El sueño del árbol es un libro que Andrea Salgado escribió durante la pandemia. Era una forma, dice ella, de mantenerse concentrada y no perder el control.
—No era fácil estar encerrada. Soy muy callejera. Me gusta estar moviéndome de un lado a otro, entonces lo que pasó fue que me puse tareas concretas, y una de esas como profesora, fue dictar virtualmente un taller de ciencia ficción abierto al público. Eso me mantuvo ocupada, estudiando algunas cosas que organicé en un programa llamado Poéticas del fin del mundo. La idea era, de alguna manera, mirar lo que estaba ocurriendo a través del lente de la ciencia ficción. ¿Qué nos decían estas historias sobre nuestro presente, sobre el futuro? Al mismo tiempo comencé a escribir El sueño del árbol. No tenía un tema concreto, solo sentimientos, intuiciones, preguntas sobre la forma en que habíamos vivido el amor en esta realidad construida en términos binarios, patriarcales y capitalistas; esta realidad enferma, al borde de un colapso ambiental, atacada por la guerra, la peste y la pobreza. Pasó también que una semana antes de que comenzara la pandemia me mudé a un apartamento que mira hacia los columbarios (el cementerio de los pobres) del Cementerio Central de Bogotá. En ellos se encuentran dibujadas en plaquetas de metal que sirven como lápidas, las Auras Anónimas, la obra de Beatriz González que fue hecha en memoria de los muertos anónimos del conflicto colombiano. Eso me impresionó profundamente y frente a esa obra empezaron a surgir los fragmentos que hacen parte de la primera parte del libro “Bolero del cuerpo y la razón”. El cuerpo le canta un bolero de desamor a la razón de la que fue separada, hasta que de los columbarios llega la mujer transparente para sacarla de su ensimismamiento, y hacerle ver que su dolor no es propio, sino que es el mismo del todas las mujeres a través del tiempo, y que antes de salir del encierro, es necesario que aprenda a llorar por todo lo perdido. La mujer transparente llega para hablarle de la importancia del duelo, y de la necesidad de que nos pongamos en el lugar del otro, una y otra vez. Luego la historia se enfoca en la razón, que también es un personaje, y ve todo desde su perspectiva. La razón no está frente al cementerio hablando con la mujer transparente como le ocurre al cuerpo, sino que está atrapado en un bosque de palabras, de obras literarias que hablan de la relación del ser humano y la naturaleza. Los mismos que estábamos trabajando en el taller de ciencia ficción. Pero me alargo mucho. Lo que quiero decirte es que frente a los columbarios, frente a esas tumbas vacías, frente a las poéticas del fin del mundo que iba encontrando en mis lecturas y conversaciones, en medio de la mortandad que estábamos viviendo, me dejé ir, persiguiendo una idea que trabajábamos también con los estudiantes, la de escribir persiguiendo el presente, llevar a cabo lo que Peter Handke llama una escritura anterior; vivir en la página sin un plan previo. No contando la historia que ya sé de antemano, sino haciendo la historia frente a la página. Un ejercicio mucho más performático. Por esa razón el libro siempre se está transformando en otra cosa. Por esa razón en la portada hay una flor del plátano en la que una mariposa está viviendo su metamorfosis.
El sueño del árbol es un libro escrito en tres partes. La primera “Bolero del cuerpo y la razón” tiene textos más líricos, porque Andrea estaba leyendo más poesía, jugando con las palabras. En la segunda, “La flor del plátano”, se montó en el ejercicio de recordar. Dijo que en la pandemia se le avivaron a todo el mundo los recuerdos, y ella aprovechó que le llegaron algunos de su infancia, trató de ponerse en ellos, de volver a vivirlos. Los recuerdos que forman “La flor del plátano” son también pequeños fragmentos, pero a diferencia de los de “El bolero del cuerpo y la razón”, de tinte realista. La tercera parte, “El sueño del árbol”, se escribió durante el Paro Nacional.
Las tres partes se alimentaron del presente, de lo que estaba leyendo y sintiendo, y dejó que fluyeran sin limitarlas, porque no estaba pensando en publicar, ni siquiera sabía si se estaba armando una novela. Andrea estaba en su ejercicio cotidiano de escribir. Después, cuando sintió el tema agotado, se dio cuenta de que había escrito un libro. Los tonos son distintos, pero la historia está vinculada por vasos comunicantes.
—Sí pienso en el tono y en esa búsqueda que emprendí cuando empecé a escribir “El bolero del cuerpo y la razón”, quería que tuviera el tono de un bolero. Si uno piensa en las canciones que llenaron el imaginario amoroso de nuestras madres y nuestros padres y nuestros abuelos, son siempre canciones de despecho. Así debía sonar. Un cuerpo despechado. En la niñez, toda la música que oía de fondo eran puros boleros y pura música de despecho, esa que siempre está hablando de la imposibilidad del amor. Esa fue la búsqueda estética de la primera parte, lo que se produce en el cuerpo, tiene ese tono lírico y dramático. La segunda parte, “La flor del plátano”, está cargada de oralidad, la de mi tierra, Sevilla, Valle. La tercera, es menos oral, más reflexiva. Sigue el ritmo de los pensamientos, las ideas abstractas.
Mientras escribía, un día también se dio cuenta de que no podía dejar de entrablar un diálogo con las obras que estaba leyendo, y eso se trasladó a la escritura. En “Los juegos de la razón”, pasó que de pronto estaba conversando con “El árbol” de John Fowles, con “Mirar” de John Berger y “El nombre de el mundo es bosque” de Ursula K. Le Guin. Todas son obras que hacen referencia a la relación del ser humano con la naturaleza, y ahí es donde Andrea se dio cuenta de los vasos comunicantes del libro: en el bolero del cuerpo y la razón aparece al final un árbol del que cuelga un relato inconcluso. En “La flor del plátano”, segunda parte, se construye el relato inconcluso que cuelga de dicho árbol , y en la tercera hay una intento de soñar un árbol distinto, de crear un nuevo relato, una nueva naturaleza del amor.
El libro es al final una reflexión sobre la naturaleza y el amor, y por eso también tiene un carácter ensayístico: son juegos de escritura en los que la escritora estaba explorando las formas, experimentando con ellas y reflexionando. “El sueño del árbol”, tercera parte del libro, inicia dándole vueltas a un fragmento de un poema de Safo, el del recolector y la manzana, que según Anne Carson ilustra la naturaleza del deseo en occidente (Como la manzana dulce se vuelve roja en una rama alta, alta en la rama más alta, los recolectores la olvidaron/ —bueno no la olvidaron— no pudieron alcanzarla): el recolector representa al amante. La manzana a la amada. Y entre ellos está la distancia, Eros, que siempre impide el encuentro. Sin Eros no hay deseo, ni imaginación. Sin Eros no hay posibilidad de ponerse a través de la imaginación en el lugar del otro, del que no soy yo. Esta reflexión avanza hasta un punto inesperado:
—Llegué a un punto en el que la mujer de El sueño del árbol dice que no encuentra ninguna diferencia entre la forma en que se construye la relación entre un hombre y una mujer, y la forma en que los victimarios se relacionan con sus víctimas. La desidia es la misma. Ni para el recolector existe la manzana, ni para el victimario existen las víctimas. Eros ha desaparecido de la conjunción.
En algunos momentos Andrea se acerca a un género en el que ya ha escrito, la ciencia ficción. Aunque los límites son difusos. Eran más claro en La lesbiana, el oso y el ponqué, una novela con tono intimista en el que retrató la sociedad de consumo en el mundo digital.
—Uno podría decir, esto es ciencia ficción, porque hay una cápsula de aislamiento sensorial y porque hay unos drones que a veces vuelan, pero me parece que la historia se encuentra más dentro de la fantasía y el surrealismo (pensado como la mente que opera como máquina de montaje). En la historia todo puede pasar sin ninguna justificación, es decir, de pronto aparece una mujer transparente en la ventana mirándote y esa mujer transparente sale volando y cuando regresa se vuelva chiquitita y se para en la punta de tu cigarrillo. Eso es más fantástico, así como ocurre en los cuentos de hadas, en los que pasan cosas que no necesitan ninguna explicación, sino que simplemente acontecen: de pronto va la razón caminando por el bosque de palabras y aparecen las tres hermanas raras que son una referencia a Macbeth, y hay puerta que están flotando en el aire. Ese tipo de cosas que no necesitan ninguna explicación lógica, me parece que provienen del ejercicio fantasioso, que es finalmente como diría Tolkien, el poder de la subcreación humana. Esa posibilidad de cruzar umbrales y de llevar a cabo los deseos a toda costa, sin que eso tenga una solución lógica, que lo que se escriba no acuda nunca al principio de realidad, sino que simplemente pase. Esa rebeldia de la mente.
Andrea nació en Sevilla, Valle del Cauca, vive en Bogotá y además de escritora es periodista, magíster en Escrituras Creativas y profesora. Actualmente es la escritora residente de el departamento de humanidades y literatura de la Universidad de los Andes. Esta novela fue su presente: la fue llevando en la pandemia a agarrarse, a mantenerse en movimiento.