interZona

"Rabia": volver a un teatro como arrojo al abismo

Debuta mañana en Timbre 4 “Rabia”, unipersonal protagonizado y dirigido por Claudio Tolcachir, sobre un albañil que mata por odio y en su encierro descubre que tiene tiempo para pensar y que nunca había pensado. Al descubrir nuevas emociones, evoluciona de una manera profunda. Por Carolina Liponetzky

“Deambular por la escena alternativa sigue siendo muy interesante en Buenos Aires. Ahí está la fuerza, en las salas independientes, ni el comercial ni el oficial cumplen un rol innovador, sí de buen teatro”, dice Claudio Tolcachir, quien protagoniza “Rabia”, basada en la novela de Sergio Bizzio, adaptada por Moni Acevedo, María García de Oteyza, Lautaro Perotti y Tolcachir, con dirección de estos dos últimos. Se estrena mañana en Timbre 4 con funciones de jueves a domingos.

Cuenta la historia de un albañil que tras un grave incidente se esconde en una buhardilla de la mansión donde trabaja su amor y se convierte en un fantasma, testigo de la vida de los dueños, sin poder hacer nada.

Para este estreno que tendrá cuatro funciones semanales en Timbre 4, Tolcachir se asoció con varios productores y sostiene que de otro modo no podría haberla hecho. Cuenta con la pata española de Timbre 4 con sede en Madrid, Morris Gilbert, Mariano Pagani, Teatro El Picadero y Hause & Richman. Mientras proyecta e 19° año de “La omisión de la familia Coleman”, que vuelve a Timbre 4, ensaya junto a Mercedes Morán e Imaol Arias “Mejor no decirlo” que se estrena el 21 de marzo en La Plaza. Conversamos con Tolcachir.

Periodista: ¿En qué sentido el teatro es saltar al abismo, así como esta obra?

Claudio Tolcachir: Me parecía un laberinto poder estar en la cabeza del personaje, sobre todas las cosas, me emocionaba y no sabíamos cómo hacerla, desafío interesante porque no se parecía en nada a lo anterior. Quise hacer esta obra por lo que me provocó la novela. Me despertaba en la mitad de la noche y pensaba el monologo, tengo recuerdos de la primera lectura del libro con imágenes claras de secuencias, espacios, tensión, dolor, cuando ambos están separados por una puerta masturbándose, eso produce dolor además de lo absurdo y raro de todo. Quise producir en el espectador lo que me produjo a mi. Además es una novela de acción, no es reflexiva, cuenta con lo que hace quién es el protagonista y como piensa. No describe, hace, eso es teatro.

P.: ¿Qué siente el personaje, en clave fantasmagórica, al ver pasar vidas ajenas como testigo y sin poder intervenir?

C.T.: Lo que le pasa al personaje es también el proceso de evolución de cualquier acto creativo. Sigue un impulso como puede ser esconderse en una buhardilla o matar a alguien, es enfrentarse con el vacío, el abismo, la ingenuidad, la ignorancia de la vida que comienza, el miedo, y empezar a conocer como desarrollarse en esta nueva vida. Aprender a caminar, escuchar, sentir, entonces aprende de este nuevo ecosistema y siente que es su vida. Al final de este recorrido uno se pregunta me pasó o me lo inventé, me pasó el amor o este problema o me lo inventé. Esta buhardilla son los ojos para relacionare con un mundo desconocido, en ese sentido es tan parecido al acto creativo de investigar como se cierra algo.

P.: ¿Cuáles son los temas de la obra?

C.T.: La obra tiene tres líneas, una es el thriller que engancha al espectador por lo que sucede. La otra tiene que ver con lo existencial, Esperando a Godot o Tres hermanas de Chejov, el vacío. Qué hago de mi vida o como me invento una sensación de existir. Esto es muy poderoso porque al final, cerca de la muerte necesita vivir, amar, odiarse, celar, preocuparse. También hay una crítica social, de la mansión, sus dueños, la empleada, y ser invisible en el mismo plano que una rata con su animalidad. En una función uno quizá se enganche con la historia de amor, con el peligro, con el odio de clase, la obra tiene infinitas lecturas.

P.: ¿Qué puede decir de su personaje?

C.T.: La evolución del personaje es conmovedora. Un albañil que mató a un tipo por odio, todas las veces que mata es por impotencia, ese personaje en su tiempo libre descubre que tiene tiempo para pensar, que nunca había pensado y eso es una revolución para él que lo habilita a otra existencia, a descubrir otras emociones que no había registrado. Evoluciona de manera muy profunda en su ser.

P.: ¿Cómo fue el modo de trabajo en su triple rol de adaptador, protagonista y director?

C.T.: Rabia era volver a trabajar a la manera de Timbre. El grupo y mi rol para probar todo lo que se nos iba ocurriendo, probar, descartar, embalarnos con una idea que después de semanas veíamos que era malísima, volver a foja cero. El equipo mira con agudeza precisa y es el caldo de cultivo que yo necesito para vivir, un grupo donde uno va con miedo, abre su corazón, prueba cosas y puede evolucionar. Ni Rabia, ni Timbre, ni Coleman podría haberlo hecho si no éramos grupo. Este múltiple rol no es nuevo sino que fue recuperar el sistema de trabajo grupal que yo tanto necesitaba.

P.: ¿Como fue el sistema de producción con varios socios?

C.T.: Es de las primeras producciones de Timbre con su pata española, Timbre está instalado en Madrid, más otra productora española, y otros en Mexico y Sebastián Blutrach en Buenos Aires. Como era un proyecto arriesgado, no soy una persona conocida, una adaptación, un monologo, algo que nunca se había hecho, hubo muchos que se unieron a compartir el riesgo. La ventaja del sistema de producción es poder pagarle sueldos a todos, hacer una buena escenografía, más allá de nuestra etapa previa de laboratorio.

P.: Desde que hizo Coleman hace 20 años, ¿cómo se transformó la escena teatral y por qué Coleman se sigue haciendo?

C.T.: Se sigue haciendo porque los actores la siguen disfrutando, y el público sigue llenando la sala. Yo jamás podría decirle a un actor que siga tanto tiempo si no fuera porque lo desea. Sigue siendo una ceremonia el encuentro, hacerla, que salga bien, descubrirle cosas. Lo hacemos para nosotros y por supuesto avalado por el público. En este tiempo pasaron cosas interesantes, diversas, se desuniformó la escena, uno ve a un creador, a otro, y ve cosas muy diferentes, me gusta esa libertad, me aburre cuando los creadores ponen rútulos, teatro bien hecho, vivo y punto. Lo demás es lenguaje personal. Estamos en un momento en que las condiciones de trabajo son muy duras, no podía hoy vivir de Timbre 4 ni sostener una cooperativa tanto tiempo, no se pueden pagar las escenografías, no se puede llamar a alguien que diseñe luces, es muy difícil para un grupo que pone su cuerpo, horas, muebles, casa, llevar adelante una producción. En eso sufrimos una degradación muy grande que contrasta con la creatividad. Una cosa no quita la otra. Me da miedo el futuro. Yo hacía una obra infantil, hacía de supertacho, compraba el sillón de Coleman, lo hacía en mi casa, no pagaba sala de ensayo, hacíamos las luces, no sé si un grupo ahora puede tomar una casa y hacer un teatro, los grupos nuevos harán su historia.

Ganador al mejor libro argentino de creación literaria: "El náufrago sin isla" de Guillermo Piro es la obra ganadora del Premio de la Crítica de la Fundación El Libro 2024