Agencia Paco Urondo: Las estrellas federales cierra una “saga matancera”, un universo productivo que vuelve sobre una situación muy similar a la de los 90. ¿Por qué insistís en esa época y en ese lugar?
Juan Diego Incardona: Es un libro que empecé hace mucho, que es cortito, chiquito, es una novela corta con ilustraciones. Nunca había publicado una nouvelle. Publiqué novelas, cuentos, un diario, que fue Objetos maravillosos, un libro de poemas. Ahora hay un revival del nouvelle (y de escritura del yo, desde hace rato). Esta saga es autobiográfica pero se fue de mambo porque los géneros contrarestan esa autobiografía literal; es una historia de ciencia ficción aunque aparezcan referencias del barrio y el narrador como Juan Diego. Es también una despedida, un libro que cierra ese universo.
APU: ¿Por qué no habrá más?
JDI: Porque también está la necesidad de transformación, de pasar otra cosa. Yo de todas maneras siempre me preocupé por no repetirme en los libros, compartir un universo en cada relato, mantenerlo, pero variar lenguaje, registro, las temáticas. Villa Celina fue como una matriz, y después trabajar con el peronismo la fantasía en El Campito, o un relato más onírico, como en Tomacorriente y este, Las estrellas federales, es más ficción y el mundo de las fábricas.
APU: En varias entrevistas sostenes la tesis de que, en los últimos años el conurbano es retratado en la literatura a través de los géneros, ¿por qué te parece que es así?
JDI: No sé explicarlo, es algo que se va dando en varios autores. Creo que el conurbano es una zona nueva, narrada con voz propia en la literatura argentina. Sí aparece la periferia en “El matadero”, pero como fruto de una excursión y es una anécdota de la violencia. Recién aparece con Flores robadas en los jardines de Quilmes, de Asís. Después estuvo Lanús, de Sergio Olguín. Eran ficciones esporádicas ambientadas en la periferia de Buenos Aires. En los últimos años hubo una gran cantidad de autores que se metieron en tema; Villa Celina es de 2008 y fue uno de los primeros. Todos se meten un poco con los géneros, casi nadie tiene una búsqueda mimética; el policial, el cómico, la fantasía, la ciencia ficción. Supongo que es tan exuberante el conurbano, tan desproporcionado, que ocurre algo similar a lo del Realismo Mágico; no te alcanza el realismo y la realidad supera la ficción. Las herramientas que te sirven para aproximarte a algo de tanto tamaño son los géneros conjeturales, imaginativos y que pueden producir simbolizaciones como el fantástico y la ciencia ficción.
APU: En algunos casos también está muy presente la superstición.
JDI: Yo creo que exageración y superstición fueron dos procedimientos claves, como martillo y destornillador, para armar el mundo de “Villa Celina”, “El Campito”, “Rock Barrial”. Fue algo que no aprendí de las lecturas, sino mamándolo del mismo barrio, del relato oral. Porque contar historias en la clase popular es algo cotidiano. Yo iba al almacén, a hacerle los mandados a mi vieja, y ya me encontraba a una señora sacándole el cuero a otra. Eso es una historia. Es permanente la sociabilidad. Quizás en plena capital no existe tanta conversación y menos en forma de anécdota o de historias.
APU: ¿También tomaste el registro?
JDI: Hay distintos registros en mis libros. Por un lado, un registro más coloquial que se subordina a la pulsión por contarte una historia. Otros son más breves, son acuarelas. Después hay relatos ya en Villa Celina como “El túnel de los nazis” y alguno más (también en Rock Barrial y Tomacorriente) que son cargados, poéticos, muy musicales. La historia queda un poco relegada frente al ritmo del lenguaje. Las estrellas federales tiene un lenguaje más coloquial, aunque por momentos poético, concentrado en el itinerario que los personajes van teniendo en un clima o en escenarios que se tocan con El Campito, donde trabajé lo medioambiental, el problema de la contaminación, como un modo de verosimilitud exagerada para encontrar la fantasía, los mutantes. Acá pasa algo parecido. Zona de fábricas, década del 90, nadie se hace cargo de los mutantes. Desarrollé esa idea. Y le sumé otra cosa. Ya en Villa Celina hay un cuento con el personaje Emily Grangerford que es un personaje de Mark Twain. Pero sobre todo en El Campito, aparte de amigos, calles, referencias reales, empecé a jugar con esto de “traer a mis amigos de la literatura a que se vengan a tomar una birra al barrio”. Y así aparecen personajes de Marechal y de Arlt. Y acá traje de Oesterheld “El Mano” y “Juan Salvo”, los dos de El Eternauta, que en la novela son el hombre regenerativo y el presentador de circo.
APU: El hombre regenerativo es todo una metáfora de esa época y puede pensarse en un contexto como el actual.
JDI: El hombre regenerativo existe siempre pero se evidencia en las malarias; esto de que tenes que improvisar, reinvertarte, para sobrevivir. Lo que yo observé en los 90 (y me parece que ahora puede pasar lo mismo) es que una persona hace algo durante toda su vida, es tornero de una fábrica durante 30 años, y el tipo se convierte en remisero, es un mutante, un x-man. Cierra la fábrica, cobra la indemnización y se pone una cancha de paddle. Ya en El Campito estaba la mutación ambiental de los paisajes. Y en el estado de reflexión artística, siempre en términos históricos, me llevó a pensar que la mutación fue también de los habitantes. Y que el tornero que maneja un remis es un mutante, que el tipo que laburaba en una fábrica y ahora vende en los colectivos es un mutante. Es una metáfora.
APU: En este libro, en particular, no está tan tematizado el peronismo en la historia, aunque sí hay una referencia fuerte en el título, pero en cierta manera el peronismo atraviesa esta saga, ¿existe el “fantástico peronista”?
JDI: Creo que el peronismo es un muy buen combustible para la literatura, para el arte. Básicamente creo que es la única fuerza política de la actualidad en Argentina que además de ser fuerza política se convirtió en un acontecimiento cultural. Creo que el radicalismo se quedó a medio camino (y si alguna vez lo fue, lo ignoro). Quizás en algún momento la cuestión militar también se había vuelto cultural, en oposición. El aspecto represivo de nuestra sociedad, reincidiendo una y otra vez. A los largo del siglo XX hubo una cuestión represiva traducida en la cuestión castrense, militar. Pero el peronismo es realmente un hecho cultural, que está en transformación, no podemos hablar de un peronismo, se compone de mucha iconografía, religiosidad popular por ejemplo en torno a Evita. Es muy rico el peronismo también en mitología; hay historias de héroes, de traidores. Es como una gran novela; tiene personajes entrañables, y otros como Judas. Tiene grandes acontecimientos, vinculados a una épica, a la felicidad del Pueblo, la vuelta de Perón. Por otro lado, el drama, el bombardeo, los fusilamientos, los desaparecidos. Pero también tiene mitos secretos, subterráneos. Esas cosas que todavía hoy articulan todavía hoy en la militancia. Es claramente el peronismo una tradición que toca costados que van más allá de la política. Lo fue para apólogos y detractores del peronismo. Y es inagotable.
APU: Hace poco Daniel Santoro criticó algunas representaciones artísticas de las figuras de Perón y Evita que se hicieron en la Ciudad. ¿Qué te pasa con las representaciones peronistas en la literatura?
JDI: No escuché las críticas de Santoro. Quizás, por haber hablado con él un par de veces, y arriesgo, la crítica va más allá del peronismo. Es hacia el arte que no problematiza nada, que no propone, que simplemente reafirma, subraya. Esto del homenaje es un arte demasiado subordinado a la propaganda política. La propaganda es una tradición, no está mal, pero está bueno cuando se da como fuente para elaborar nuevos relatos, nuevas ideas. No solo el elogio literal, la alabanza. Santoro no hace eso, es un peronista muy lúdico, mezcla elementos de la mitología peronista con la tradición pictórica argentina y universal. Símbolos de otras lenguas y otras culturas. Es muy metafísico también, y encuentra relaciones que van más allá de lo dado. Me acordé de algo que dijo Spinetta una vez, sin emitir un juicio de valor de cuál es mejor que otro, que era algo como que Charly hablaba el lenguaje del pueblo, mientras que Spinetta hablaba con un nuevo idioma que la gente se lo tiene que apropiar. Es una voz extraña que después terminás amándola, apropiándola. Es una lengua rara, disléxica, no conjuga correctamente, es muy surrealista. Y eso también está bueno, más allá del peronismo, en la literatura y en el arte. Tomar lo que está dado, el lugar común, no creo que esté mal, puede producir identificación, pero también está bueno esto de vos armar tus herramientas y mezclar. Yo creo que el arte es mezcla y no acumulación. Y justamente la alabanza, la adjetivación, es acumular, sedimentar sobre algo que ya está. La fórmula puede ser exitosa en ciertos canales; hay un pacto de lectura, el otro lo va a entender. Compartís una moral, una ideología, con cierta parte del pueblo. Lo otro tiene más riesgo; una operación artística que requiere más riesgo, habilidad, imaginación. Y capaz que en tu laboratorio te quemás los pelos, porque explota.
APU: A vos no te falta imaginación.
JDI: A mí me pasó escribiendo El Campito, y está bien, vos te metés en ese estado inmoral, y tiene que ser así. No respetas ni a tu madre, y estás escribiendo, inventando. Y cuando yo armé el Esperpento para ese libro le puse las manos de Perón y las tetas de Evita. No duró nada, lo borré. Le dejé las manos de Perón por su importancia en la disputa por el monstruo, las mismas manos de Perón matando peronistas, pero con Evita no se jode. Un poco Rodolfo Edwards con El bombo y la palabra se pelea con esa tradición paródica del peronismo, desde La fiesta del monstruo al resto de los autores, que de alguna manera se burlan. Yo venía haciendo un libro más épico, y en ese estado artístico lo puse porque era más Esperpento el esperpento, pero lo saqué. Yo no busco ese efecto.