Por Matías Capelli
Rafael Pinedoreúne varias condiciones para ser considerado un “autor de culto”. Cerca de los cincuenta años, en 2004, publicó su primer libro, Plop, con el que dos años antes había ganado el Premio Casa de América de novela. Nada era lo que se sabía de Pinedo por aquel entonces; era un outsider que irrumpía en el campo literario por una puerta más o menos grande. De hecho, fue el único autor nacional de la colección Línea C que Marcelo Cohen dirigía por aquel entonces en la primera Interzona. Leída cuando todavía el recuerdo de la debacle social de 2001-2002 era pintura fresca que mejor no tocar, Plop cobraba una potencia inusitada. Y sobre todo en un terreno tan poco transitado por estas pampas como la ciencia ficción (aunque que las hay, las hay: una posible tríada de distopías posdebacle podría estar compuesta, además de porPlop, por Borneo, de Oliverio Coelho y El año del desierto, de Pedro Mairal).
Como buen libro de culto, Plop circuló de boca en boca y de mano en mano. ¿Era una novelita, era un aborto de novela, o era, en realidad, el negativo de un relato que se terminaba de formar en la cabeza del lector? Ambientada en un mundo en ruinas, una especie de tribu o clan de sobrevivientes deambulaba por un lodazal salpicado de escombros y basura. A medida que se narraba el nacimiento y el ascenso meteórico de Plop, uno de sus integrantes, hacia la cima del poder de su grupo, se describían las reglas de funcionamiento de este, los tabúes sociales que lo regían, las costumbres. Y una prosa, la de Pinedo, descarnada, piel y hueso: frases, párrafos y capítulos cortos; un martilleo de acciones y percepciones viscerales, un léxico raquítico y pocas descripciones. Como a los habitantes de esa misma tribu, al narrador de la novela, al respirar agitado, se le marcaban las costillas, las clavículas, los dedos huesudos. Era, en otras palabras, una novela que sacaba su fuerza y singularidad de sus limitaciones.
No queda del todo claro, sin embargo, si estos dos libros póstumos, Frío y Subte, contribuyen o no a erigir el mito literario de Pinedo o si, al contrario, le quitan misterio a su proyecto narrativo, lo aplanan.
En algunas entrevistas que se le hicieron en su momento, Pinedo reveló que Plopera uno de los vértices de una tríada de novelas sobre “la destrucción de la cultura”. De hecho, el mismo año que se editó Plop, Pinedo fue finalista del Premio Planeta con Frío. Y el original de Subte, último eslabón de la trilogía, está fechado en septiembre de 2006. Tres meses más tarde, Pinedo fallecía. Tras una serie de negociaciones por los derechos con sellos locales, la viuda de Pinedo acordó con la editorial española Salto de página, por lo que, al menos en la Argentina, sus libros tendrán una circulación algo esquiva y limitada. Otro factor que validaría el pasaporte de Pinedo hacia el panteón de los escritores de culto. Plop salió en España en 2007 y tuvo buenas ventas; el año pasado fue reeditado. También en 2011 se publicó Frío y este año fue el turno de Subte. Por lo que podríamos hablar de un relativo éxito de Pinedo en España (si algún asesor de la Presidente leyera esta reseña podría apuntarle el dato, que vendría a reafirmar que, dada cierta predilección por la literatura posapocalíptica vernácula, los españoles están tan al horno como los argentinos estuvimos una década atrás).
Mejor volver a los libros: la novela Frío está protagonizada por una mujer que, en medio de una ola polar feroz que azota la región, decide quedarse en el convento en el que es alumna una vez que el resto huye. De ahí en más, comenzará a interactuar únicamente con las ratas del lugar. No sólo a interactuar, también a entablar algo que podríamos llamar “relación”. Al tiempo que narra su día a día, la forma en la que logra alimentarse y subsistir, sus recuerdos del mundo pasado, va forjando una suerte de fábula sobre la sexualidad y la religión, cuyos rituales comienzan a verse perturbadoramente distorsionados. Por su parte, Subte es palpablemente más breve que las otras dos; roza las noventa páginas. Y es la más intensa y agobiante de las tres. Está protagonizada por Proc y transcurre en los túneles abandonados de la red de subterráneos de una ciudad. Proc está embarazada, en una civilización que exige a las mujeres que, después de dar a luz, se quiten la vida para transmitirle el alma al recién nacido. Como si fuera poco, también tiene que vérselas con jaurías de lobos que azotan en la oscuridad. Al ser una novela que transcurre en una negrura casi total, lo visual del estilo de Pinedo queda acertadamente relegado en función del tacto, el oído, el olfato. Como toda la narrativa de este autor, Subte trata sobre el instinto de supervivencia, sobre la animalidad del ser humano despojado de cultura o civilidad, pero en este caso la nota singular está dada por el sexo, el embarazo y la maternidad, y la penumbra claustrofóbica de los espacios. En algún punto, por poner un ejemplo, Subte plantea un mundo arrasado similar al de La carretera (la película; la novela mejor salteársela porque es de lo más flojito y yeitero de Cormac McCarthy).
No queda del todo claro, sin embargo, si estos dos libros póstumos, Frío y Subte, contribuyen o no a erigir el mito literario de Pinedo o si, al contrario, le quitan misterio a su proyecto narrativo, lo aplanan. En principio porque incluso a pesar de su austeridad y de sus limitaciones, Plop se confirma como el mejor de los tres; el más sugestivo, el que despliega más matices y recursos. Así las cosas, leídas en su conjunto, las tres novelas resultan un poco monótonas. La prosa de Pinedo, con su sintaxis siempre telegráfica y martilleante se vuelve monocorde y previsible; es entonces que lo que antes se leía como sencillez ahora puede parecer tosquedad, que lo que antes parecía instintivo o primal empiece a poner en evidencia cierta rusticidad. Como sea, la obra de Pinedo está cerrada, las piezas de la trilogía encajan a la perfección y forman un raro objeto de tres caras difícil de catalogar y encasillar en la producción de la última década de narrativa local.