Título: Rabia
Título original: Rabia
Reparto:
Claudio Tolcachir
Duración: 90 min. apróx.
Dirección: Claudio Tolcachir y Lautaro Perotti
Adaptación: Claudio Tolcachir, Lautaro Perotti, María García de Oteyza y Mónica Acevedo
Libro original: Sergio Bizzio
Iluminación: Juan Gómez Cornejo
Espacio sonoro: Sandra Vicente
Videoescena y escenografía: Emilio Valenzuela
Ayudantes de dirección: Mónica Acevedo y María García de Oteyza
Técnico de iluminación: Iago Rodríguez
Técnicos de audiovisual y sonido: Enrique Chueca Peña y Juan Diego Vela
Transporte: Taicher
Construcción de escenografía: Mambo Decorados
Dirección de producción: Ana Jelín
Producción ejecutiva: Olvido Orovio y Maxime Seugé
Distribución: Producciones Teatrales Contemporáneas
Agradecimientos: Santi Marín, Raúl Manero Díez, Cinthia Guerra, Ministerio de Cultura (Argentina)
Producción: Producciones Teatrales Contemporáneas, Timbre 4, Morris Gilbert-Mejor Teatro, Pentación, Mariano Pagani, Teatro Picadero y Hause & Richman
Rabia es una novela de Sergio Bizzio adaptada al teatro. Interpretada por Claudio Tolcachir, cuenta la historia angustiosa de Jose María, que tras un grave incidente se esconde en la buhardilla de la mansión donde trabaja su amor, Rosa. Allí se convertirá en un fantasma testigo de la vida de los dueños y de Rosa, sin poder hacer nada ante las injusticias de las que es testigo. Tendrá que ingeniárselas para vivir desde la buhardilla: buscar comida o poder hablar con Rosa, al tiempo que deberá huir de su propio yo interior. (TEATRO DE LA ABADÍA).
Basado en el libro homónimo de Sergio Bizzio, Rabia llega a la escena teatral a partir de un total de ocho manos: Claudio Tolcachir, Lautaro Perotti, María García de Oteyza y Mónica Acevedo. La historia presenta al espectador a José María, un hombre que debe esconderse tras cometer un acto de alta gravedad. A pesar del título, para quiénes no hayan leído la novela del argentino, podrían pensar que asistirán a una narración de los límites humanos, embriagados por la humillación, pero no tiene nada que ver. El relato se lanza ante una descripción de la supervivencia de su protagonista, así como los episodios que vive desde la sombra. Así, apuesta por reforzar la humanidad, emoción, familiaridad, y sensibilidad de su personaje, logrando que el espectador empatice con varios momentos de gran carga personal, pero no se embarra en el sentimiento que da nombre a la obra.
Durante la primera parte, se halla una introducción que puede hacerse más densa, en especial, por el estilo de dramaturgia por el que se ha apostado, que es más cercano a la narración oral que al teatro de texto convencional. Por tanto, el texto se escribe en tercera persona, desde la perspectiva del narrador, aunque siempre manteniéndose en el foco a José María y no expandiéndose al resto de personajes. De esta forma, se produce un efecto de creación de escenas visuales a partir de la imaginación del espectador, los acontecimientos se recrean en su cabeza y no sobre el escenario. Un reto teatral, sin duda, al no basar su fuerza en la acción en sí, sino en la forma de transmitir la información. No obstante, el mensaje es un claro alegato y denuncia ante el clasismo social.
Claudio Tolcachir regresa a los escenarios como actor tras varios años de ausencia en esta función, ejerciendo de director de éxito en los últimos años. Así, Tolcachir es el encargado de convertirse en el narrador de Rabia. Desde el principio se puede ver cómo afronta el ritual teatral desde la naturalidad, desde la búsqueda de la conexión con el espectador. Y lo logra. En todo momento desprende carisma, sabe cuándo enfatizar, cuando cambiar de tono, en qué parte dar mayor énfasis a su expresividad corporal y facial. Gracias a ello, el público va de la mano de su narración y capta la atención de los asistentes sin ningún problema, evitando así que se desconcentren y puedan seguir los acontecimientos narrados en todo momento.
El movimiento escénico también se completa de forma satisfactoria, no quedándose estático y dando así mayor juego a lo que sucede sobre las tablas. También hay que destacar la proyección de la voz, así como la dicción, algo imprescindible en esta propuesta por la importancia del parlamento. En todo momento se entendió cada una de las palabras, incluso en aquellos momentos en los que habla en un tono más bajo. Aunque puede parecer una obviedad, no siempre se cuida la posición de la voz en escena. Como detalle, su corporalidad, al ser un actor de una estatura alta, la utiliza a su favor, facilitando el juego de sombras que forman parte de la propuesta escénica. Únicamente, para aquellos que pudieran esperar un personaje que impactase más, no es la intención del trabajo escénico de Tolcachir. Aun así, sigue siendo un regreso actoral estupendo.
Uno de los aspectos más destacables de Rabia es la puesta en escena, logrando poner sobre las tablas una escenografía aparentemente sencilla, pero no lo es. Su virtud se halla en las posibilidades que ofrece a través de un diseño de luces muy inteligente. Por un lado, no solo utiliza la potencia del alumbrado, ni la colocación, sino también el juego de sombras con cada movimiento de actor y con la propia estructura. De esta manera, facilita al espectador que sea quién pueda imaginarse lo que acontece en las vivencias del protagonista. El movimiento y los diferentes lugares en los que se posa la escenografía y el actor aportan el dinamismo que no pueden sacar de la recreación de los hechos narrados.
El vestuario escogido para Tolcachir encaja con la personalidad que se puede extraer de él públicamente, como personaje ya reconocido en el ámbito teatral. También es importante comentar que es un acierto la elección del color, que ensambla con la propuesta de la paleta usada en el resto del montaje. Por otra parte, el ritmo de la pieza se ve totalmente influenciado por el estilo teatral que se ve en escena, donde la narración se come la mayor atención. En consecuencia, durante la primera parte, se hace más lenta, al tener que habituar al público a este tipo de producciones. Después de acostumbrarse, el montaje levanta y mantiene la atención de los espectadores. Técnicamente, es impoluta, ejemplo de ello es el uso del micrófono, bien gestionado, controlando bien los volúmenes para ser un refuerzo sutil y que el espectador no sea consciente de él.
Rabia propone una narración oral teatral en torno a la denuncia del clasismo social y las vivencias de un protagonista envuelto en emoción y cercanía. El texto apuesta por contar más que recrear, pero su mensaje es claro en todos los sentidos, incluso habiendo reforzado la humanidad en su personaje. Para este montaje era necesario un narrador de calidad y así lo es Claudio Tolcachir. Su regreso viene envuelto de auténtica entrega, naturalidad y un juego expresivo bien aprovechado, así como un cuidado de la entonación y la posición de la voz perfecto. La puesta en escena es de lo mejor de la obra, en especial, el diseño de iluminación. La rabia se transforma en un viaje en las sombras donde lo personal se implanta como principal baza de la obra.