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"No entres, llama a papá": las mejores cartas de despedida de la historia de suicidas ilustres

Kurt Cobain lo hizo con poesía, Virginia Woolf con cierto toque pasivo-agresivo, Hunter S. Thompson como un viejo hastiado de la vida... Marc Caellas recopila despedidas reales en 'Notas de suicidio' Por Paula Corroto

"Se me ha acabado la pasión. Y recordad que es mejor quemarse que apagarse lentamente. Paz, amor y comprensión”. Trágicas y poéticas —como sus canciones—, estas fueron las últimas palabras que dejó escritas Kurt Cobain antes de suicidarse el 5 de abril de 1994. En esta nota, que iba dirigida a su amigo imaginario de la infancia Boddha, después de la firma se puede leer: “Por favor, Courtney [Love, su novia], sigue adelante, por Frances [su hija], por su vida, que será mucho más feliz sin mí. Os quiero. ¡Os quiero!”. Dicen que alguien añadió eso más tarde porque, según expertos en grafología, la letra de ese último párrafo no coincide con el resto de la nota. Algo que, como poco, es bastante feo y que es un dato más en la nebulosa de este suicidio, quizás el más generacional y recordado de las últimas décadas dentro del panorama planetario cultural.

Porque antes que Cobain, tomaron esta decisión estrellas del rock como Ian Curtis y Sid Vicious, actrices como Jean Seberg y una multitud de escritores como Virginia Woolf, Anne Sexton, Alejandra Pizarnik, Paul Lafargue y Laura Marx, Stefan Zweig y Lotte —estos lo hicieron en pareja, que es una de las modalidades—, Cesare Pavese, Walter Benjamin, Emilio Salgari, Mayakovski… La lista de suicidas artistas es grande. Y todos ellos dejaron una nota. Más larga o más corta, más dramática o incluso humorística (mi preferida es la del actor George Sanders, que se suicidó en Castelldefels: “Querido mundo, me voy porque estoy aburrido. Siento que he vivido lo suficiente. Os dejo con vuestros conflictos, vuestra basura y vuestra mierda fertilizante en esta dulce letrina. Buena suerte. George”). Y, eso sí, en todas se dirigen a alguien con amor, con dolor o con despecho. Las hay hasta un poco pasivo-agresivas, como la que le dejó Virginia Woolf a su marido, Leonard: “Si alguien pudiera haberme salvado, habrías sido tú. No me queda nada excepto la certeza de tu bondad”. Después de eso, unas cuantas piedras en los bolsillos y al río. Y que Leonard apechugara con la culpa.

Estos textos los ha recopilado el dramaturgo y escritor Marc Caellas en ‘ Notas de suicidio’ (La uña rota) —para qué llamarlo de otra manera—, un volumen que, ante todo, habla de esto de quitarse la vida como un acto libre y respetable. Parte de la obra de teatro ‘Suicide notes’, escrita junto a David G. Torres, estrenada en 2019 y que ya intentaba despojar el suicidio del tabú mirándolo desde otras perspectivas. Por si la quieren ver, los días 26 y 27 de mayo vuelve a La Virreina, en Barcelona. “Estoy con Camus desde el minuto uno: el suicidio es el único problema verdaderamente serio de la vida. Y cuanto más serio es un tema, más necesario es el humor para afrontar la necesaria reflexión profunda que amerita. Solo se puede bromear sobre asuntos serios, graves y terribles. Así que el hecho de que podamos reírnos del suicidio es la mejor prueba de su seriedad”, escribe Caellas como declaración de intenciones.

Notas de todos los colores

Y como sigue, la gente dice adiós de formas muy distintas. Una especie de muestra del carácter de cada cual, si bien en ninguna de las notas se ofrecen los motivos del suicidio. “Al contrario, suelen generar más dudas, porque nadie se mata por un único motivo. La nota es un gesto poético del último momento y es difícil saber por qué lo hicieron”, cuenta el dramaturgo por teléfono. Tampoco todo el mundo se acuerda del mismo tipo de personas para despedirse. Hay quien se dirige a sus padres, como hizo el poeta Pedro Casariego Córdoba (Pe Cas Cor), a sus hijos, como Jean Seberg (“Tu mamá que te quiere”), a su marido, a su esposa, al mundo en general o a un amigo imaginario, como hizo Cobain. En cualquier caso, como afirma Caellas, más allá de cargar con el dolor o la pena, esa persona “debería sentir orgullo de ser el último depositario de los sentimientos del ausente. Que alguien te dedique en cuerpo y alma sus últimos segundos o minutos de vida es un regalo que no podemos infravalorar debido a morales impuestas por el Estado, la familia o la religión”.

"Siempre me estoy quejando. Ya no soy divertido para nadie. Te estás volviendo codicioso. Actúa como el viejo que eres. Y relájate: no va a doler"

Hay quien se despide con todo el amor del mundo, como hace Anne Sexton, quien en un texto muy bonito (y que escribió cinco años antes de suicidarse) le cuenta a su hija Linda lo que va a hacer y le insiste en que no se sienta mal, puesto que no es su culpa. Luego están las notas que quedan graciosas, como la de George Sanders, ya comentada, o la del escritor Hunter S. Thompson, que hizo un testimonio casi como un poema: “Siempre me estoy quejando. Ya no soy divertido para nadie. Te estás volviendo codicioso. Actúa como el viejo que eres. Y relájate: no va a doler”. “Era un cachondo. Se dio cuenta de que se estaba volviendo un viejo pesado y escribió esto”, dice Caellas. Y se mató.

Hay algunas diferencias entre matarte cuando ya eres viejo y cuando solo tienes 20 años. En este volumen aparecen las notas de personas ya de edad provecta, como Stefan Zweig (no así su segunda esposa, Lotte, que tenía solo 34 años y se suicidó con él en la cama), y otras que ni siquiera llegan a los 30. Y sí, las notas y el estilo son muy distintos. “Los suicidios de la gente mayor están más preparados, más pensados. Son más de ‘ya he hecho todo en la vida, no me jodáis con esto de estar 10 años más aquí”, relata Caellas. Zweig tenía 60 años y pensaba que su país, su mundo, se había ido por el desagüe. Para él no tenía ningún sentido quedarse más por aquí. “Eso es un ejercicio de libertad absoluta y si a alguien le molesta, lo siento mucho”, insiste el dramaturgo. Pero ¿qué se le pasó por la cabeza a Sid Vicious para ponerle fin a todo con 21 años? Y, además, escribir antes en mayúsculas: “Enterradme al lado de mi nena. Enterradme con mi chaqueta de cuero, vaqueros y botas de motero. Adiós. Sid”. “Eso es de un descerebrado. Los suicidios de jóvenes dan mucha tristeza porque podría haber sido muy diferente si se lo hubieran pensado dos veces”, añade Caellas.

"Querido mundo, me voy porque estoy aburrido. Siento que he vivido lo suficiente. Os dejo con vuestros conflictos y vuestra mierda"

La longitud también varía. La de Kurt Cobain —otro joven—, por ejemplo, es casi un relato, una historia compleja con sus contradicciones (habla de que ama demasiado a todo el mundo… y al final dice que odia a todo el mundo desde los siete años). Pero hay quien no se fue por las ramas, como la poeta venezolana Miyo Vestrini, que se suicidó en su bañera mientras sonaba un disco de Rocío Dúrcal, y que dejó la siguiente nota en la puerta del baño dirigida a su hijo: “No entres, llama a tu papá. Él sabrá qué hacer”.

Lo que sí rezuma en todos los textos de despedida es un cierto acto exhibicionista y narcisista por parte del suicida. Si uno lo hace, que se sepa. Caellas les ha tomado prestadas estas ideas al filósofo Simon Critchley y al escritor Juan Bonilla. El primero la argumenta en ‘ Apuntes para el suicidio’, y en el documental ‘The Bridge’ se puede ver cómo los que se tiran desde el Golden Gate lo hacen de cara a la ciudad para que alguien los vea. Lo mismo ocurre con los suicidios en los hoteles. Uno sabe que más pronto que tarde algún empleado va a entrar en esa habitación. Por su parte, Bonilla explica el suicidio como ese acto en el que uno está enamorado de sí mismo, pero ese sí mismo no le corresponde y no encuentra más salida que acabar con todo. Poético y drástico a la vez.

Otra coincidencia es que suelen ser manuscritas —hasta en el espejo de un baño con pintalabios— y apenas hablan ni de otra vida ni de la reencarnación, por cierto. “Sí, no sabría decir por qué, pero nadie escribe 'recógeme cuando sea una flor”, apostilla Caellas. Todo es un punto y final, no seguido.

Después de leer todas estas notas, la sensación que queda es casi de Perogrullo: el suicidio sucede. Y entre gente muy distinta, de diferentes edades. Hombres, mujeres. Jóvenes y viejos. Esta era un poco la intención de la obra de teatro. “En España se ha hecho un avance con la ley de eutanasia, pero falta mucho por hablar. Merece la pena porque es un problema grande y no se sabe qué hacer. Mucha gente llega al suicidio porque tiene una vida de mierda y o solucionas esto o… Porque a estas alturas ya nadie se cree esas monsergas de que el suicidio es un pecado. El suicidio ni se tiene que incentivar ni estigmatizar. Ojalá todo el mundo viviera en un lugar feliz en el que esto ni se lo plantearan. Pero no es así”, concluye el dramaturgo.

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