Por Rocío Venegas.
Rabia gira en torno a un amor que se inicia en los escasos márgenes de tiempo que deja la vida asalariada, cuando Rosa, mucama de una mansión en un acaudalado barrio de Buenos Aires, conoce a José María, obrero en una construcción cercana. Conversando sobre Shakira y Cristián Castro, se enamoran en la fila del supermercado. La rutina amatoria de milanesas y coqueteos en la salida de servicio se complica cuando María –como todos lo llaman– es acusado de un crimen y decide que la mansión es el mejor lugar para esconderse de la policía y estar cerca de Rosa.
Publicada por primera vez hace casi 14 años, esta novela trae por primera vez a Chile la prosa de Sergio Bizzio, que publica la editorial Los Libros del Laurel. Obsesionado con la idea de contar la historia de una mansión tan grande, donde puedes convivir con alguien sin siquiera enterarte, el autor tardó años en escribir esta historia, entrampado en cómo abordarla con elegancia. La inspiración llegó en forma de una escena de amor barriobajera en un motel donde una tarde de domingo, María le pide a su amante que “le de la cola”. Con ese diálogo sobre sexo anal y promesas de amor logró gatillar este libro, lo terminó en cuatro meses y tras varias reediciones, no ha querido cambiarle ni una coma.
Descrita por el autor como un melodrama llevado a zonas oscuras, Rabia se pasea con agilidad por la clave narrativa más popular en Sudamérica, pero tomando distancia del lenguaje recargado de la novela rosa. Y aunque la mayoría de las circunstancias parecen llegar al límite –de lo romántico, de la mala suerte, de lo injusto o lo violento– la narrativa va al grano con la precisión de un guión –área en la que Bizzio ha incursionado varias veces en sus más de 30 años de carrera– utilizando la visualidad como recurso para mantener un ritmo apremiante durante toda la historia, construyendo un universo claustrofóbico, sin lugar para titubeos, florituras ni pasos en falso.
Rabia bulle con el resentimiento como respuesta a la injusticia violenta que se repite a lo largo de la vida de María y Rosa, plasmada de forma brillante en los momentos reflexivos del obrero cuando, experimentando por primera vez una vida donde no se tiene que deslomar trabajando, descubre el tiempo libre: “En el fondo no sentía ninguna ansiedad por la ocupación del tiempo: estaba fuera del sistema productivo, le gustaba no hacer nada”.
La miseria de los patrones que explotan, los capataces que agreden o la venganza, son algunos de los espacios que se toma la violencia dentro de esta novela. Sin embargo, también cruza el amor, ese mismo que en un inicio se concentra con intensidad en los escasos encuentros en un hotelito (sujetos a las pocas horas libres y bajos sueldos). Como gran parte de las historias de amor romántico, con el tiempo muta en obsesión. Encerrado en la mansión y lleno de tiempo libre, María explora la fantasía de habitar, sin el compromiso de la presencia, todos los ámbitos de la vida de Rosa. Identifica sus hábitos, descubre cómo llamarla por teléfono a través de una segunda línea, la espía mientras se masturba y no escatima esfuerzos a la hora de lograr que ella, sin tener idea dónde está, lo sienta ominipresente.
Desde el momento en que el protagonista se encierra para conservar su libertad, la novela se mueve con un ritmo marcado por el apremio, con una narrativa que mezcla agilidad y claustrofobia, como los movimientos precisos que permiten a María moverse como un fantasma a quien nadie en el mundo exterior echa en falta, extrayendo alimentos y pequeños objetos de la mansión que habita sin que sus moradores se enteren. Rabia se disfruta con avidez y confirma la aseveración que hacen desde la editorial al publicarla: “Hemos perdido demasiado tiempo sin conocer a Sergio Bizzio”.