con clase media alta y después se populariza. Hoy vas a cualquier fiesta electrónica de las multitudinarias y ves todas las clases sociales. Todo consumo pertenece a esa clase social que puede consumir y las clases que pueden consumir es de media para arriba, en las clases bajas tenés otros consumos que no interesan al mismo sector del mercado. Las fiestas electrónicas están muy vinculadas a clases medias o altas, por eso quería poner la lupa en ese sector de la sociedad. Además, porque es el sector que mejor conozco y el que más típicamente se ve permeado por esos cambios políticos del país. La clase media nunca se permite parar y pensar, porque la clase media es muy egoísta, por eso estamos en la era de la selfie, que es casi como llegar el punto máximo de esa carrera en la que venimos desde los 90, del hedonismo y de cultivar la individualidad. Llegamos a este punto en el que en Facebook todos nos consideramos estrellas de nuestro muro y queremos llenarnos de "Me gusta". La clase media siempre está atrás de los espejitos de colores que le propone el poder, el poder político o el poder del mercado que es el verdadero poder. Las fiestas electrónicas son como el último chiche que propone el poder a ese nivel tan profundo porque abarca muchos segmentos de tu vida: emociones, diversión, sexualidad. No es sólo ir a un recital.
-Sobre el final de la novela afirma:"Tarde o temprano la droga te suelta la mano".
Lo que le pasa a la Profesora y al Ninja, que es el co-protagonista, es lo que nos pasó a muchos y es que en un momento pensás que va por ahí la cosa, que tu felicidad, tu deseo y energía van por ahí y llega un momento en que no te funciona más. Como todo en la vida cumple su ciclo. Si vos ponés en un momento de tu vida tanto énfasis en el consumo de algunas drogas, cuando esas drogas te sueltan la mano, o la parte mala es peor, más larga y más triste que la parte buena, se te derrumba todo en lo que creíste. Creo que cuando dejamos de creer en las religiones fue necesario aferrarse a otra cosa y ahí es cuándo aparece el amor y tenés que dejar de creer porque el amor también te suelta la mano, algunos nos agarramos de las drogas y cuándo la droga te suelta la mano queda la literatura, por el momento.
-En la novela tiene una presencia muy fuerte el VIH ¿Por qué le pareció importante incluirlo?
Fue otra de las decisiones políticas que tomé. Sin duda para nuestra generación, es uno de los grandes temas, seas heterosexual u homosexual. Me acuerdo en la primaria escuchar hablar de peste rosa, después que se muriera Freddie Mercury, que era mi ídolo en la adolescencia y después la paranoia de contagiarte. Pero, al mismo tiempo, esa primera etapa también pasó, por lo menos pasó en el círculo en que me muevo, en esa progresilandiaen la que uno se mueve cuando está en la cultura. Quería hacer algo positivo con eso, quería sacar a los grandes temas del lugar de ocultamiento, quería colaborar con eso que mucha gente está haciendo. Quería hacer algo con el VIH y mostrar que es un virus al que se dejó de tenerle miedo y con el cual se puede convivir. Me parecía que mostrar eso era ayudar a que ese cambio se siguiera dando y, por otro lado, era ser leal a lo que veo a mi alrededor todo el tiempo: tengo muchos amigos con VIH y militan la convivencia con el virus y estoy muy orgulloso de lo que hacen ellos y no podía tener la oportunidad de hacer algo y no hacerlo. Era una forma de dialogar con mis contemporáneos.