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Radiografía de la Argentina como un país imposible

Martínez Estrada veía al país como un enfermo caro y a la Capital como un parásito. Analizó el fracaso argentino. Reeditan su obra.

Por Walter Lezcano

Un fantasma recorre el campo intelectual argentino: es el fantasma del pensador, poeta y escritor Ezequiel Martínez Estrada (Santa fe 1895-Bahía Blanca 1964). Dijo alguna vez de la Argentina: “es una enferma grave, que ni se cura ni se muere, y que le cuesta un dineral a la familia”. Y ahora mismo se acaban de reeditar en forma simultánea a través de la editorial Interzona dos de sus obras capitales que ya forman parte de la ensayística nacional y de la historia literaria de este país: Radiografía de la Pampa y La cabeza de Goliat. Microscopía de Buenos Aires.

Con prólogos del sociólogo y escritor Christian Ferrer, estos textos vuelven a poner en circulación el pensamiento devastador, corrosivo y aplastante de Martínez Estada. En tiempos en los que los millennials se adueñaron de la escena mediática y simbólica y la política parece estar revestida por la construcción de relatos antagónicos donde la realidad queda muy desdibujada, reaparecen estos dos libros que vienen a decir su verdad sobre la esencia de la Argentina y la provincia de Buenos Aires. Y esa verdad, a pesar de ser dicha de forma violenta hace muchos años y en contextos muy diferentes a los actuales, todavía guarda su increíble vigencia.

Publicado por primera vez en 1933, Radiografía de la Pampa fue una pieza anómala y radical dentro de la producción de Martínez Estrada, de 37 años por entonces, que hasta ese momento había publicado cuatro libros de poesía y ganado el Premio Nacional de Literatura. Escribe Christian Ferrer en La amargura metódica. Vida y obra de Ezequiel Martínez Estrada (Sudamericana, 2014): “El libro parecía haber sido dictado por una Casandra o una Pandora, o por un dios muy enojado. Fue el primero de sus ensayos, el que a la postre quedaría inmediatamente asociado a su nombre.”

Radiografía de la Pampa, desde un análisis socio-histórico y psicológico, plantea a la Argentina como un país imposible debido a la recurrente manía de repetir sus traumas y frustrar sus máximos sueños de progreso. Es un ensayo con una alta carga de desolación y su tesis fue muy resistida en su entorno de circulación. Sobre todo por la raigambre proletaria de Martínez Estrada, que toda la vida fue empleado del Correo Argentino donde se jubiló, y por su formación autodidacta. Sin embargo, el libro hizo un camino que llega hasta nuestros días.

Explica ahora Ferrer: “Martínez Estrada nunca dejó de tener lectores, tanto en vida como en su posteridad. Sus libros se siguen reeditando. Era un pensador libre, que nada debía a los ambientes literarios o políticos, ni siquiera a sus lectores, se guiaba por sus propias convicciones éticas y por intuiciones conceptuales, tanto como por su enorme conocimiento de la historia nacional y de la cultura universal. Y además era persona recalcitrante, insobornable, aguafiestas y decente. Todo país necesita de un censor de sus males, aunque no sea agradable lo que tenga para decir, y él fue uno de los pocos escritores argentinos que se negaron a tener 'compromisos'”.

La cabeza de Goliat fue su siguiente libro, publicado en 1940. Y ahí Martínez Estrada trabajó en dos direcciones. Por un lado desmitificó el valor de las grandes ciudades porque consideraba que era una realidad que se alimentaba como un consuelo frente a la imposibilidad de construir un gran país. Por otro lado, reflotó la pugna entre la metrópoli y el interior. El autor creía que Buenos Aires se nutría al modo de los parásitos y que, al igual que las estrellas de cine, se realzaba por encandilamiento: “Es nuestra enemiga en casa: absorbe, devora, dilapida, corrompe. El interior, el territorio, la nación y el pueblo le quedan sometidos: ella los esquila y los embauca.” Era la nación entera la horma fallida y Buenos Aires, a lo más, un truco de ilusionistas. El planteo de Martínez Estrada, un ferviente antiperonista, es demoledor: “Un pueblo incapaz de vivir con arreglo a principios íntimos de justicia, es indigno de poseer leyes equitativas o, lo que es lo mismo, merece existir fuera de la ley”.

El “diagnóstico” que hizo Martínez Estrada del país y de Buenos Aires le valió en algunos círculos el título de profeta. Dice Ferrer: “Creo que no se equivocó en sus profecías, que no eran otra cosa que haber tenido buena vista y de haber contemplado a la Argentina tal como era, no como a uno le gustaría que fuera, y menos aún con un pasado inventado, tan distinto de la violencia latente que es un eje invariable de nuestra historia, siempre presta a reencarnarse en enconos y fanatismos insensatos.”

Es en ese sentido en el que cobran relevancia estas reediciones, que definitivamente les hablan a los lectores actuales. Concluye Ferrer: “La confusión actual es grande y a veces tenemos que remitirnos a los muertos para poder entender cómo vivimos. A pesar de las apariencias, hace ya muchos años que la posibilidad de un pensamiento radical y controvertido, sin ataduras a las retóricas políticas de unos y otros, se ha disuelto. El objetivo de Martínez Estrada era compeler al pueblo argentino a someterse a un continuo examen de conciencia, un empeño que quizás fuera medio imposible.”

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